Cultura

Los mariscadores, el origen y su olvido, la reivindicación fotográfica que llega a Jerez

La exposición del fotógrafo Pascual Ross, 'La sal se come la piedra', que se puede visitar en el Campus hasta noviembre, busca dar valor a la figura del marisqueo como tradición de la Bahía de Cádiz, pero también como un sector que ha sido apartado y denostado

Una de las fotos de la exposición. Cedida

M. Almagro

Llega a Jerez toda una reflexión. Hasta el próximo 11 de noviembre en la sala de exposiciones de La Asunción del Campus de Jerez estará abierta una muestra de fotografías que no solo recoge un catálogo de imágenes con un hilo argumental común, sino que exhiben una idea, un sentimiento y un grito que quiere devolver y dar su lugar a aquello de donde partimos. Al origen, a la riqueza de la tradición, a la búsqueda por y para la necesidad, a la familia, al entorno, al hogar y al trabajo y sacrificio por él.

Y esta reflexión la firma el fotógrafo Pascual Ross, un experto en contar historias sobre personas y personas que son historias pero a través de sus lugares y costumbres y, al mismo tiempo, como manera de reivindicar aquello a lo que se ha dado tanto por hecho que al final se le ha robado su propia importancia.

Se trata de la muestra 'La sal se come la piedra', un proyecto que, como explican desde el Servicio de Extensión Universitaria del Vicerrectorado de Cultura de la Universidad de Cádiz, institución que organiza la exposición, se centra y reflexiona sobre la población de la Bahía de Cádiz, cuya actividad principal estaba dedicaba a labores relacionadas con la mar y con la sal. Familias que dependían de una u otra manera de la pesca, del marisqueo, una actividad no muy valorada comercialmente .

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Y para contarlo, Pascual Ross, lo ha dividido en tres partes. 'Yo no le temo a los rayos', 'La sal se come la piedra' y 'La mar salada'.

«En una parte de este mundo, una tierra pegada al mar, que forma parte de una bahía haciéndose una isla cada vez más pequeña, existen algunas personas que todavía se ganan su jornal diario 'tirándose al fango' cuando baja la marea», explica el autor. «Aunque existen licencias para mariscar, éstas son las mínimas y muchos de los mariscadores (o mariscaores) tienen que hacerlo de manera ilegal ya que ésta ha sido (y para muchos sigue siendo) su única manera de subsistir».

Por ello con sus imágenes, que logran retratar esta situación a través de sus protagonistas, Ross denuncia que nunca se haya promovido una industria con la que se haya hecho una referencia a este sector, haciéndole precisamente un referente, «dignificándolo», «visibilizándolo».

«Sin otra opción que lo furtivo, gran parte de mi familia pudo tirar hacia adelante y conseguir que no nos faltara lo básico para el día a día, gracias al esfuerzo y el sacrificio de su duro trabajo, en el que las condiciones climáticas han marcado su piel; el calor, el frío, la sal, la lluvia, el granizo y las picaduras de los mosquitos. Nunca ha habido intención de educar en este sentido a las nuevas generaciones, enseñándoles a valorar y cuidar el medio que les rodea y que bien gestionado, podría haber sido una salida laboral para cientos de familias», añade.

«Un pueblo que vive de espaldas al mar, que solo lo mira cuando llega el verano como opción turística. ¿Habríamos cambiado algo este pueblo si hubiéramos invertido en nuestro patrimonio natural y cultural?», se pregunta. De ahí que la primera parte de su proyecto, 'Yo no temo a los rayos' quiera dar valor a la figura del mariscador en esta tierra de sal. «Personas valientes que no temen realizar un trabajo duro, muchas veces en condiciones climáticas extremas y que gracias a esa lucha, muchas familias pudieron salir de la más absoluta miseria, como hizo gran parte de la mía».

Y esas personas y lugares y el propio autor están llenos de recuerdos. De olores salinos, de familia y de patios de vecinos, bocas de la Isla, coquina, pesca a corchuela... por ello la sal y el mar forman parte imprescindible también de este proyecto. Y así lo sigue relatando en fotos en la segunda parada, 'La sal se come a la piedra' en la que continúa reivindicando a todos aquellos que han crecido y envejecido junto al mar y han trabajado en este medio para ganarse la vida. Gente que ha vivido al día, dando de comer a los demás y que ahora «son invisibles para el sistema»,

Y concluye con 'La mar salada', donde se explora el territorio desde el origen; la sal, la familia, el lugar común... «Llevamos la sal en nuestra piel, en nuestra memoria, la sal nos da la vida y nos la quita, de cierta manera. Indago sobre su mitología, un elemento que nos ha acompañado como civilización a lo largo de la historia». Pero también como afrodisíaco, como signo de riqueza y estatus, como símbolo de amistad, como conservante y como aliado para evitar tormentas.

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