Crítica de «Todos lo saben»: Sutileza iraní en el pisto manchego
Farhadi atrapa de forma cristalina unos ambientes y personajes que la trama irá oscureciendo, mancheguizando
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En el cine, el melodrama es el melodrama y la intriga es la intriga (sic de la Tesis de Perogrullo), pero en el cine del iraní Asghar Farhadi el melodrama es la intriga y la intriga es el melodrama. El haber visto antes las grandes películas de Farhadi, especialmente «Nader y Simin, una separación» , pero también «El pasado», « El viajante » y « A propósito de Ely » (tanto que ver aquí), no debería servir como comparación y sí, y mucho, como comprensión para situarnos ante su nueva película, o al menos ante las grandes cualidades que tiene esparcidas en un argumento complejo en el que la separación, el pasado, los secretos, la mentira, la intriga y el melodrama forman un cuerpo compacto, una coreografía de emociones, revelaciones y pasiones todas ellas tratadas con una enorme sutileza de pulso y de mano maestra.
El arranque de «Todos lo saben» es alegre y está lleno de unos aromas y coloridos (que recoge ese extraño pero feliz combinado de la mirada de Farhadi y la cámara de Alcaine), con una vuelta a casa, a la propia tierra, con una boda y sus rituales y jolgorios, y con la presencia de unos actores reconocibles (y sorprende cómo también el director iraní ha capturado el perfil lorquiano de Inma Cuesta, otra vez la novia, y su capacidad para recrear y garrapiñar el plano). Según y cómo, esta primera parte de la historia, la que precede a la intriga y al drama, es la más vistosa y peculiar, pues Farhadi atrapa de forma cristalina unos ambientes y personajes que la trama irá oscureciendo, mancheguizando.
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Todos lo saben
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Penélope Cruz y Javier Bardem (con Lennie y un fortísimo Darín) se cargan sobre sus personajes y su buena o dolorosa interpretación el tono amargo y el sutil rastreo por los territorios del “culebrón”, donde coinciden los hilos de una intriga (la desaparición de una joven) con el cúmulo de secretos, rencillas, tierras en disputa y pasiones abiertas que el pasado arrastra hasta el «tiempo de pantalla» humedecido en ese ambiente rural, mesetario, de faca y rencor. Farhadi desvela los interiores de su relato con muchísimo tiento, y quizá por ello sorprende que apresure el desenlace y trivialice (tal vez “iranice”) el final de una intriga con algo de pisada pero sin nada de huella.
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