El equipo de investigación del Parque Kruger realiza la autopsia a un rinoceronte abatido por los furtivos
El equipo de investigación del Parque Kruger realiza la autopsia a un rinoceronte abatido por los furtivos - abc

ABC con el CSI sudafricano que persigue a los cazadores furtivos de rinocerontes

La matanza de estos animales para la venta de sus cuernos en el mercado asiático se cobró el año pasado la vida de 1.215 ejemplares

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Frikkie Rossouwes un hombre menudo, pausado. Cierra levemente los ojos al mirar, quizá por el implacable sol de la sabana sudafricana o porque trata de escudriñar a su interlocutor. Con sus pantalones cortos del uniforme del Parque Nacional Kruger, el enclave protegido más grande del país, parece un colegial al lado de Yao Ming, el jugador chino de la NBA que visitó la reserva hace tres años. Frikkie muestra la foto en su móvil. Parados junto a una furgoneta, apenas le llega a la cintura. «A los nuevos rangers (los guardas del Kruger) les digo que este es el furtivo más grande que he atrapado», bromea.

Tras décadas al servicio de la Policía sudafricana, Frikkie es ahora el jefe de la unidad de investigación contra el furtivismo en el Parque Nacional Kruger.

Es experto en hacer hablar a los muertos. Las víctimas de los crímenes que investiga ni siquiera podrían hacerlo en vida. Tiene la difícil tarea de dar con los asesinos de los rinocerontes que son abatidos cada día en la reserva natural, refugio de la mayor población mundial de esta especie casi prehistórica.

Más preciado que el oro

El año pasado, los furtivos acabaron con la vida de 1.215 ejemplares en Sudáfrica, más de 800 en el Parque Kruger. Solo en lo que va de año, los traficantes se han cobrado ya casi medio centenar de piezas. Van en busca del preciado cuerno de rinoceronte, una mercancía utilizada en la medicina tradicional asiática y que se ha convertido en último artículo de lujo para los nuevos ricos de China, Vietnam y Tailandia. Su precio supera ya al del oro o la cocaína. A más de 60.000 euros el kilo, la queratina del animal africano ha logrado comprar la voluntad de decenas de personas sin recursos, guardas, policías y altos cargos de la Administración. Mafias internacionales operan desde fuera del Parque Kruger, que se ha convertido en su supermercado.

El trabajo de Frikkie Rossouw es llevarlos ante la Justicia. Reunir las pruebas necesarias que permitan al fiscal obtener una sentencia condenatoria. «Es lo mismo que la investigación de un crimen policial. Necesitamos pruebas físicas», explica el experto forense del Parque Kruger. Lo primero es encontrar el cadáver, después el arma y finalmente quién apretó el gatillo. Sudáfrica ha logrado así detener a 386 furtivos, y enviar al 61 por ciento a prisión.

Seguir el rastro de los buitres

Los rangers han avisado del hallazgo de un nuevo rinoceronte abatido. Murió hace apenas dos días. Los furtivos erraron el tiro y no lograron llevarse el cuerno. El animal escapó y acabó por fallecer por agotamiento y fallo orgánico. Los guardas cortaron su asta y la llevaron a la caja fuerte del parque, en el campamento de Skukuza, al sur de la reserva. Allí se custodian los cuernos recuperados por las brigadas contra el furtivismo. Es más que una cámara acorazada: «Es un Fort Nox», asegura Rossouw.

Tras dos horas y media rumbo al noroeste, junto a Orpen Gate, en el mismo corazón del Kruger, los buitres delatan la presencia de la víctima. La zona ha sido una de las más castigadas en los últimos meses, al ritmo de un rinoceronte diario en diciembre. Frikkie Rossouw y su equipo recogen el material; trajes protectores y calzas para no contaminar la escena. Detector de metales, kits de ADN y una tableta donde se registrarán todos los pormenores del caso.

El animal aún está intacto; las hienas y los buitres aún no han desgarrado su cuerpo. Los furtivos son extremadamente cautos. Entran en el parque y sobreviven durante días sin encender fuego, ni dejar tras de sí una colilla que pueda revelar su ADN.

Los furtivos usan rifles con silenciador

Con el detector de metales, el equipo de Frikkie recorre la escena en busca de posibles casquillos de bala. Los investigadores sostienen que el animal vagó durante horas herido tras el impacto de bala, por lo que es poco probable que se encuentren en la escena rastros de los culpables. «Utilizan silenciador para evitar que los rangers no oigan el disparo y les localicen. Al hacerlo pierden precisión y los animales no mueren en el acto. A este ejemplar le dispararon hace dos días. Debió de morir envuelto en un gran dolor», explica el expolicía afrikaner.

Mientras, su ayudante recorre el cuerpo del rinoceronte en busca de la bala. Con sus cuchillos afilados, el equipo de CSI comienza la disección. Se trata de averiguar la trayectoria y dar con proyectil. La carne en proceso de descomposición mezclada con la hierba fermentada en el estómago del herbívoro despide un olor que se graba en la pituitaria.

En busca de pruebas

El proyectil permitirá identificar el fusil que efectuó los disparos. Si el furtivo regresa al parque y es sorprendido, podrán establecer la conexión entre este animal y su ejecutor. «A menudo, la escopeta cambia de manos. Podemos recuperarla, pero es muy complicado encontrar huellas dactilares. Quizá algo de ADN que logre situarle en la escena», lamenta el investigador.

Recogen piel y grasa que será enviada al laboratorio de la Universidad de Pretoria para pruebas de ADN, junto con todo el documento del análisis postmortem. Tras horas bajo el sol, las gotas de sudor le resbalan por la nariz. Rossouw ciñe aún más los ojos. Es consciente de lo difícil que será dar con los autores. «Yo soy siempre positivo, quizá no convencido, pero estamos trabajando por encontrar algo que pueda llevarles ante la Justicia. Es frustrante; pero si no fuera por nuestro esfuerzo, de los rangers, de la Policía, los CSI… no sabemos dónde estaríamos ahora. Merece el esfuerzo».

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