Aniversario

Rocío Jurado y Ortega Cano: veinticinco años de una boda que rompió moldes

Se cumplen un cuarto de siglo del enlace de la cantante y el torero en la finca «Yerbabuena»

Rocio Jurado y Ortega Cano se besan tras contraer matrimonio ABC

Mercedes Benítez

Lucía un día soleado cuando, hace ahora veinticinco años, Rocío Jurado y Ortega Cano se daban el sí quiero. Lo hacían en «Yerbabuena», la finca de la localidad sevillana de Castiblanco de los Arroyos que habían comprado poco antes a Espartaco. Con una espectacular celebración en la ermita de la finca, Las Vírgenes, con tres sacerdotes y 1.500 invitados, tuvo lugar la que se convirtió en la boda del año.

El enlace contaba con todos los ingredientes de una copla de Rafael de León. Se casaba una folclórica y un torero. Y lo hacía por todo lo alto. Con coches de caballos, una novia clásica y un novio vestido de corto, como lo hacen los toreros, y centenares de invitados como testigos de la unión.

La ocasión merecía echar el resto después de que tuvieran que aguardar varios años desde que se conocieron en la consulta de un médico. Sin haberlo visto torear, según confesaría «la más grande» en una entrevista posterior, Rocío y Jose, como ella lo llamaba, sintieron el «flechazo» con sólo un cruce de miradas. Luego tendrían que esperar los trámites del proceso de nulidad de la cantante con el boxeador Pedro Carrasco.

Por eso el enlace fue a lo grande. Con coches de caballos y con una novia que, rodeada de micrófonos, confesaba camino del altar estar «muy nerviosa». Retransmitida en directo por varias televisiones, Rocío elegía entre los cuatro trajes que le habían confeccionado y aparecía deslumbrante con el del modisto colombiano Carlos Alberto Zapata . Era un modelo de corte clásico que acompañó con un toque especial en el pelo. Llevaba su abundante melena recogida «a la goyesca» con una diadema de orquídeas y rosas blancas mezcladas con azahar y perlas. Y lucía sobre el pecho una cruz de brillantes que había pertenecido a su madre. Usó dos modelos ya que se cambió por la tarde. Se puso otro vestido blanco formado por un cuerpo bordado de escote cuadrado y amplia falda de vuelo firmado por el mismo diseñador.

Los padrinos

En cuanto a los padrinos, la cantante llegó del brazo de su hermano Amador Mohedano y él de su madre, Juana, ataviada con un elegante traje en tonos marrones y la clásica mantilla. La novia se hizo esperar durante hora y media

Como eran demasiados invitados, sólo los elegidos, unos 200, pudieron entrar en la ermita. Y el enlace se convirtió en un auténtico pase de modelos en el que hubo de todo . Pamelas, trajes de chaqueta y toda la gama de vestimentas y complementos.

Su hija Rocío, que por aquellas fechas lucía el pelo corto, hizo de dama de honor. Primero fue con un traje acorde con su papel. Y tras la ceremonia se cambió de atuendo para lucir un vestido en tono azul pastel. «Nunca he visto a mi madre tan emocionada y tan feliz» , confesaba.

Entre los invitados estaban presentes la Duquesa de Alba con su hija Eugenia Martínez de Irujo, Carmen Martínez Bordiu, Massiel, Finito de Córdoba, Carmina Ordóñez, Patricia Rato o Joan Manuel Serrat. Del mundo de la copla también estuvieron muchos. Juanita Reina, Gracia Montes, Paco Cepero, Manolo Sanlúcar, Los Marismeños... Y también muchos políticos de la época. Allí estaban Federico Trillo, Manuel Chaves, José Rodríguez de la Borbolla o Alejandro Rojas Marcos.

Una tarta como una plaza

Todos ellos disfrutaron de una larguísima velada, primero al aire libre bajo enormes carpas ya que hizo un día espléndido, y luego en el interior. Tras los aperitivos, en los que no faltó el jamón, el menú fue a base de un surtido de mariscos, crema de melón, lomo a la brasa y tarta nupcial en forma de plaza de toros.

La pareja, que posteriormente adoptaría dos niños colombianos, disfrutó de una fiesta que se prolongó hasta las 4 de la mañana y que dio para muchas anécdotas. Como el momento del intercambio de alianzas, cuando Rocío tuvo que indicarle a Ortega Cano cuál era el dedo en el que debía ponerle el anillo (grabado con las iniciales de ambos).

O cuando ella se equivocó y le prometió «felicidad eterna» en lugar de fidelidad. Luego la velada, en la que Ortega Cano se arrancó a cantar y pronunció aquel «estamos tan agustito» que quedaría para el recuerdo, se prolongaría. Era el primer capítulo de una historia a la que años después la enfermedad y posterior muerte de la cantante se encargaría de poner un final muy distinto al que ambos imaginaban.

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