Reportaje | cádiz

Acampados en las Puertas de Tierra de Cádiz: «Esto no es gente que necesite ayuda, llevan cuchillos, palos y roban»

Vecinos y comerciantes de Bahía Blanca se muestran hartos y preocupados por la ocupación intermitente del foso de las murallas desde hace meses de personas que «llenan todo de basura, se drogan, amenazan y no saben convivir»

Tras ser desalojados este lunes, los residentes creen que volverán. «No es la primera vez. Los echan de un sitio y se van a otro y nunca acaba»

Los sin techo llevan meses acampando de manera intermitente en el foso de las Puertas de Tierra.

M. Almagro

Cádiz

«Mira, que no me lo estoy inventando. Que aquí si nos quejamos y estamos preocupados es por algo, que todos sabemos que la gente puede estar necesitada, en la calle, con problemas, enfermedades, sin dinero, y lo sentimos, ¡claro!, ¿quien no va a sentir algo así? ¡todo el mundo debería de tener una vida digna, nadie va a cuestionarlo!... pero una cosa es eso y otra, todo esto».

Un vecino del entorno de Bahía Blanca, en Cádiz, saca su móvil y empieza a mostrar vídeos y fotos de estos días, del sábado, del domingo... Se encuentra a los pies de uno de los monumentos más emblemáticos y visitados de la capital gaditana, la Puertas de Tierra, las murallas. Bien de interés histórico y cultural. Un símbolo y emplazada en una ubicación tan a la vista e importante de la ciudad que incluso tiene el derecho de 'separarla' en dos. Pero durante semanas, y meses, y de manera intermitente, se encuentra 'okupada'.

Las imágenes son dantescas. Entre el asombro, la miseria y la indignación. Y también son reales. Nadie las puede negar o escurrir aunque mire para otro lado, ahí están. No es un 'me han contado, me han dicho', es lo que se ve. Y en ellas se ve a un grupo de personas acampando en varias zonas del foso. Uno de ellos está tirado en el suelo, como ido, y balbucea. Otro mueve sus cosas entre multitud de basura y restos junto a una chica. Él lleva un cuchillo de cocina, de los grandes, en la trasera de la cinturilla del pantalón. Y otros dos buscan sitio para poner una tienda de campaña mientras gritan algo ininteligible. «Bueno... esta vez no los he cogido cagando ahí en medio o drogándose... es que de verdad, esto es horroroso. Lo que hemos tenido que vivir y aguantar aquí no tiene justificación alguna. Y da igual que sea de día o de noche. Aquí da igual todo».

Se le escucha atenta. Este vecino lo tiene muy claro y no se anda con historias sobre si se juzga o no al que está en la calle, si se es más o menos de derechas, izquierdas o sensible o políticamente correcto, incorrecto... Opina sobre lo que ve, sobre lo que vive y sobre lo que le llega a dar miedo, intranquilizar o incomodar la vida a un ciudadano. Tanto como para advertir: «por favor, no pongas mi nombre porque el otro día se me ocurrió llamarles la atención por cómo tenían todo de mierda y me amenazaron. Me dijeron que siguiera si tenía cojones, que me iban a 'pinchar'».

Y precisamente le advirtieron horas después de que se produjera una reyerta con palos y cuchillos entre dos de estos sin techo y uno de ellos resultara herido. Su 'contrincante' le atacó con un cuchillo y le hizo varios cortes en el abdomen. La Policía Nacional acudió al aviso. Las emergencias sanitarias también asistieron a esta persona. Pero hasta ahí. No hubo denuncia porque, sencillamente, no se suelen denunciar entre ellos.

«Esto no es gente que necesite ayuda, o sí pero en centros especializados o como quieran -si es que quieren-, estos llevan cuchillos, palos y roban. Estamos hartos. Antes por estos jardines había padres con niños jugando al fútbol, gente tomando el sol tranquila o con sus perros, pero desde que 'ellos' llegaron aquí ya eso se acabó. Si se hubieran portado bien quizá no tendríamos esta sensación, pero con peleas, gritos, drogas, basura, así... es difícil».

Su queja es compartida. Otra vecina pasa, se para y opina. «No se podía estar aquí tranquilo. Así nos hemos llevado meses y aunque ahora parece que los han desalojado, todos sabemos que volverán. Ya pasó una vez... volverán. Estoy convencida».

Se refiere al mes de febrero cuando el Ayuntamiento decidió desocupar este mismo foso. «Claro, tenían que limpiar y lo que pasó es que fumigaron y no podían permitir que estuvieran aquí porque eso es tóxico. Pero se fueron ahí al lado y luego volvieron sin problema...». «La gestión municipal que se está haciendo con estas personas es patética. Esto no se consiente en ningún lado, en ninguna ciudad de España. Si de verdad se les quiere ayudar habría que habilitarles sitios donde estuvieran vigilados, atendidos y controlados para salir de ahí y no dejarlos aquí como si no existieran». «Lo que no se puede hacer es permitirlo porque así lo que ocurre es que atraes a más. Muchos de los que acampan vienen de fuera. Aquí saben que se les deja».

«Han entrado a robar cada día»

Esta sensación de insalubridad e inseguridad se traslada unos metros más allá. Y es en los negocios de la calle Acacias donde se reafirma lo que los vecinos cuentan. Y temen. En las últimas semanas y en al menos cuatro negocios de esta calle han entrado a robar.

Lo que se llevan lo tienen claro. Suele ser el modo habitual de este tipo de marginalidad. Se le puede poner nombre: drogodependencia. Llevarse productos que puedan vender fácil por su cuenta y que les dé el dinero suficiente (unos 15, 20, 30 euros) para ir rápido a comprarse una papelina de micra. Habitualmente de 'rebujo' o 'rebujao', la mezcla de heroína con cocaína que ahora es la sustancia 'reina' entre los toxicómanos severos.

Y así se traduce este problema en la tienda. Lo cuenta una de estas dependientas. «Entran, cogen jamón, queso o un litro de aceite y se marchan. Vienen a lo que vienen. Si tienen hambre, yo lo entiendo, que se lleven leche, pan o chopped, pero lo que cogen son solo esos productos para revenderlos y así poder comprar lo que realmente quieren. No es para comer. Es así».

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Y continúa: «Ahora hay una que viene casi prácticamente todos los días. Ya la echamos y no perdemos el tiempo en perseguirla por la tienda para ver si roba. Una de las últimas veces se llevó para hacer una mariscada... ¿y qué haces?. Llamamos a la Policía pero cualquier cliente puede estar dentro y no lo pueden sacar porque sí, y cuando sale si le cogen algo es poco. Ellos saben hasta donde pueden robar, hasta donde es el hurto y que con poca cosa, no les pasa nada».

Pero la sensación de inseguridad al 'otro lado' permanece. «Para nadie es agradable estar trabajando y tener esa inquietud de que en cualquier momento pueda entrar alguien con problemas y causarte un problema a ti», cuentan en otro de estos negocios, víctima de estos asaltos.

«Son muy rápidos. En veinte minutos entran en varios y salen corriendo». Y remata: «No hay derecho. Entendemos que haya gente con necesidades o mal pero eso no significa que tú no puedas vivir o trabajar en paz. Por ti, por tus empleados, compañeros, familia, vecinos... que no hacen daño a nadie. Esto no es justo».

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