Los Pajaritos

Aprendiendo a leer a los 88 años

Un taller de alfabetización enseña a leer a octogenarios de Sevilla y se convierte en una vuelta al cole para mayores, la mayoría de los cuales apenas pisaron la escuela de niños

Rosario, en primer plano, con sus cmpañeras del taller de alfabetización Vanessa Gómez

Mercedes Benítez

Rosario tiene 88 años y está aprendiendo a leer. Nunca fue al colegio porque de pequeña salía con su padre a vender cupones y luego, siendo muy joven, se tuvo que poner a trabajar. Estuvo ejerciendo de limpiadora de la Plaza España durante 31 años hasta que se jubiló. Ahora está en una silla de ruedas y vive sola. Necesita ayuda para ir al centro social pero una vecina empuja su silla de ruedas y la deja tres días a la semana en el centro social de Prodean de la calle Amperio de Sevilla, donde parece haber «resucitado». Allí aprende la cartilla y ya es capaz de reconocer las primeras letras. Los lunes, martes y jueves son para ella días importantes. Está aprendiendo mucho y a gran velocidad.

«He empezado a vivir de nuevo», dice riendo mientras escribe con primor las vocales en unas cartillas casi idénticas a las que utilizan los niños de Infantil. En sólo unos pocos días se ha aprendido las vocales. «No soy torpe, el primer día me cargué las vocales» , presume, admitiendo que sólo la «e» le cuesta un poco más.

La vecina la animó

A Rosario, soltera,le animó su vecina a volver al colegio a su edad y ahora está encantada. «He resucitado», insiste orgullosa . Los días de clase se levanta más temprano que nunca y con mucha ilusión. Y se ha convertido también en protagonista porque en sus primeros días de cole ya ha sido entrevistada por varios medios de comunicación. Su profesora insiste en que lo hace «estupendamente».

¿Qué es lo que piensa hacer cuando consiga leer ella sola? «Me compraré un libro y podré entender la televisión», responde esta mujer a la que, según confiesa, le habría gustado ser enfermera si hubiera tenido la oportunidad de estudiar cuando era joven. Quizás porque recuerda que su propia madre trabajaba a veces en un hospital.

Como ella hay otra mujer algo más joven en el mismo centro social. Esperanza tiene 75 años y lleva dos asistiendo a las clases porque tampoco conocía las letras cuando llegó. «Ya casi leo», cuenta. Nunca fue escolarizada porque su madre, que limpiaba una casa, se la llevaba cada día con ella. Luego, lo de siempre: se casó muy joven, a los 17 años llegó la primera de sus cuatro hijos y ya nunca más tuvo oportunidad de aprender. En su vida ha hecho de todo, desde trabajar en una fábrica de mermelada a otras tareas. Y nunca le quedó tiempo para otras cosas. ¿Como se las apañaba? Porque su marido le leía las cartas. Ycuando iba al mercado hacía las cuentas con los dedos. Luego, también su esposo le enseñó a defenderse con el cambio de la peseta al euro.

Ahora, doce años después de enviudar, acude a las clases con alegría. Le encanta. «Termino corriendo las tareas de casa para venir a clase». Pero también acude con algo de vergüenza . No quiere que sus hijas, que tienen estudios, la vean en un fotografía como si fuera analfabeta. Sea como sea, su ilusión es poder leer un libro y entender los rótulos de la televisión.

Son dos ejemplos de las doce personas mayores que acuden al aula de alfabetización que se organiza tres días a la semana en el centro social de Prodean en la calle Amperio de Sevilla. Son once mujeres y un hombre , la mayoría octogenarios que o no fueron al colegio de pequeños o si lo hicieron fue por poco tiempo. Hay dos que no saben leer. El resto sí lo hace, pero tiene un nivel de Segundo de Primaria.

Entre todas o casi todas hay un denominador común, además de que no fueron escolarizadas de pequeñas, dependían de sus parejas para manejarse en el día a día sin saber leer ni escribir. Yno ha sido hasta quedarse viudas o solas cuando se han decidido a alfabetizarse. «Mi marido no me dejaba ir al colegio pero yo nunca he sido torpe» , confiesa María Jesús, otra de las mujeres de 73 años que también asiste a esta improvisada escuela porque, aunque sabe leer, sólo estudió hasta los once años. A partir de esa edad entró de aprendiz en un taller de bordados y con 21 se casó. Ahora, ya viuda está mejorando su ortografía y las cuentas. Lo mismo que Adela que, a sus 81, y que sólo estudió hasta los 12, también va para mejorar su ortografía, aprender y hacer cosas que no hizo antes y evitar que esta en su casa «hablando con las paredes».

La soledad

De hecho, el miedo a la soledad es también un aliciente más para que estas mujeres salgan de casa y se acerquen al aula a aprender. Y de paso, como dice otra de ellas, «para no atrofiarse» .

Algunas, además, nunca han salido del barrio. «El año pasado las llevamos a la Feria y se emocionaron tanto que alguna dejó el andador en la puerta de la caseta», explican desde la fundación Prodean. Porque a veces en esos talleres también organizan visitas culturales o excursiones para que estas personas conozcan algo más allá de las fronteras del distrito.

«No es más difícil por tener esa edad. Son las ganas que le ponen», dice Rocío Cano-Romero, responsable de voluntariado de Prodean y del centro social donde además del taller de alfabetización atienden por las tardes a niños de Primaria y Secundari a para labores de refuerzo educativo entre otras actividades que organizan. La vocación de Prodean, una ONG que nació hace 29 años con el objetivo de situar «la dignidad de toda persona» en el centro de la acción social.

Con esta tarea y esos objetivos en Sevilla trabajan sobre todo en zonas desfavorecidas como Torreblanca, Los Pajaritos, Amate, Candelaria y se centran en colectivos más vulnerables como los mayores, las mujeres y la infancia. Tienen también un aula de mayores, además del de alfabetización y taller de memoria o de gimnasia pasiva.

Muy aplicados

El aula de alfabetización está formada por voluntarios que, segúnCano-Romero, supone para estas personas que se olviden de que tienen 80 años. De hecho, según relata, la mayoría son muy aplicados porque están haciendo lo que no hicieron cuando tenían ocho años. «Se comen las fichas» y además durante esa hora que pasan leyendo la cartilla «se les olvida que tienen 80 años».

Es una tarea que los voluntarios de Prodean llevan a cabo de forma desinteresada, en la que tienen que ser constantes ya que cada persona mayor necesita alguien que esté constantemente a su lado para despejarles las dudas. Pero sobre todo un trabajo que consideran «supergratificante» y que ha hecho que muchas octogenerias de los barrios más desfavorecidos vuelvan al colegio. No les dan boletines de notas pero si un diploma al esfuerzo que supone empezar de cero a partir de los 80 años.

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