«A dos metros bajo tierra» cumple la mayoría de edad: la serie que más se acercó al duelo y la muerte

Durante cinco temporadas y más de sesenta episodios, narra el día a día de una familia disfuncional que regenta una funeraria a principios de los años 2000

Póster promocional de «A dos metros bajo tierra» HBO

Óscar Rus

Ficha completa

A dos metros bajo tierra

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Hay mil maneras de asomarse desde la televisión a un tema todavía tabú como la muerte . Se puede hacer de manera puntual (el drama futbolero «Friday Night Lights» sorprendió con una inesperada muerte fuera de cámara) o de manera serializada. En este segundo caso, lo habitual es elegir el género-comodín del procedimental, en todas sus vertientes, como «Anatomía de Grey» en la médica. También está la «dramedia» , perfecta para aligerar el material; ahí están «Tan muertos como yo» y «Pushing Daisies», ambas de Bryan Fuller ; «The Big C», con Laura Linney como enferma de cáncer que le hace una peineta al destino; o «Forever», el experimento «indie» de Amazon sobre la aburrida vida de Ultratumba…Y luego está un género enroscado en sí mismo como el de «A dos metros bajo tierra» («Six Feet Under»), imprescindible título que HBO estrenó hace 18 años el domingo 3 de junio de 2001. Era la época de «Sexo en Nueva York», «Los Soprano» y del citado eslogan «No es televisión».

Su premisa es familiar hasta que aparece la subordinada: narra el día a día de una familia que regenta una funeraria en la ciudad de Los Ángeles. Su mayor aval, por aquel entonces, era el nombre de su creador: Alan Ball (1957), guionista de la oscarizada «American Beauty» (Sam Mendes, 1999). Luego se saldría por la tangente con «True Blood» (2008-2014).

Con aquel filme como referencia, uno podía prever la sátira y mala baba de Ball, que se lo tomó muy personal y se inspiró en su propio libro de familia : su hermana murió en un accidente de coche con 13 años y su padre falleció cuando Ball tenía 19, dejando viuda a su madre. Ella sería el molde para Ruth ( Frances Conroy ), la servicial y aparentemente impoluta madre de los Fisher, la familia disfuncional que protagoniza «A dos metros bajo tierra».

La religión, la filosofía y la homosexualidad –su creador reconoció ser budista y gay– vertebran una serie que, casi dos décadas después, no ha envejecido en absoluto , abordando cuestiones perennes como las relaciones de pareja, el duelo, la homofobia, el racismo, la violencia policial, la salud mental o las adicciones. Conviene mencionar quién ocupaba la Casa Blanca por aquel entonces: George W. Bush . De hecho, la quinta y última temporada, emitida en 2005, fue muy crítica con la política militar de la administración, recién reelegida.

Si al inicio de «American Beauty», el protagonista anuncia su muerte mediante voz en off ; en «A dos metros bajo tierra» no transcurren ni cinco minutos cuando su presunto protagonista, el padre de familia ( Richard Jenkins ), muere en un accidente de coche fúnebre el día de Nochebuena. Es la primera de todas las muertes que abren, con alguna excepción, sus 63 episodios distribuidos en cinco temporadas .

El enredo está servido, pues su trágico fallecimiento sacudirá el devenir de la empresa funeraria, su mujer y sus tres hijos: el mayor y chuleta que huyó rápidamente del hogar, Nate ( Peter Krause ); el homosexual armarizado que se impuso llenar los zapatos de su hermano y seguir los pasos profesionales del padre, David ( Michael C. Hall ); y la rebelde Claire ( Lauren Ambrose ), perdida en su adolescencia e imán para los chicos malos. Precisamente el pegamento de las exageradas tramas son las dinámicas, tan únicas, entre los cuatro personajes, cuyo desarrollo individual es imprevisible. Y mejor no desvelar el rico pero dispar abanico de secundarios...

Aunque la ficción abraza sin miramientos la oscuridad y el melodrama, también hay espacio para el humor negro, el surrealismo y las ensoñaciones de sus personajes, en las que se dejan llevar por sus instintos (la ira, el deseo, el aburrimiento) y se enfrentan a sus mayores miedos. Además, sin la superficialidad de futuros títulos como «Entre fantasmas», los Fisher hablan y se desahogan con los cadáveres que acaban en el sótano de su casa (inclusive el padre), esperando a ser maquillados y embalsamados.

Como si de un procedimental se tratara, cada capítulo tiene un muerto que conecta con los dilemas de los protagonistas. En un episodio de la primera temporada, la víctima es un joven al que asesinan por ser homosexual . Esto impactará emocionalmente en David, que aún no ha salido del armario a pesar de tener pareja, un bonachón policía negro, Keith ( Mathew St. Patrick ). Los guionistas abordaron dicho proceso con total naturalidad, sin caer en los estereotipos de su contemporánea «Queer as Folk» o los «capítulos muy especiales» de las cadenas de televisión generalistas.

Además de la adelantada representación LGBT+ , «A dos metros bajo tierra» contó con una familia latinoamericana en segundo plano y todavía puede presumir de sus arrolladoras protagonistas femeninas: la madre, Ruth; la hija, Claire; y la misteriosa y bohemia Brenda ( Rachel Griffiths ), el rollete serio de Nate, el hijo pródigo que regresa al hogar-funeraria tras la muerte de su padre.

Seguramente su mejor racha creativa sean las dos primeras temporadas, pues la propuesta está lejos de ser perfecta debido a su propia valentía. Luego se mete en un callejón casi sin salida en la tercera parte; quizás la peor, más culebronera e impasible con sus personajes, pero necesaria para ofrecer una cuarta que retoma el vuelo. Durante la penúltima temporada, los guionistas escribieron su episodio más angustioso y polarizante, y el fantástico personaje de Claire tiene finalmente una trama a su altura.

En 2004 y seco de nuevas ideas, Ball pactó con HBO despedirse con un quinto año, que acabó por superar en calidad y equilibrio a los dos primeros. Llegados aquí, es obligatorio mencionar el consenso sobre su episodio final , de matrícula de honor, cuyos gloriosos últimos diez minutos dejan en bandeja llorar a moco tendido, después quedarse en silencio un buen rato y entonces rebobinar. Michael C. Hall resumió en «Rolling Stone» su experiencia como actor protagonista, similar a la del espectador: «La recuerdo como una vida que viví» .

Consejo : no tecleen el título de la serie en Internet. Tampoco vean tráilers. Les arruinaría semejante experiencia.

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