Crítica de 'La casa entre los cactus': La trastienda de una familia saludable

Una historia dramática, ecológica y de familia que se repiensa el mundo y cómo vivirlo

Fotograma de 'La casa entre los cactus'
Oti Rodríguez Marchante

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Para su primer largometraje, Carlota González-Adrio ha cogido uno de los caminos más peligrosos, la intriga, el thriller, un género que precisa de todos los ingredientes habituales del buen cine en cualquier género guion, interpretación, ritmo… y además una sustancia especial, suya propia, y que tiene más que ver con lo climático que con lo narrativo: una película de intriga necesita obligatoriamente tener 'atmósfera' , esa temperatura en el plano y ese compás en la secuencia que te inducen a verla con presentimiento; es decir, con la intuición o sospecha de las próximas estrategias y giros argumentales.

'La casa entre los cactus' presenta de inicio una familia especial, que vive medio aislada en el campo , una pareja que confía en la naturaleza y no tanto en la cercanía de otras personas, tienen varias hijas y sufren, al comienzo, una tragedia . Son los años setenta, en algún lugar despoblado de Canarias, y deja ver en su arranque de que va a contar una historia dramática, ecológica y de familia que se repiensa el mundo y cómo vivirlo. El guion y su puesta en escena introducen rápidamente el elemento distorsionador : alguien, un joven desorientado , llega allí y es cuando la atmósfera y los presentimientos se apoderan del relato.

Carlota González-Adrio s abe dónde colocar la cámara para que la historia adquiera otros perfiles, otros lugares del que mirarla, y muestra rincones de los personajes donde cabe el misterio, el secreto, lo que favorece la atmósfera y los presentimientos y la incomodidad. El trío de actores adultos, Ariadna Gil, Daniel Grao y Ricardo Gómez (este en especial), tiene el cometido, y lo cumple, de la siembra de dudas, de mantener alta la tensión ocular del espectador con varias 'explosiones', alguna 'implosión' y un sorprendente (pero no imprevisible) corrimiento de ética. Quizá le falte, en ese sentido de lo moral, más ímpetu, reproche, terror o malicia.

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