El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker; el Papa Francisco; el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz; el presidente saliente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, y el primer ministro italiano, Matteo Renzi
El presidente de la Comisión Europea, Jean-Claude Juncker; el Papa Francisco; el presidente del Parlamento Europeo, Martin Schulz; el presidente saliente del Consejo Europeo, Herman van Rompuy, y el primer ministro italiano, Matteo Renzi - efe

El Papa al Consejo de Europa: «¡Cuánto dolor y cuántos muertos se producen todavía en este Continente!»

Propone abordar los desafíos con «memoria del pasado, valor, y una sana y humana utopía»

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En un largo discurso centrado en la paz, el Papa Francisco constató con amargura ante el Consejo de Europa «¡Cuánto dolor y cuántos muertos se producen todavía en este Continente, que anhela la paz, pero que vuelve a caer fácilmente en las tentaciones de otros tiempos!». Era una referencia clara a la guerra de conquista en Ucrania, que repite experiencias amargas del siglo pasado, y trae de nuevo los mismos riesgos.

Ante los representantes parlamentarios de 47 países y 800 millones de personas, el Papa advirtió que «la paz sufre también por otras formas de conflicto, como el terrorismo religioso e internacional, embebido de un profundo desprecio por la vida humana y que mata indiscriminadamente a víctimas inocentes».

El Santo Padre recordó que «por desgracia, este fenómeno se abastece de un tráfico de armas a menudo impune.

La Iglesia considera que la carrera de armamentos es una plaga gravísima de la humanidad y perjudica a los pobres de modo intolerable».

Mirando a un problema que sucede fuera pero también dentro de Europa, Francisco añadió que «la paz también se quebranta por el tráfico de seres humanos, que es la nueva esclavitud de nuestro tiempo».

Ante un panorama mundial poco idílico y problemas internos claros, Europa necesita una revitalización que se apoye en sus raíces pues «para caminar hacia el futuro hace falta el pasado, se necesitan raíces profundas, y también se requiere el valor de no esconderse ante el presente y sus desafíos. Hace falta memoria, valor y una sana y humana utopía».

Culto a la opulencia

El Consejo de Europa es responsable de la tutela de los derechos, y el Papa advirtió que «el concepto de derecho humano, que tiene en sí mismo un valor universal, queda sustituido por la idea del derecho individualista. Esto lleva al sustancial descuido de los demás, y a fomentar esa globalización de la indiferencia que nace del egoísmo».

El cuadro se vuelve cada vez más oscuro pues «del individualismo indiferente nace el culto a la opulencia, que corresponde a la cultura del descarte en la que estamos inmersos. Efectivamente, tenemos demasiadas cosas, que a menudo no sirven, pero ya no somos capaces de construir auténticas relaciones humanas, basadas en la verdad y el respeto mutuo».

El resultado, según el Papa Francisco es que «hoy tenemos ante nuestros ojos la imagen de una Europa herida por las muchas pruebas del pasado, pero también por la crisis del presente, que ya no parece ser capaz de hacerle frente con la vitalidad y la energía del pasado. Una Europa un poco cansada y pesimista, que se siente asediada por las novedades de otros continentes».

La vía de salida incluye poner en juego los recursos propios, examinando si «el inmenso patrimonio humano, artístico, técnico, social, político, económico y religioso de Europa es un simple retazo del pasado para museo, o si todavía es capaz de inspirar la cultura y abrir sus tesoros a toda la humanidad».

Razón y fe

Según el Papa, Europa debe profundizar en la multipolaridad interna y en la transversalidad, incluida la generacional, pues «en los encuentros con políticos de diferentes países de Europa, he notado que los jóvenes afrontan la realidad política desde una perspectiva diferente a la de sus colegas más adultos».

Naturalmente, debe apoyarse también en su rico patrimonio religioso. Recogiendo ideas de Juan Pablo II y Benedicto XVI, el Papa señaló que «en la visión cristiana, razón y fe, religión y sociedad, están llamadas a iluminarse una a otra, apoyándose mutuamente y, si fuera necesario, purificándose recíprocamente de los extremismos ideológicos en que pueden caer».

En esa línea de vuelta al equilibrio mencionó las cuestiones de «la protección de la vida humana, cuestiones delicadas que han de ser sometidas a un examen cuidadoso, que tenga en cuenta la verdad de todo el ser humano, sin limitarse a campos específicos, médicos, científicos o jurídicos».

Pobreza en Europa

Lo mismo vale respecto a la acogida a los inmigrantes o «al grave problema del trabajo, especialmente por los elevados niveles de desempleo juvenil que se produce en muchos países, una verdadera hipoteca para el futuro».

Con su realismo habitual, el Papa mencionó la gran cantidad de «pobres que viven en Europa. ¡Cuántos hay por nuestras calles! No sólo piden pan para el sustento, que es el más básico de los derechos, sino también redescubrir el valor de la propia vida».

Invitó a prestar más atención a los pobres pero también al cuidado del medio ambiente, «de nuestra querida Tierra, el gran recurso que Dios nos ha dado y que está a nuestra disposición, no para ser desfigurada, explotada y denigrada, sino para que, disfrutando de su inmensa belleza, podamos vivir con dignidad».

Al final de su largo discurso, el Papa estaba cansado y emocionado. Había madrugado para volar desde Roma a Estrasburgo y dirigir un completísimo discurso al Parlamento Europeo.

Después de reunirse con los presidentes de las demás instituciones de la UE –la Comisión Europea, el Consejo Europeo y el Consejo de la Unión Europea-, el Papa había recorrido en automóvil la breve distancia que le separaba del edificio del Consejo de Europa, donde fue recibido por su secretario general Thorbjorn Jagland, antiguo primer ministro de Noruega.

En este segundo foro, el Papa abordó el problema de la paz y de la convivencia, en otro largo discurso. Al terminar, se dirigió al aeropuerto para emprender el vuelo de regreso a Roma, almorzando ya en el avión. Con apenas cuatro horas en Estrasburgo, Francisco ha llevado a cabo en una mañana el viaje papal más corto de la historia. Pero también uno de los más intensos.

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