Garoña

¿Cómo será la vida sin la central nuclear en Garoña?

El proceso de desmantelamiento durará cerca de 16 años

Un vecino de la cercana localidad de Barcina del Barco pasea junto a la central de Garoña (Burgos) F. BLANCO
Isabel Jimeno

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Como cada mañana, Enrique pasa con toda tranquilidad junto a la central de Garoña . Está a punto de completar su paseo diario y llegar a Barcina del Barco, uno de los núcleos más próximos a la atómica burgalesa para la que el Gobierno ha acordado el cierre definitivo. Ya jubilado, vio cómo la planta se levantaba junto a las tranquilas aguas del Ebro y ahora ha contemplado su fecha de defunción . Más de cuarenta años a su lado en los que «no ha habido ninguna pega» y todo se ha desarrollado «sin problemas» de cara a la población del Valle de Tobalina. Entre cortados, carreteras sinuosas y abundante vegetación, emerge la central, que nació para 25 años, ha superado los cuatro decenios y, por eso y porque desde finales de 2012 llevaba desconectada de la red, asumen que «tenía que cerrar ya». «Todo se acaba».

Como uno más en esta zona que hace frontera con el País Vasco , la central, asegura Enrique, «no ha dado vida al valle, pero tampoco la ha quitado». Quienes tenían allí su trabajo, continuaron. Tierras en los que el amarillo de los girasoles brilla con fuerza al sol, de cereales ya cosechados… son el ejemplo de que el campo ha seguido activo junto a la central. Huertos con vistas a la planta en los que los frutales están cuajados y tomateras en las que ya colorean y huelen los frutos. «Se ha seguido sembrando y hay gente que vive de la agricultura». Es uno de los medios principales de vida en una zona con millar de habitantes, entre los que son pocos los que trabajan en Garoña. La mayoría llega en un autobús desde Miranda de Ebro y Medina de Pomar.

Por eso, aseguran que el impacto laboral no será tan directo allí. También es la queja de quienes tuvieron que emigrar en busca de «currelo». De ocho hermanos, «ninguno» logró trabajo en la planta, lamenta Juan, que se marchó desde Santa María de Garoña en los años 50. «No podemos decir que ha perjudicado a la cosecha», reconoce, pero considera que «beneficios, ninguno» y perjuicios a la zona «no sé». Eso sí, es de los muchos que celebra el «triunfo» de que la planta de Nuclenor no vuelva a estar operativa . Lo hizo literalmente, descorchando una botella de champán.

La agricultura se ha seguido desarrollando en el entorno de la central F. BLANCO

Y aunque el impacto laboral directo en la zona es contado y el cierre «se veía venir» , en los pueblos del entorno, como Quintana Martín Galíndez, cabecera del valle, «se habla» de ello. «No hay otro tema». Cuestiones políticas, medioambientales y «sobre todo económicas» , una «mezcla» es lo que ven que hay detrás del no definitivo a dar más vida a Garoña.

Cierre definitivo

Por el momento, algo del consuelo a la actividad lo fían al largo proceso de desmantelamiento, que se prolongará durante unos 16 años . «Será a la muerte definitiva cuando se note». Aunque lo cierto es que en negocios de hostelería ya hace tiempo que percibieron el impacto. Desde que se desenganchó de la red, dejaron de llegar visitas y la actividad cayó. Lo atestigua Sebas, al frente de unos de los múltiples locales de Frías, el pueblo más turístico del entorno, que considera que esta actividad en el pueblo en el que el castillo pende sobre las casas «no» se ha visto frenada por tener cerca la nuclear. «Creo que no han dejado de venir ni van a venir más por que esté o no».

Ahora, con un futuro próximo con Garoña fuera del mapa, reclaman que «abran otra cosa» porque «es mucha gente la que puede ir al paro» . Entre los trabajadores de las subcontratas que esta misma semana salían de la atómica, hay quien destaca que el cierre traerá «al menos más actividad» que estos últimos casi cinco años de parada. Otros asumen que su empresa deberá lograr más actividad con los demás clientes.

Una vía de futuro puede ser el turismo . Especialmente para los veraneantes, un sector no suficientemente explotado. En el polígono industrial del Valle de Tobalina, hay un par de naves levantadas. «No han alquilado ni una», lamenta Norberto, para quien de «positivo ha tenido muy poco» para la zona, más allá de la recaudación de los impuestos asociados a la actividad nuclear. Bilbaíno y asiduo al paseo en bicicleta por el entorno, apela a explotar el potencial turístico de una zona «muy bonita», con diversas rutas para disfrutar de la naturaleza y atractivos patrimoniales que quiere dejar de ser conocida únicamente por albergar una nuclear.

Momentos de incertidumbre

Otros prefieren no pronunciarse sobre el asunto. Para Paula, Adrián y Paula, un grupo de jóvenes cuya vida siempre ha estado acompañada por la central, reconocen que es algo «preocupante» vivir al lado de Garoña, aunque «nunca ha pasado nada». Pero son los abuelos quienes «más» hablan del asunto y recuerdan que «antes había más gente» .

Los pescadores practican su afición aguas abajo de la central de Garoña F. BLANCO

Aguas abajo de la planta, Carlos echa la caña. Como otros días, ha hecho el trayecto desde Bilbao para probar suerte. Como él, hay más en busca de capturas. Considera incluso que era una «suerte» tener la central activa , pues calentaba más el agua y los peces desovaban dos veces. «Aunque es bueno que la cierren», apostilla mientras vuelve a lanzar el sedal. «Aquí, el que viene no tiene miedo . Hay muchos controles», subraya. Han picado. Un blackbass ha caído en este remanso de paz. «Es un balneario. Para un ataque de nervios, lo mejor», dice.

En Santa María de Garoña, un cartel en el punto de encuentro con salón y zona recreativa recuerda que es una acción sufragada con cargo a la actividad de Garoña. Y ¿miedo a tener una actividad nuclear tan próxima? «Tampoco. Lo tenemos asumido ». «Ninguno», responde tajante uno de los vigilantes de seguridad de la central.

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