Jesús Alonso

El laboratorio de la Universidad española no está vacío

La enseñanza universitaria debe desarrollar en cada uno de los alumnos la capacidad de cambiar

Hace poco hemos sabido que en la última edición del ranking de Shanghái ARWU (Clasificación Académica de Universidades del Mundo, en sus siglas en inglés), España no tiene ninguna institución entre las doscientas de cabeza. Sin embargo, la Universidad Politécnica de Madrid se sitúa entre las cien mejores universidades del mundo para estudiar Ingeniería y Tecnología, según el ranking internacional QS de 2017 por ramas de conocimiento y materias. Ocupa el puesto 81 a nivel mundial, convirtiéndose en la primera universidad española en estas áreas. Si el análisis se hace por sectores específicos de la ingeniería, incluso hay resultados muy positivos, así por ejemplo la Ingeniería Civil de la Universidad Politécnica de Madrid se sitúa entre las cinco mejores del mundo en esa misma clasificación ARWU y la segunda de Europa, sólo superada por el Instituto Tecnológico de Zúrich.

El florecimiento de la noción de modernidad en la cultura europea –aproximadamente entre 1880 y 1914- se produjo cuando el mito del futuro nació en medio de la atmosfera de optimismo milenario provocada por el apogeo de la era del maquinismo, en la transición del siglo XIX al siglo XX. La Universidad española ha tenido un papel relevante desde entonces al formar profesionales que han ayudado a modernizar la sociedad y a mejorar la calidad de vida de todos.

Actualmente existen indicadores que muestran tendencias en la sociedad que no podemos obviar: más movilidad social y profesional; consolidación de una cultura audiovisual unida al amplio horizonte de las comunicaciones, que acercan al individuo a una información en crecimiento exponencial, debida fundamentalmente a la evolución de la Informática y las telecomunicaciones; la transformación de las actuales relaciones laborales (el hombre es progresivamente sustituido por la máquina en aquellos trabajos de tipo manual y repetitivos); transformaciones aceleradas del entorno y de los modos de vida; etc. En consecuencia, la educación es hoy la función social primordial y debe estar caracterizada por la prolongación generalizada de los estudios y la imposibilidad de adquisiciones definitivas de conocimientos durante el periodo de aprendizaje, de ahí la necesidad de ir ampliando y renovando estos conocimientos durante gran parte de nuestra vida.

Por tanto, la enseñanza universitaria debe desarrollar en cada uno de los alumnos la capacidad de cambiar . En palabras del profesor y pedagogo Gilles Ferry: “Ya no se trata de adquirir conocimientos solamente, ni incluso de aprender a aprender, sino de aprender a llegar a ser”. Se trata de dar a los estudiantes la capacidad de adaptarse de forma continua a la situación particular de cada instante, en un mundo tecnológico en constante cambio.

La Universidad, como lugar de actualización de técnicas, debe potenciar un servicio continuo de reciclaje del profesorado. Para ello, el profesor requiere la presencia continua de fuentes en las que poder investigar, dentro y fuera de su propio Centro, de manera que pueda aportar conocimientos nuevos a los alumnos, lo que sin duda revertirá en beneficio no solo de la propia Universidad, sino también de toda la Sociedad.

Hay dos campos bien diferenciados que debe cubrir la investigación del profesorado. El primero es la búsqueda de nuevas técnicas y conocimientos; el segundo, la colaboración con empresas del sector, perfeccionando sus métodos. Sin embargo, en ambos aspectos hay que ser cuidadosos pues puede ocurrir que en el primer caso se centre la investigación en desarrollos extremadamente teóricos y con muy poca aplicación práctica; y en el segundo, se llegue a una realización masiva de proyectos con las empresas, colocando en un segundo plano la función del profesor como docente.

Es necesario que el profesor universitario investigue, pero ¿se enfoca la investigación de forma correcta, hay medios económicos y materiales para hacerla?

Hoy el laboratorio de nuestra Universidad tiene una actividad investigadora que puede resultar engañosa. Aunque los datos acerca de patentes y trabajos publicados son optimistas, un país puede permanecer décadas publicando mucho y avanzando poco.

La Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (FECYT), a través del Observatorio Español de I+D+i (ICONO), da algunos indicadores de la producción científica española. Estos indicadores permiten evaluar y analizar los resultados de una investigación o de un autor una vez que han sido difundidos a través de una publicación y conocer su impacto en la comunidad científica.

Según los datos publicados en 2016 por la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología, España, con 77.000 documentos publicados -considerando sólo artículos científicos, acta de congresos y revisiones anuales- mantiene, con un 3,2%, la novena posición en el ranking mundial de la producción científica.

En lo que se refiere a indicadores de calidad científica, nuestro país tiene un porcentaje de publicaciones altamente citadas (de excelencia), del 13,7%. El impacto científico mundial de las publicaciones, es del 1,31%.

El número de publicaciones altamente citadas, en las que es responsable un autor español es del 9% y los documentos españoles publicados en colaboración con otros países son el 44,7%.

Sin embargo, los datos anteriores aun pareciendo buenos, no lo son tanto, ya que entre los diversos indicadores que se utilizan para cuantificar la innovación y obtener datos que permitan comparaciones entre países, la OCDE utiliza las “familias de patentes triádicas”. Según la definición de la OCDE , una familia de patentes triádicas tiene, al menos, tres miembros: una solicitud de patente europea (documento de patente EP-A); una solicitud de patente japonesa (documento de patente JP-A); y una concesión de patente de los Estados Unidos (documento de patente US-B).

Por tanto, las patentes llamadas triádicas vienen a ser un índice de las patentes que representan una innovación auténticamente significativa y un interés comercial suficiente como para ampliar su protección.

El indicador está teniendo en cuenta las tres áreas económicas más importantes y permite comparar de manera no sesgada la innovación e internacionalización de las economías de los países. España se sitúa en el puesto 26 mundial, muy por debajo de la media de la OCDE . Como ejemplo, con países cercanos, España, tiene una tasa de producción de patentes triádicas por habitante que es quince veces menor que en Alemania y veintidós veces menor que en Suiza.

A la cabeza del ranking internacional se sitúa desde 2012 China , que adelantó a Estados Unidos y que ha establecido un plan para triplicar antes de 2020 el número de solicitudes de patentes presentadas. Si miramos la situación actual y tenemos en cuenta ese ritmo de crecimiento, nos preocupa pensar en la distancia que pueda existir dentro de unos años. 

Además, en ciencia, han pasado demasiados años desde nuestros dos únicos Premios Nobel de carácter científico –Ramón y Cajal en 1906 y Severo Ochoa en 1959- lo cual también es bastante elocuente. En España, en los últimos 10 años, con más de trescientos mil trabajos registrados, apenas si hay un par de originales genuinamente españoles que hayan alcanzado el nivel del 1 por 10.000 más citado, y no son de clase Nobel. Y sin trabajos de clase Nobel, es difícil que haya Premios Nobel y mucho más difícil aún que exista la convergencia necesaria con los países más avanzados.

Todos nuestros problemas con la investigación suelen achacarse a una baja financiación, pero la ineficacia de un sistema de I+D no tiene sólo causas económicas. Suiza invierte menos que España en I+D y tiene Premios Nobel porque produce trabajos de “clase Nobel”. Además, en España, mucha de la inversión en I+D corresponde a subvenciones a empresas para incentivar, supuestamente el desarrollo tecnológico, en detrimento de la financiación de la investigación real. Al margen de que muchas de estas subvenciones no están justificadas por la calidad de las propuestas.

Podemos preguntarnos si el laboratorio universitario está ahora vacío , si en lugar de ser un ámbito de trascendentales experimentos se parece más a las salas de un hotel divididas por temáticas, un espacio donde podemos entrar, para contemplarlo, pero no ya para formar parte de él. En la universidad española hace falta dinamizar los laboratorios y para ello es necesario pensar en la ebullición, el sosiego, el idealismo, la confianza, la creencia de que hay territorio de sobra para explorar y, por encima de todo, en la sensación de que la Universidad, de la manera más noble y desinteresada, puede encontrar las fórmulas necesarias para mejorar la sociedad y para el progreso de la civilización.

