Crítica de 'El cuarto pasajero': Un viaje muy divertido pero sin meta

«A las historias de Álex de la Iglesia siempre les espera un despeñadero al que irán a morir. Aunque en ese camino al despeñadero hay grandes momentos y notables ocurrencias»

Blanca Suárez, Alberto San Juan, Ernesto Alterio y Rubén Cortada ABC
Oti Rodríguez Marchante

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Álex de la Iglesia es un director que no ceja en su voluntad de hacer un cine divertido, bien sea mediante la mezcla de sus géneros favoritos, el terror, la ciencia ficción y la comedia, o mediante la comedia a palo seco, unigénero que domina con eficacia (dominar con eficacia: hacer reír). ‘El cuarto pasajero’ es comedia a palo seco y con enormes dosis de comicidad gracias especialmente a la que tienen sus personajes y protagonistas. Son cuatro y en un viaje disparatado de Bilbao a Madrid en ese medio de transporte que se conoce como BlaBlaCar.

El dueño del coche, Julián (Alberto San Juan); Lorena, joven que hace habitualmente ese viaje en el coche de Julián y que interpreta reluciente y encantadora Blanca Suárez; y dos pasajeros nuevos, Juan Carlos y Sergio (Ernesto Alterio y Rubén Cortada). Y la situación de arrancada es la siguiente: Julián está colado secretamente por Lorena, estupenda, ligera y lista; Juan Carlos es el tío más pelmazo del mundo, con muchísima ventaja sobre cualquier otro, y Rubén es un ‘bollito’ que se cuela en el coche para desesperación de Julián, celoso, inseguro y tipo lamentable. Un viaje lleno de incidentes, y todos ellos destinados a que se divierta y chisporrotee el espectador.

De la Iglesia no parece un hombre ágil, pero su película es veloz y ligera en todos los sentidos. Al momento, ya conocemos casi todos los detalles esenciales de esos cuatro ocupantes, aunque guarden alguna sorpresa en los pliegues del guion. Julián es un papanatas y tiene cantidades industriales de boletos para el fracaso; Lorena y Sergio son jóvenes, abiertos y juegan bien su papel de salsa rica para la carne, y Juan Carlos es ‘la bomba’, un cantamañanas incluso por la noche, un vendemotos, un pisacharcos, un bocachancla y un plasta sublime y sin interrupción, un personaje despreciable al que Ernesto Alterio recubre de tanta simpatía como ojeriza. Cuando Alterio se apropia del centro del plano no hay modo de sacarlo de ahí, es como el mago cuando coge el serrucho.

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Álex de la Iglesia

Álex de la Iglesia

Pero a ‘El cuarto pasajero’ le pasa lo que a otras películas de Álex de la Iglesia, que te hartas de reír con ellas aunque, en realidad, no vayan a ningún sitio; bueno, sí, a un sitio sí que van, hacia un desenlace largo, desmesurado, aparatoso, con el rumbo perdido y con aires de bacanal o botellón. Y otro adjetivo que solo puede ser subjetivo: cansino. Es un sello de marca: a las historias de Álex de la Iglesia siempre les espera un despeñadero al que irán a morir. Aunque en ese camino al despeñadero hay grandes momentos y notables ocurrencias, los incidentes del viaje, con la policía, con los clientes de una gasolinera, con las instalaciones de un hotel Spa…, en fin, lugares para que exploten esa gracia tan absurda de Alterio y tan seria de San Juan, por otra parte, ya bien conocida.

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