Crítica de «El desentierro»: Oscura historia de violencia

El productor Nacho Ruipérez debuta en la dirección con una historia dura

Jan Cornet, en «El desentierro» ABC

Antonio Weinrichter

El productor Nacho Ruipérez debuta en la dirección con una historia dura. El thriller ya saben que hace tiempo se ha convertido en lo que los historiadores de arte llamarían «international style»: se inspira en la crónica de sucesos, que es un poco igual en todas partes, pero su toque de distinción depende de la forma en que consiga incorporar a la fórmula un poco de color, olor y sabor local. En este caso estamos ante un thriller levantino, lo que implica que algunos personajes hablen en valenciano, otros en albanés, porque la mafia eslava de rigor es de la zona de Tirana, y el protagonista en argentino, no sé si porque es una co-producción argentina o porque Leonardo Sbaraglia no quiso disimular su lengua materna.

El empleo de escenarios –el color local– es sobrio y eficaz, sin caer en lo pintoresco, y la película está filmada con cierto empaque visual. ¿Por qué entonces no consigue retener nuestra atención como debería? Por culpa de una estructura narrativa que alterna de manera fastidiosa el presente y un pasado de corrupción y violencia que los dos personajes centrales se empeñan en desenterrar. Tal recurso, y los saltos y vaivenes que conlleva, acaba por resultar irritante, incurre en continuas explicaciones a la vez redundantes y confusas, y detrae intensidad a la pesquisa del tiempo presente.

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