La futuromanía de 'A dos metros bajo tierra'

Hace veinte años se emitió el primer episodio de esta serie de HBO protagonizada por una familia que regenta una funeraria

El primer episodio de 'A dos metros bajo tierra' se emitió hace veinte años en Estados Unidos HBO
Óscar Rus

Óscar Rus

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«En cuanto alguien está muerto, construcción enloquecida del porvenir (cambio de muebles, etc.): futuromanía» – Roland Barthes ('Diario de duelo')

«Nunca nadie me contó que el duelo era tan parecido al miedo» – C.S. Lewis ('Una pena en observación')

Suele atribuirse la creación de 'A dos metros bajo tierra' (2001-05) al guionista Alan Ball , pero quien le propuso escribir una serie de televisión ambientada en una casa funeraria fue la jefa de entretenimiento de HBO, Carolyn Strauss ; bajo su responsabilidad se estrenaron 'Sexo en Nueva York', 'Los Soprano', 'The wire', etc. Ball, ganador del Oscar por su guion de 'American beauty' (1999), recogió aquel guante que parecía tener su firma. Su hermana mayor murió en un accidente de coche con él, un adolescente de 13 años, dentro; le llevaba a clase de música. Le impactó ver a su hermana en un ataúd con un peinado y un color de labios que ella nunca habría elegido. Dos años después murió su padre y entre medias dos abuelos y una tía abuela. Toda una lección de vida: la muerte existe y llega cuando menos se le espera. Ball trasladó entonces el surrealismo de aquellos velatorios y entierros a 'A dos metros bajo tierra' , en cuyo primer episodio, emitido en Estados Unidos hace veinte años, mata al patriarca ( Richard Jenkins ) de una familia de enterradores, los Fisher. En aquel hogar, como el de los Soprano, ya no existía el paraíso y las figuras patriarcales daban problemas.

«Con la primera secuencia, la muerte del padre, Alan Ball logra un milagro: los espectadores entienden después de dos minutos y medio quiénes son los personajes [una madre y sus tres hijos] y cuál es el tono de una serie difícil de explicar», explica a ABC Miguel Ángel Huerta , profesor de cine y televisión de la Universidad Pontificia de Salamanca. Para él, funciona como un reloj suizo este capítulo piloto en el que los Fisher se convierten en sus propios clientes: «Es una apuesta muy original que consigue mezclar la muerte como tema universal y particular». Porque 'A dos metros bajo tierra' es una serie profesional y familiar. En vez de policías, abogados o médicos, los protagonistas reconstruyen cadáveres (uno por entrega) y ayudan a otros a sobrellevar el duelo mientras ellos son incapaces de gestionar su propia aflicción. «Tiene una vocación de trascendencia; dialoga con asuntos que lindan con lo metafísico porque el padre sigue siendo un personaje y se aparece a todos ellos tras su muerte. Quizás sea más costumbrista que fantástica la serie», apunta Huerta.

La muerte del padre y el regreso del hijo pródigo ( Peter Krause ) son dos de las tramas más familiares. «Toda experiencia humana se resume en esa tragedia: vemos a nuestros padres como marcianos cuando somos adolescentes y jóvenes, y la madurez consiste en convertirnos, en parte, en ellos», sostiene el docente. Dicho deceso hace que todos los personajes se replanteen sus vidas; emergen entonces misterios, secretos, culpas, represiones… No es casual que los dos miembros más 'normales', la ama de casa ( Frances Conroy ) y el hijo don perfecto ( Michael C. Hall ), escondan su infidelidad y su orientación sexual. «Normalmente los inicios de relatos seriales consisten en que hay que volver a empezar: gente que muere, que se casa, que se muda… En este caso, ese 'volver a empezar' es la muerte del padre», resume Huerta.

Y Alan Ball lo aborda desde la comedia negra, la mala leche, la acidez, el gamberrismo… Su propio nombre está inscrito en una lápida que aparece en la cabecera de la serie. Pero el guionista quiere y entiende a sus personajes. A Miguel Ángel Huerta lo que más le gustó del piloto y la primera temporada es que escapa de la seriedad y la solemnidad. Dicha ligereza narrativa (y estética) hace que el golpe sea mayor.

Un dramón sórdido, un culebrón maravilloso

Sin embargo, esa comedia negra se va convirtiendo en «un dramón sórdido y oscuro; un culebrón maravilloso», amplía el cocreador de 'Señoras del (h)AMPA' , Carlos del Hoyo . «Es una hostia fuerte y necesaria. No te pone las cosas fáciles. Al principio entra con más vaselina… Cuando crees que la cosa no puede ir peor, va peor», continúa. Tres veces ha visto de principio a fin estos 63 episodios repartidos en cinco temporadas.

La primera ocasión fue con apenas veinte años como estudiante de Erasmus; le «rompió» tanto un episodio que no salió de fiesta. «Lo que más me sorprendió es que a los protagonistas les comprendía, pero detestaba. No les deseaba el mal porque algo te une a ellos, pero tienen muchas veces comportamientos deleznables. Todos tienen su propia caída en los infiernos en una u otra temporada. La serie no hace concesiones y eso es muy arriesgado. Al final, 'A dos metros bajo tierra' sirve de espejo de la peor parte de ti. Es un espejo en el que uno no quiere mirarse según el momento de su vida», recuerda.

La última revisión fue, ya en la treintena, tras la esperada muerte de su abuela. La lectura que hizo entonces fue más dolorosa («Es terrible lo auténtica, sincera y cruda que es»), aunque la vio con una intención «casi terapéutica» para gestionar mejor lo que le estaba pasando; quizás buscaba consuelo viendo a otra gente pasar por algo parecido o mucho peor. «Es una serie que te reconcilia con la muerte», defiende Carlos del Hoyo, aunque esta «llegue de imprevisto y a veces deje historias a la mitad». A diferencia de otras series como 'Anatomía de Grey ', que utiliza la muerte de un personaje como elemento catalizador de otro o como clímax de temporada, en 'A dos metros bajo tierra' es el 'leitmotiv': «Tuvieron tiempo de abordarla desde todos los rincones posibles. Cuando la acabas tienes la sensación de haber leído una tesis sobre cómo los seres humanos nos enfrentamos a la muerte».

'A dos metros bajo tierra' está disponible en HBO España.

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