First Dates

El radical cambio de ideología para conquistar a su pareja

Francisco quería encontrar pareja a toda costa y estaba dispuesto a renunciar a su ideología para conseguirlo

Desde el principio quedó claro que Francisco y Ángela no pegaban como pareja CUATRO

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First dates

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First Dates supera ya las 660 noches emitiendo desde su restaurante del amor. A Carlos Sobera parece que no se le acaban nunca los solteros con ganas de enamorarse ante las cámaras, y Cuatro ha encontrado un auténtico filón de audiencia en este dating show tan peculiar.

Estrenó la semana en First Dates Pedro, un hostelero valenciano de 55 años que acudió el plató de Cuatro acompañado de sus hijos a modo de asesores. Eros y Christian, que así se llamaban, se sentaron en una sala adjunta al restaurante para escuchar la cita con unos auriculares. El padre estaría pendiente de sus hijos, que le corregirían en caso de que se desviase durante la conversación. «Mis hijos me dan seguridad y me ayudan a decidir », reconoció el valenciano.

Su pareja resultó llamarse Lidia, una mujer con dos hijos de 47 años y motera que «detesta la rutina». Los hijos, a través de la pantalla, dieron el visto bueno a la mujer y constataron que su padre estaba «muy nervioso . Si no se acuerda de nuestro cumpleaños, no creo que se acuerde de su nombre». Había un problema en la cita, y es que Lidia, croata de nacimiento, vive muy lejos de Valencia: en Málaga.

Pero ese fue solo el primero de los problemas, pues Pedro se lanzó a hablar sin apenas dejar tiempo a su pareja. Los hijos le recriminaban su actitud por whatsapps, pero él no terminó de hacerles caso. Ya al poco de empezar la cita, Pedro le confesó a Lidia que, de vez en cuando, se pinta las uñas de negro: «Yo busco en Internet y veo que todos los famosos se las pintan, así que por mucho que digan que no está bien…». Hacia la mitad de la cena hubo un tiempo muerto, y Pedro aprovechó para reunirse con sus hijos e intercambiar impresiones .

Para la segunda pareja de la noche eligió First Dates a una pareja de treintañeros que viven de la publicidad y cuya pasión compartida es la música . Raúl, madrileño de 37 años, dijo nada más llegar que él era «una persona lenta, que hace las cosas despacio ». Y desde luego, lo primero que hacía lento era hablar, tanto que no sería difícil que acabase por dormir a su pareja. A Leticia, de 34 años y también madrileña, no le gusta aburrirse y busca «hacer cada día algo diferente». Casi al final de la cena, los hijos aparecieron en el restaurante y se presentaron ante Lidia, que recibió la sorpresa con agrado. Todo salió a pedir de boca y los dos quisieron verse en una segunda cita.

Los primeros compases de la conversación fueron agradables, y aunque no se notó una especial chispa sí que tuvieron una cierta sintonía. Hubo algún momento de bache durante la cena, especialmente cuando Leticia lanzó un comentario con segundas sobre «el moderneo y el postureo» en ciertaszonas de la noche madrileña que frecuenta Raúl. Al poco tiempo, ella reconoció que notó que a Raúl le falta «salero, por eso no me he sentido del todo cómoda ». Como desenlace, aunque Raúl quiso tener una segunda cita, ella recurrió al comodín de «pero como amigo».

Uno de los momentos más divertidos de la noche nos lo regaló Francisco, un barcelonés de 68 años que aseguró haberse pasado «más de 30 años trabajando ante el público, vendiendo bragas y sujetadores en el mercado». Al catalán le tocó cenar con Ángela, una aragonesa un año menor que él que según vio llegar a Francisco ya dijo que «no le gustaba nada».

La conversación fue bastante pobre, pues estaba muy claro que ella no tenía mucho interés. Pero con Francisco no pasaba lo mismo, pues como él mismo reconoció llevaba mucho tiempo solo y tenía muchas ganas de estar con alguien a cualquier precio, y eso se notaba. Casi al final, por llenar el silencio, Ángela le preguntó por sus tendencias políticas, y el catalán reconoció «tirar más hacia la derecha». «Entonces ya hemos acabado», zanjó ella. «Buena, realmente mi espíritu es de centro», reculó Francisco, a lo que Ángela contestó con un discurso sobre los derechos y la igualdad social. «Claro, claro», concedió él, «¡es que deberían gobernar los socialistas!». Ángela se dio cuenta de que estaba cambiando de opinión para gustar, pero no le sirvió de nada porque ella ya tenía clara su respuesta.

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