Sevilla y amén

Curro Romero: la eterna juventud

Ayer fue cuando Andrea parió a su Faraón. Tiene ya ochenta y cinco y no tiene ninguno porque el tiempo no mide la verdad de los dioses

El Faraón es eterno porque enhebra su muleta por las agujas del tiempo Arjona

Alberto García Reyes

El tiempo es una trampa. No existe, es un engaño que acude a la muleta sin nada que perder, un círculo cerrado que atrapa inmensidades en una simple estampa. El tiempo es este lance tallado en la memoria, los oles del futuro aún en blanco y negro, las plantas enterradas, la cara de eccehomo, el brazo fugitivo, la muerte por la espalda pasando por la vida que habita entre los sueños.

El tiempo es este verso escrito en el vacío, el ímpetu del toro flotando sin destino, el trazo de las manos allí donde gravita la lágrima del hombre, la mata de romero echando flores nuevas en cada pase eterno.

El tiempo nunca pasa por dentro de las cosas, jamás puede medir el ritmo del tictac que sangra al embestir si va tras de su sombra, más lento que el dolor y más hondo que el miedo, en busca de la luz que emana del misterio del todo ante la nada. El tiempo de Romero es joven e invencible como un silencio puro clavado en el tendido. Ni el tiempo lo atraviesa.

Ayer fue cuando Andrea parió a su Faraón . Ayer le dio la luz del año treinta y tres, el llanto, la fatiga de largas madrugadas durmiendo a la intemperie, la bata de mancebo, cartel de Pañoleta, Utrera con caballos, Sevilla, Radiador, Valencia, la Ascensión...

Ayer fue cuando Andrea rompió los almanaques y todo se detuvo: las horas, las verónicas, los largos naturales que aún no han terminado, las dudas, los errores, las tardes levitando delante de un abismo, la oscura soledad en medio del gentío, la búsqueda infinita del arte en el peligro... Palabra de Romero: « Yo no entiendo las prisas . ¿Es que acaso se puede soñar con rapidez?».

Todo aquello que vale siempre es lento, muy lento . No termina jamás porque sigue pasando en algún escondrijo de ese espacio sin límites donde está la emoción. El pintor nunca acaba de pintar sus angustias. El poeta se deja siempre un verso en la pluma. El músico compone melodías a medias.

El torero se queda con un lance en el alma. Porque nunca una obra se termina del todo, sólo llega un momento en el que se abandona. El artista se fuga, huye lejos de sí, y el torero se queda. Quieto ahí, sin moverse , como el tiempo desnudo, unidad de medida de la obra inmortal.

Han pasado los toros, los tendidos, las tardes, los que estaban allí, los que nunca estuvieron, los toreros de plata, los cronistas, los petos, los fracasos, las huellas, las locuras, los locos, los pañuelos, los llantos, las orejas, las puertas del Príncipe , los cielos, las aguas que separan a la plaza del Pasmo, los ensalmos, las quejas...

Ha pasado lo físico, lo que puede medirse, pero nunca ha pasado lo que no pertenece al dominio del tiempo, lo que nunca caduca , lo que no se marchita, lo que nunca se agota, lo que está en ningún sitio porque está en el recuerdo. Ayer fue cuando Andrea trajo al mundo a su niño y los años son sólo un número cualquiera.

Tiene ya ochenta y cinco y no tiene ninguno porque el tiempo no mide la verdad de los dioses . En el arte de Curro -con el ay de José me han crujido los huesos mientras veo pasar ese toro de piedra- no hay reloj ni sentencias.

De su boca ha salido la palabra perfecta que describe el compás de sus leves muñecas: « Se ha pasado la vida en un visto y no visto ». En un visto y no visto, cuando Dios te ha escogido, está el tiempo infinito. Curro es Resurrección .

Y por eso en diciembre, cuando empieza el adviento, su figura retalla la eterna juventud. Porque el tiempo no pasa por encima del Tiempo . Eje, tiempo, despacio. Ven aquí por soleá.

El Faraón es eterno

porque enhebra su muleta

por las agujas del tiempo.

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