Hoy existen grandes retos en la universidad española y sería conveniente discutir las relaciones de cada centro universitario con la universidad española en general. Se hace necesario debatir algunas de las grandes cuestiones culturales que nos han afectado en los últimos cien años: ¿Cómo define la Universidad la dimensión de la docencia y la obligada comunión entre docentes, estudiantes y personal de administración y servicios? ¿Cómo trata de producir utopía? ¿Cómo medimos su capacidad de comunicar entusiasmo? ¿Cuál es su relación con la Empresa? ¿La investigación es suficiente y eficaz? ¿Qué cambios tiene que asumir la Universidad en el siglo XXI? ¿El denominado modelo Bolonia implantado en España y en Europa para formar a nuestros estudiantes, ha servido realmente para mejorar sus competencias? Hoy, estas y otras preguntas carecen de una respuesta concluyente.

Los rectores hace tiempo que vienen denunciando la poca presencia de alumnos extranjeros en nuestras aulas como consecuencia de los escasos esfuerzos que se realizan en I+D+i y en internacionalización para ser más atractivos en esa esfera internacional. Los datos son elocuentes, la inversión media española es de 14.000 € anuales por alumno frente a las que se dan por ejemplo en el Instituto Politécnico Nacional de Grenoble (26.385), o en la Universidad Técnica de Munich (33.436), en el Real Instituto de Tecnología de Estocolmo (41.072) o en la Universidad de Delft (47.520) o en la Escuela Politécnica de Zurich (83.584). Hay otras todavía más generosas en recursos, como son muchas de las norteamericanas.

Frente a ello, los responsables gubernativos de los sistemas universitarios españoles no parecen darse cuenta de que la atracción hacia el sistema universitario es la suma de las atracciones de distintas universidades y que, por ello, necesita personalización en cada institución en lugar de medidas generales altamente ineficientes. No se puede pretender hacer una política de internacionalización al margen de los intereses de las universidades, de los de cada universidad, ya que eso sólo puede producir una muy baja utilidad de los fondos invertidos.

El sistema universitario de la Comunidad de Madrid ha sufrido más que otros en España, aún a pesar de que hay un atractivo internacional indudable, debido a las posibilidades que la ciudad y su entorno ofrecen. Pero las diferencias de inversión en las universidades madrileñas son manifiestas, así por ejemplo, en la Universidad Politécnica de Madrid esa diferencia por estudiante aún es mayor que las que señala el último estudio de la CRUE, pues dista mucho de aproximarse a los 14.000 € por estudiante y año que cifra como media española el estudio antes aludido. Los números hablan por sí mismos: el presupuesto de la Universidad Politécnica de Madrid para 2017, fue de aproximadamente 350 M€, que puede dividirse entre los cerca de 40.000 estudiantes matriculados para obtener la deprimente cifra de 8.750 € por estudiante y año. Es difícil competir en atractivo con quienes multiplican por cuatro, ocho, diez o más nuestro presupuesto por estudiante.

A pesar de ese mal punto de partida, la universidad española ha adoptado desde hace años una estrategia de internacionalización diferente . Se ha aliado con universidades importantes de forma selectiva. Ha elegido fortalecer el envío de estudiantes y profesores a las universidades más prestigiosas (hay acuerdos de doble titulación que son pioneros, o programas de movilidad con universidades europeas, chinas, iberoamericanas, estadounidenses y canadienses). Ha apostado por poner como foco de especial atención en su oferta de plazas para estudiantes extranjeros a los estudios de Máster y de Doctorado. Está realizando un esfuerzo por fomentar la mención “internacional” en la elaboración de las tesis doctorales, manteniendo programas destinados a regiones concretas del mundo.

La sociedad española tiene expectativas e ilusión en una comunidad universitaria que tiene la oportunidad para mejorar muchas cosas. Sin embargo, el esfuerzo no debe ser sólo de la Universidad, hace falta la colaboración de todos, también de todas las administraciones, las empresas tecnológicas y la propia concienciación social. El verso del gran fabulista francés del Siglo de Oro, La Fontaine “nuestros sucesores nos deberán este paisaje”, viene muy a cuento en un momento en el que España debe mirar al futuro si no quiere perder el tren de la modernidad y la competitividad.

Jesús Alonso Trigueros es Profesor Titular de la Universidad Politécnica de Madrid y Académico del Instituto de Estudios Históricos Bances y Valdés.

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