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Spelling

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Ha muerto a los 83 años Aaron Spelling, que es ese señor que ha acompañado la mayor parte de su vida de usted como telespectador: el creador de Daniel Boone, Dinastía, Hotel, Embrujadas, Vacaciones en el mar, Los Ángeles de Charlie y muchas series más. Es un nombre de primera importancia en la historia de la televisión y también un perfecto ejemplo de la profunda ambigüedad del medio.

La clave del éxito de Aaron Spelling radica en esto: jamás ha tenido más pretensión creativa que la de gustar a lo que en sociología se llama las masas, es decir, un tipo de público homogéneo e indiferenciado, que se ríe o llora lo mismo en Nairobi que en Miami y por las mismas cosas, como si el mundo fuera sólo uno y sólo una la humanidad.

En esto reside el gran poder de la tele como globalizador cultural. Pero en esto reside, también, el efecto devastador de la cultura de masas, que arruina cualquier tipo de singularidad, de especificidad, de tradición, de identidad o de historia, y suplanta todo eso por un universo plano de referencias fabricadas en serie y cuya conexión con la realidad es nula.

Por poner un ejemplo elemental: poquísimos españoles saben todavía quiénes fueron el Empecinado o Roger de Flor, pero no hay español qué ignore quiénes son Los Ángeles de Charlie. Así se sustituye una referencia histórica real por una referencia intemporal y ficticia. Por supuesto, sobre referencias intemporales y ficticias es posible entenderse con cualquiera, en cualquier parte del mundo; pero sin referencias reales, propias de un espacio y un tiempo, ¿podemos estar seguros de que nuestra comunicación con el prójimo tiene alguna validez?

Spelling era uno de los creadores de ese extraño universo plano y su propia producción fue subordinándose a ese imperativo de lo indiferenciado, a esa exigencia de crear cosas que, para ser universales, tienen que mutilarse la raíz: empezó con productos muy vinculados a la tradición cultural norteamericana, como la novela western de Zane Grey o la épica pionera de Daniel Boone, y de ahí fue pasando, poco a poco, a otro tipo de mundos donde ya no había nada más que vacío existencial, como Sensación de vivir; mundos vacíos, sí, pero que cualquier persona, en cualquier latitud, podía sentir como suyos, porque su lenguaje era el de la pura materialidad, el del consumo y la ostentación y el dinero, sin otra proyección ética que la satisfacción de los sentimientos.

De Spelling se ha dicho que pocos como él han hecho tanto para mostrar al mundo pobre la imagen de un mundo rico cuya opulencia es asimismo ficticia. Pensemos en Dinastía, Hotel o Vacaciones en el mar. Es otro punto sobre el que vale la pena reflexionar en la muerte de este ambiguo genio de la pequeña pantalla.