Lloyd George (Reino Unido), Orlando (Italia), Clemenceau (Francia) y Wilson (Estados Unidos) en una reunión preparatoria de la Sociedad de Naciones, de la que finalmente los norteamericanos se autoexcluirían por decisión del Congreso
Lloyd George (Reino Unido), Orlando (Italia), Clemenceau (Francia) y Wilson (Estados Unidos) en una reunión preparatoria de la Sociedad de Naciones, de la que finalmente los norteamericanos se autoexcluirían por decisión del Congreso - ARCHIVO
SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

La expulsión de la URSS, única medida de fuerza de la inoperante Sociedad de Naciones, 14-12-1939

Estados Unidos, patrocinador de la creación de este organismo internacional, nunca llegó a integrarse en él, mientras que Alemania, Japón, Italia y otra veintena de países se fueron retirando del mismo por distintos motivos

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La Sociedad de Naciones había nacido, tras la debacle de la Primera Guerra Mundial, inspirada por los Catorce Puntos del presidente estadounidense Wilson y su “nueva diplomacia”, como una organización que debía arbitrar las diferencias y pleitos entre las naciones para evitar que se produjese cualquier nuevo estallido bélico. Las ausencias iniciales más notables de la Sociedad de Naciones fueron varias. En primer lugar, los países herederos de los considerados instigadores de la guerra y derrotados en ella: Alemania (admitida en 1926), Austria (1920), Hungría (1922) y Turquía (1932), nacidos tras la disolución del Imperio Alemán, AustroHúngaro y Otomano. Pero también la URSS, surgida tras la Revolución Rusa y el fin del Imperio de los Zares, que, excluida inicialmente de la comunidad internacional, no sería aceptada como miembro hasta 1934.

Pero, sin duda, la ausencia más notable fue la de los Estados Unidos, que había sido quien propusiera la creación de este organismo internacional. En este caso, la ausencia se debió a factores de orden interno, al ser vetada su participación en la Sociedad de Naciones por el Congreso del país norteamericano.

La Sociedad de Naciones tuvo sus momentos más brillantes en la inmediata posguerra como mediadora de los numerosos conflictos fronterizos que se desarrollaron ―no sólo en Europa, aunque principalmente en ella― en la década de los 20. Sin embargo, el auge de los totalitarismos al abrigo del crack del 29 y la falta de consenso político, unido a la grave crisis económica de principios de los años 30, marcó el principio del fin de una organización en la que la ausencia de los EE.UU., único país que poseía la energía y vitalidad necesarias para respaldar el proyecto tras la Primera Guerra Mundial, había lastrado desde el inicio la viabilidad de la Sociedad de Naciones. A medida que la situación internacional se deterioraba y se instalaba un clima bélico a lo largo y ancho del planeta, las desafecciones y deserciones de la organización aumentaban. Sobre todo por parte de los países que con regímenes autoritarios o abiertamente totalitarios mostraban una política exterior más agresiva e imperialista.

Alemania se autoexcluyó y abandonó la Sociedad de Naciones inmediatamente después de la llegada de Hitler y los nazis al poder en 1933. Un ente internacional surgido al calor del odiado Tratado de Versalles, y que tenía por objeto el arbitraje pacífico de conflictos internacionales, no casaba de ninguna manera con los planes futuros del Fürher. Japón también se retiró del organismo en ese mismo año: las conclusiones de la comisión Lytton, encargada por la Sociedad de Naciones para investigar el denominado incidente de Mudken ―la excusa que desencadenó la intervención militar del Imperio Japonés en Manchuria―, no fueron aceptadas por el país del Sol Naciente, que a raíz de ello abandonó el organismo. El Reino de Italia, bajo el régimen fascista de Mussolini, seguiría los pasos de ambos países en diciembre de 1937 tras ser condenada la invasión de Abisinia. Entre 1935 y 1939, muchos otros países, sudamericanos en su mayoría, y por diferentes motivos, abandonaron la organización: Paragüay, Nicaragua, El Salvador, Venezuela y Perú. Mientras en Europa, instalada en un clima de guerra inminente y con la Guerra Civil española como trasfondo, también fueron varias las desafecciones: Austria y Checoslovaquia, desaparecidas como estado en 1938; Hungría, en abril de 1939, y posteriormente Rumanía, ya con la guerra iniciada en 1940. De tal forma que la Sociedad de Naciones quedó mutilada y en la práctica convertida en una organización en la que sólo las democracias del occidente europeo ―Gran Bretaña y Francia, principalmente― participaban en sus baldías reuniones.

En un momento en el que la política de apaciguamiento imperante en dichos países maniataba su política exterior, la Sociedad de Naciones fue incapaz de actuar como juez y árbitro de ningún conflicto al serle negada cualquier autoridad o legitimidad por parte de los países que posteriormente serían los integrantes principales de la alianza del Eje en la Segunda Guerra Mundial: Alemania, Italia, Hungría, Rumanía y Japón. La única medida de firmeza que ejecutó la Sociedad de Naciones, un cadáver político ya tras la crisis de Múnich de 1938, fue la enérgica expulsión de la URSS, el 14 de diciembre de 1939, por su agresión a Finlandia. Inoperante durante el resto de la guerra, la Sociedad de Naciones, antecesora de la actual ONU, fue disuelta oficialmente en 1947.

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