Benzema y Cristiano, mirada perdida, como el Madrid
Benzema y Cristiano, mirada perdida, como el Madrid - reuters
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El Madrid ofrece el liderato

El conjunto blanco volvió a jugar un pobre encuentro y se llevó una merecida derrota gracias a un golazo de Aduriz (1-0). Si el Barcelona gana al Rayo, líder

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El Madrid ha pasado del dedo de Mou, director, agresivo, enhiesto, un dedo que podía hacer muchas cosas, no todas buenas, a la mano de Ancelotti. En el Madrid ha habido siempre o la mano dura, la del latigo, o la mano de medir los tiempos. Entre las dos estaría la mano intermedia de Ancelotti, o como dice la prensa: “Con guante de seda”. Y como esa mano está el equipo. La mano de Ancelotti va a traer cola. La mano del cuento de Ramón, que iba por libre y estrangulaba; la mano gordezuela y adiposa que Foxá comentaba tenía Azaña. (Narración y estadísticas del partido)

¿Cómo es el Madrid?

Pues como esa mano de Ancelotti, ni blanda, ni dura, adaptativa, acariciante.

Mano cuenco, mano de sombra chinesca.

San Mamés es un campo único. Por fuera, por dentro y por entorno. El ambiente más que inglés ya es alemán. Organización, griterío unánime. Hay un airecillo industrial que se nota en la Bundesliga.

En una parte de la grada, la afición madridista. Lucían unas cuantas banderas españolas. Casi se diría que más de las que se ven en el Bernabéu.

Ancelotti había exprimido sus meninges para alinear a Illarramendi por Lucas Silva. Ese baile en el interior derecho es la modificación o variable técnica de los últimos meses, pero parece poca cosa. Es un puesto que parece tener la función de tapar la espalda de Carvajal, al que, por cierto, pudo Williams (parecía un amenazante adelanto de Danilo).

El partido comenzó con dos robos de Muniain a Illarramendi. Pretender que Illarra modifique algo es como pretender que Moreno Bonilla ponga en su sitio a Putin. El centro del campo del Madrid pudo secar el fútbol de Muniain, pero poco más. Estuvo blando, sin agresividad. Sólo Kroos respondió con orgullo y algo de brío a las embestidas locales. Es decir, sólo Kroos dio una patada, respuesta brutal que en el Madrid ya no se ve.

El Athletic empezó a crecerse y a buscar los viejos fundamentos. De Marcos o Rico colgaban balones para Aduriz, que es un nueve antropológico, un nueve que da sentido al equipo, al club, al estadio. Sus cabezazos parecen un deporte rural.

Y eso que el Madrid venía de un par de conjuras de la plantilla. Cualquier día en una de esas conjuras se equivocan y toman el Congreso. Se ha pasado de la santiaguina a la costumbre de la conjura.

Desde la tribuna de San Mamés se veía claro que la obligación de que Isco sea interior aleja al futbolista del gol de un modo definitivo. Se ha iniestizado, pero ha perdido gol.

Gol de Aduriz

Illarra dio un pase al hueco para la subida de Carvajal, Bale presionó al portero en solitario y casi rompe el partido (lo enrabietó un poco), pero al segundo balón hacia Adúriz, en el minuto 26, llegó el gol local. Rico la eleva y el delantero llega desde atrás sin marca, con la admirada mirada de Pepe, pues admirado mira el defensa el remate del delantero que pierde. El cabezazo fue a la escuadra y no se puede culpar en esta ocasión a Casillas.

A partir de ahí, el Madrid cayó en la opción Marcelo y demostró que su centro del campo es el espacio Schengen de esta liga. Agallas de Kroos, algún intento de Bale, pero ninguna llegada. Sólo una, al final, tras extenuante contra de Marcelo.

Tras el descanso, dos ocasiones perfectas para el Madrid. Una jugada enorme de Isco para Benzema; una de Bale para Cristiano, que falló.

Cristiano consiguió con el Balón de Oro un paroxismo extrañísimo: lanzó el uh monstruoso al mundo del fútbol y el fútbol se lo devuelve en cada estadio. Una figura histórica que se ha unido perpetuamente a un abucheo. Es incomprensible y de alguna forma desactiva al jugador.

Tras el arranque brioso, dominio del Madrid, pero acompañado de una sensación de aburrimiento, de espectáculo visto y de ausencia de un elemento personal de rabia, locura o determinación.

El Madrid parece un niño rico, un poeta tedioso en la rive gauche, un funcionario sin tardes que vive de ansiolíticos. ¿Qué le pasa al Madrid?

Importancia de Pepe en la segunda parte. A la vez cortaba y lanzaba con esa interposicion de pecho y hombro acompañada de zancada posterior. En esas acciones suyas había coraje y riesgo y se transmitía algo.

El ataque estático era ataque estético, moría en el último intento de requiebro minimalista (japonesito, geisho) de Isco a Rico. Vimos en ese duelo el futbol ibérico resumido.

Pocas contras vascas, pero Adúriz ofrecía salida a la pelota seguido respetuosamente por Varane. Varane es un guardaespaldas tímido, blando, como el que sigue a Underwood en House of Cards.

Estas segundas partes del Madrid ya tienen una pauta: brío inicial tras la Ancelottina, sucesión de fútbol de toque sin profundidad ni miedo y cuando eso va remitiendo, la participación de Marcelo, que coge la pelota y el carril y hace del ataque del Madrid el pasacalles de Carlinhos Brown. Cuando el equipo se parte, el único nervio que sobrevive colgando es Marcelo.

En el minuto 70 ya estaba partido el Madrid, colgando de Isco la BBC. Ancelotti, para dar coherencia a lo que se veía en el campo, retiró entonces a Illarramendi por Jesé. Un 4-2-4 perfecto.

Si estuviera Núñez diría que para acabar en 4-2-4 ya está mi portera. El 4-2-4 es el esquema de la conjura.

La ovación de San Mamés a Williams fue metalúrgica, unánime, vibrante. El lehendekari de Bajo Ulloa está más cerca. Tremendo despliegue del hjugador, que añade a la verticalidad vasquista e inglesa tradicional esas carreras agónicas que emocionan más.

Después, un balón mal despejado por Carvajal lo empujó Adúriz al palo.

Pepe estaba para colocarlo en el centro del campo, pero el Athletic empezaba a llegar más y parecía más fuerte para el cuarto de hora final.

El Madrid eran Pepe, la ofuscación de Cristiano e indefiniciones rubias intermedias hasta que apareció Bale con un zurdazo desde el centro de campo (desde su sitio natural) que dio en el larguero. Una de esas cosas que sólo puede hacer el galés, auténtico superdotado físico y técnico. Hubiera sido el gol del año, pero quedó en el recordatorio de lo que este jugador haría si se diese o le diesen la libertad necesaria. Deja la sensación de jugar encorsetado en una sucesión de fintas contra su propia naturaleza en banda derecha.

Eso le pasa al Madrid. En algún momento se quedó bien colocado, mediano, equilibrado y bonito, pero sin personalidad. Le falta el arrebato (si fuera pedante, que no lo soy, diría que sin hybris). Y se sospecha que esa paralización del ánimo deriva de algo conjunto y táctico que no funciona.

El partido se acabó con un sonido familiar. No era el Isco, Isco, sino el “Rico, Rico” de la ovación de San Mamés, que, eterno, constante, dispensa siempre el mismo trato al Real Madrid cuando comparece con un equipo difuso y por determinar.

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