500 aniversario

Primera vuelta al mundo: El Santo Niño de Cebú

Primera vuelta al mundo es una serie de artículos en la que el marino Ignacio Fernández Vial recrea cada sábado el viaje de Magallanes y Elcano

Recibimiento del Galeón Andalucía en la isla de Cebú con su Santo Niño (2010)

Ignacio Fernández Vial

El 14 de abril 1521, la armada se encuentra en Cebú (Filipinas ), y después de ser bautizado el rey de aquella isla, que recibe el nombre de Carlos, y la reina , a la que los españoles llaman Juana, Pigafetta nos relata lo siguiente: «yo mostré a la reina una imagen pequeña de la Virgen con el Niño Jesús. Me la pidió para colocarla en lugar de sus ídolos, y se la di de buenas ganas». Esta imagen de unos 30 centímetros de altura, realizada en madera policromada, fue encontrada en aquella isla por los españoles el 28 de abril de 1565, es decir, 44 años más tarde, por dos tripulantes de la armada de Miguel López de Legazpi . Vamos a conocer como sucedió este hecho de manos del Sacerdote Agustino, Gaspar de San Agustín , que lo describe a finales del siglo XVI.

«Entró el marinero Juan de Camús en la casa de un indio principal… halló otra caja liada con cordel de Castilla, dentro la hechura de talla de un Niño Jesús. Alborozado y como fuera de sí, salió gritando la felicidad de su despojo... Acudieron todos a la casa, y el General la veneró hincado de rodillas, derramando muchas lágrimas y con singulares afectos de devoción».

Los tripulantes de la réplica del galeón Andalucía, que hicimos escala en Cebú en octubre de 2010, quedamos impresionados al ver la devoción que tienen los habitantes de las islas filipinas a esta imagen del Santo Niño. En la inmensa mayoría de las viviendas, por más humildes que sean, así como en numerosos espacios públicos, se halla presente una talla de este santo patrón. Fuimos testigos de las enormes colas que se forman para ir a adorarlo ante su altar durante las veinticuatro horas de todos los días del año, y cuando la gente se enteraba de que éramos españoles tripulantes del galeón, nos comentaban entusiasmados que gracias a España conservaban esa imagen, a la que atribuyen haber comenzado la cristianización en Filipinas.

Volvamos a la expedición. Mientras sus hombres se relajan y gozan de placeres ya casi olvidados, Magallanes y sus oficiales continúan manteniendo contactos diarios con los jefes de los otros pueblos que se levantan en la isla, a los que hacen jurar obediencia a su anfitrión, el rey Humabón, atendiendo así a los ruegos de éste. «Hizo el capitán decir al rey que, entre las muchas ventajas que iba a gozar haciéndose cristiano, tendría la de vencer más fácilmente a sus enemigos. El rey respondió que estaba muy contento de convertirse, aun sin beneficio ninguno, pero que le agradaba poder hacerse respetar de ciertos jefes de la isla, que rehusaban someterse diciendo que eran hombres como él y no querían obedecerle. Entonces el capitán mandó que los trajeran y les dijo que si no obedecían al rey como soberano, los haría matar a todos y confiscaría sus bienes en provecho del rey. Con esta amenaza todos los jefes prometieron reconocer su autoridad».

Humabón, cada vez más seguro de sus fuerzas, pues con tan poderoso aliado poco tenía que temer, le pide a Magallanes que obligue a los jefes de la vecina isla de Mactán a rendirles pleitesía. El capitán general accede y envía un mensaje a los caciques de esta isla ordenándoles que como acto de sumisión a Humabón, les envíen cada uno de ellos, una serie de presentes: tres cabras, tres puercos, tres fardos de arroz y tres de maíz. Tres señores de esta isla se niegan a aceptar el mandamiento: el de la pequeña aldea de Bulaia y los caciques Zula y Cilapulapu . Ante esta negativa y necesitando reafirmar su autoridad, Magallanes decide dar a uno de estos pueblos un severo castigo ejemplar que convenciera al resto a aceptar su requerimiento. Con este fin, lo más granado de su gente de armas embarca en dos bateles que mandados personalmente por el capitán general, se dirigen a Bulaia, a donde llegan a la caída del sol. Nada más pisar tierra, entran en este poblado dispuestos a tomarlo por la fuerza, pero se encuentran con la sorpresa de que había sido abandonado por los nativos ante el temor de la reacción de los castellanos, por lo que deciden saquearlo y prender fuego a sus chozas.

Con esta demostración de fuerza, el capitán general cree haber podido atemorizar a los señores Zula y Cilapulapu , de los que espera que se presentaran muy pronto en Cebú para declararse vasallos de H umabón y del emperador Carlos I . Pero no fue así. Solamente uno de ellos, Zula, da muestras de haberse plegado a la voluntad de los castellanos al enviar el día 26 de abril a uno de sus hijos llevando consigo únicamente dos cabras. Les dice que su padre no les puede mandar el resto de lo exigido, porque el otro jefe del pueblo, Cilapulapu , no quiere reconocer la autoridad del rey de Cebú y de sus aliados los castellanos, y acaba pidiéndole que les ayuden a derrocarlo para así evitar el castigo de los españoles, y añadiendo que para ello solamente necesitarían el apoyo de una chalupa con hombres armados, con los cuales, junto a sus guerreros, combatirán a su rival hasta llegar a derrotarlo.

Magallanes confiando ciegamente en sus hombres, se dispone a combatir, con él a la cabeza, al poderoso cacique Cilapulapu. Una decisión que le traerá funestas consecuencias.

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