Imanol Uribe: «Moriré con las botas puestas, trabajando»

El director recupera la matanza de seis jesuitas en El Salvador en la película 'Llegaron de noche', que se estrena este viernes en cines

Imanol Uribe, durante el rodaje de 'Llegaron de noche' Mikel Larrea
Lucía M. Cabanelas

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Hay películas para las que uno está predestinado. Imanol Uribe (1950) lleva toda la vida tratando la situación sociopolítica del País Vasco, hablando de ETA cuando el grupo terrorista todavía asesinaba, pero siempre le rondó la idea de que, en algún momento de su vida, debía contar la terrible matanza de seis sacerdotes jesuitas , de madrugada y de forma furtiva, en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA) en San Salvador. Entre las víctimas estaba el intelectual español Ignacio Ellacuría, sacerdote y teólogo de la liberación, a quien el director de ‘Miel de naranjas’ conoció en persona «de forma accidental» y uno de los motivos que le empujó a hacer ‘Llegaron de noche’, protagonizada por Juana Acosta, Karra Elejalde y Carmelo Gómez, que se estrena este viernes en cines tras su paso por el Festival de Málaga.

«Tengo bastante conexión con el tema porque nací en El Salvador, estudié en Jesuitas... y estuve muy cerca», cuenta a ABC el cineasta, que acababa de abandonar el aeropuerto salvadoreño por la guerra civil y ese 16 de noviembre de 1989 le «pilló en Latinoamérica». «Me impactó bastante, al nivel de la muerte de Kennedy o la muerte de Marilyn Monroe» , revela.

El título, ‘Llegaron de noche’ , es más que una evidencia o un ‘spoiler’. Tal y como averiguó Elejalde, que interpreta al padre Ellacuría, y luego ‘chequeó’ el propio Uribe, surge de una especie de premonición del sacerdote, que supuestamente dijo: «Si me matan de día sabrán que ha sido la guerrilla, pero si llegan de noche serán los militares los que me maten». «No hay una constancia explícita de que dijera esa frase, pero es muy probable que lo hiciera», asegura el director.

Defensora de la verdad

Más allá del factor denuncia, la cinta tomó forma cuando descubrió a Lucía Barrera de Cerna (Acosta), empleada de la UCA y la única que vio a los responsables de la carnicería de los jesuitas: el Ejército y no la guerrilla del FMLN, a quien culpó el Gobierno de El Salvador. Fue la determinación de esta mujer, que tuvo que escapar junto a su familia de un país al que no ha podido regresar todavía, la que ayudó al director a encontrar el tono de ‘Llegaron de noche’, más centrado en el interrogatorio de la testigo que en la ejecución de los jesuitas.

«En estos tiempos tan terribles en que la verdad parece que no tiene ningún valor y todo el mundo la pisotea o la tergiversa, que un personaje humilde lo dé todo por la verdad, incluso que se juegue la vida, me parece modélico», alaba el director de ‘Días contados’, que se apoyó en la novela del escritor Jorge Galán y los testimonio de Lucía Barrera y el padre Tojeira (Gómez), exrector de la universidad, para explicar una historia olvidada pero de actualidad, aunque sea con otra cara y a kilómetros de distancia. «Mira Ucrania», observa Uribe, descreído con la «humanidad» y su eterna torpeza al tropezar una y otra vez con la misma piedra. «No aprendemos nunca y repetimos los mismos errores. Soy muy pesimista respecto al género humano; seguiremos así siglos y siglos », lamenta el cineasta.

La casualidad quiso que, después de seis exigentes años de trabajo en una película que sobrevivió a la salida de un productor y a la pandemia, el estreno coincida con la reapertura del juicio en El Salvador tras la anulación el pasado año del proceso contra los autores intelectuales del asesinato. Hasta el momento, el único condenado es el excoronel y exviceministro de Seguridad Pública de El Salvador, Inocencio Montano , extraditado a España por EE.UU. y sentenciado por la Audiencia Nacional a 133 años y cuatro meses de cárcel por el asesinato de los jesuitas aquella noche del 15 al 16 de noviembre de 1989.

El rodaje, una droga

Aún así, el tiempo no es problema para Uribe, para quien los rodajes son una fiesta igual que para Hemingway lo era París. «El rodaje, para mí, es como una droga dura», confiesa. «Mi estado ideal sería levantarme todos los días de madrugada para el rodaje. Hay directores que prefieren el montaje, pero el rodaje me parece un momento en el que estás muy por encima de tus posibilidades, estás en éxtasis, viendo las cosas por encima de tu nivel. Es un momento espectacular», concede.

A sus 72 años, Imanol Uribe tampoco piensa en retirarse. Es, como Carlos Saura, un director a una cámara pegado. «Pienso morir con las botas puestas. Es una buena forma de morir, trabajando hasta el último momento. Yo no sé hacer otra cosa y es lo que me apasiona, lo que me gusta. Quiero seguir así, es como disfruto», reconoce el director, consciente de que con las películas se lo juega todo a una carta, la del primer fin de semana en salas, pero también convencido de lo que es, en lo que cree, a pesar de la irrupción de «otros formatos y mentalidades». «Sigo siendo cineasta. Entiendo que mi trabajo, el destino de lo que hago, va a ir a una sala de cine, a una gran pantalla, con una proyección en una sala oscura con mucha gente», concluye.

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