Stuart Whitman: guapo, fuerte y formal

«Whitman confería limpieza, geometría, rotundidad y una gran verosimilitud a sus papeles y el público acrisoló esos valores concediéndole su favor»

El actor falleció esta semana a los 92 años

Stuart Whitman

David Felipe Arranz

Viril, rocoso, corpulento, atractivo y dado a contundentes interpretaciones, Stuart Whitman nos deja un puñado de obras maestras que son la épica del siglo XX, titanes con matices, capaces de aportar luminosidad y corporeidad a argumentos escritos por las mejores mentes de Hollywood. Su carrera fue una sinfonía de héroes y transcurrió entre majestuosidades bíblicas, galanuras de melodrama y polvaredas del lejano Oeste. El grandísimo Maximilian Schell le arrebató la estatuilla al mejor intérprete en 1961, pero eso no quiere decir que a Whitman no le sobrasen dotes dramáticas: al contrario. En un momento en que los maduros elegantes se disputaban las ensoñaciones amorosas de la cinefilia mundial, el actor californiano pasó a formar parte de aquellos cromos troquelados que coleccionaban jovencitas de todo el mundo y que soñaban protagonizar un romance con él o con James Garner, Richard Burton, Sean Connery, Peter O’Toole, Anthony Franciosa o Robert Vaughn .

Fue, efectivamente, nominado al Oscar al Mejor Actor por su impresionante interpretación en el drama británico « Hombre marcado » (1961), de Guy Green, en el que compartió pantalla con la inolvidable Maria Schell –hermana del galardonado– y el extraordinario Rod Steiger. Basada en la novela « La marca » (1958), de Charles E. Israel, la película planteó el estigma que supone a un hombre que trata de rehabilitarse y de reinsertarse en la vida cotidiana, después de pasar tres años entre rejas por el secuestro de una menor. Hoy en día este argumento, adaptado por el perseguido Sidney Buchman –incluido en las listas negras del senador McCarthy– en su regreso al mundo del celuloide, no llama demasiado la atención. Pero el tema resultaba tan espinoso en su época que si bien la Academia le reconoció su trabajo, no tuvo gran difusión. Y como la carrera hay que reinventársela, a Whitman –que nunca le hizo falta el cine para vivir, pues se dedicó en paralelo a la construcción– le dio por el western, género en el que destacó por su corpulenta presencia y capacidades interpretativas. Tras formar parte del Cuerpo de Ingenieros del Ejército de los Estados Unidos, estudió derecho en Los Angeles City College mientras se formaba en escuelas de interpretación por las noches.

Todos sus roles son invitaciones a creer en el poder de ensoñación del séptimo arte, porque Whitman confería limpieza, geometría, rotundidad y una gran verosimilitud a sus papeles y el público acrisoló esos valores concediéndole su favor. Fue uno de los primeros en dar el salto a la televisión con la exitosa Cimarrón (1967-1968), en la que dio vida al sheriff Jim Crown; pero el prototipo masculino fue paulatinamente cambiando y dio paso a antihéroes más oscuros en los que él, soldado patriótico y cowboy de una pieza, no encontró fácil cabida. Efectivamente, su estilo se encontraba en las antípodas de las intensidades introspectivas propugnadas por el Actors Studio . Ver una película suya de las décadas de los años sesenta es como bucear en el tesoro del mejor cine, justo cuando el sistema de los grandes estudio comenzaba a desmoronarse.

« El sindicato del crimen» (Murder, Inc. 1960), de Burt Balaban y Stuart Rosenberg. Impresionante y violentísimo filme criminal, escrito a partir de las crónicas gansteriles coescritas por Sid Feder y Burton Turkus sobre el hampa neoyorquina en la década de los años veinte y treinta, fundada por Meyer Lansky y Bugsy Siegel, cuando Brooklyn era un foco de extorsión.

« La historia de Ruth» (The Story of Ruth, 1960), de Henry Koster. La 20th Century Fox encontró en el péplum y en las Sagradas Escrituras una forma alternativa de negocio ante el imparable avance de la pequeña pantalla. Koster, experto en el relato épico en cinemascope –dirigió la Túnica sagrada– fue el elegido para adaptar el Libro de Rut con la ayuda de Norman Corwin. En la cinta, Whitman da a vida a Boaz, del que Rut se enamora nada más verlo… como las espectadoras de aquellas salas de cine.

« Un hombre marcado» (The Mark, 1961), de Guy Green. Título imprescindible para conocer al Whitman más desconocido y valiente, con descenso a los infiernos psicológicos de un alma atormentada por su pasado.

« Los comancheros» (The Comancheros, 1961), de Michael Curtiz. En este western, Whitman fija su estándar de rudo vaquero y le da la réplica nada menos que a John Wayne, en el marco de un magnífico argumento de la novela de Paul Wellman sobre unos «rangers» de Texas que tienen que acabar con una peligrosa banda de «comancheros» –que trafican con licor y whisky con los indios comanches–, comandada, cómo no, por Lee Marvin.

« Río Conchos» (Rio Conchos, 1961), de Gordon Douglas. Inmenso western escrito por Clair Huffaker sobre un grupo de mercenarios en el que destaca un enorme Richard Boone como exoficial confederado y al que acompañan en una misión soldados del Ejército de la Unión, al mando del capitán Haven (Whitman). Atención a la inmensa música de Jerry Goldsmith y al papel “conradiano” del coronel rebelde Pardee, que interpreta un Edmond O’Brien en estado de gracia.

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