DESCANSO. Ancianas en la sala de estar de la residencia.
EL PUERTO

El hogar de la tercera edad

La mayoría de los ancianos alojados en la residencia de Bienestar Social carece de familiares que se hagan cargo de ellos y les brinden los cuidados necesarios

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A primera vista no parece una residencia de ancianos. En el salón de juegos es donde la mayoría de los ancianos pasa la tarde. Allí charlan de la actualidad informativa, cuentan historias de tiempos pretéritos e incluso recitan poemas.

Otros, los más independientes y que aún se valen por sí mismos, salen a la calle para dar una vuelta. Más que un piso de asistidos, esta residencia ubicada en Bienestar Social, parece un animado club social. Sin embargo, la realidad es bien distinta.

Para un total de 20 ancianos, este centro es su hogar. Allí viven, duermen y reciben los cuidados que necesitan en la última etapa de sus vidas. Algunos, aquejados de Alzheimer o de parálisis permanente, dependen íntegramente del personal de esta residencia, que trata a los enfermos como parte de su propia familia. «Y es que el roce hace mucho», dice Rocío Bellido Gutiérrez, enfermera de este centro. «Pasas con ellos muchos años y terminan por formar parte de tu familia».

«Además, muchos vienen de vivir solos en pisos. Muchos no tienen familia por tanto cuando vienen aquí y sienten la compañía de otros ancianos, lo agradecen sinceramente. A otros, en cambio, les cuesta más habituarse ya que al vivir solos están acostumbrados a un modo de vida solitaria», afirma.

Para que los ancianos no sientan el aburrimiento y la rutina se apodere de sus lánguidos miembros, el equipo técnico de esta residencia ha contratado un grupo de animadores socio-culturales para que amenicen diariamente las mañanas en el salón social de la residencia.

«Se encuentran encantados con la iniciativa», cuenta Rocío, «y es que para ellos es algo totalmente novedoso que los mantiene activos a la vez que tienen un contacto cercano con los animadores».

Lo más duro para ellos es la soledad y el aburrimiento. «Eso es lo que pretendemos erradicar aquí. Por ello intentamos que no estén ni un momento ociosos. De esa manera, mantienen el cerebro activo, el estado anímico alto y duermen como angelitos».

Francisca del Olmo Benítez conoce muy bien lo que significa vivir aquí pues lleva cinco años en este centro. «Lo que más me gusta de este sitio es no tener que trabajar» comenta con desparpajo. «Le voy a decir una cosa, señor. A mi no me han tratado mejor en todos los días de mi vida. Entiende, nunca». Parece que el asunto ha quedado claro.

Uno de los residentes más veteranos es Manuel Fornell Lombardo, un risueño anciano que lleva en este centro desde que abrió sus puertas hace 12 años y no para quieto un momento. «Yo puedo salir cuando desee a la calle y eso es algo muy importante para mi. Hacer vida normal con 85 años no es algo que pueda hacer todo el mundo. Después vuelvo a mi habitación y me pongo a escribir cuando me llega la inspiración, dado que yo soy poeta. Tres premios poseo de lírica», afirma con orgullo.

Para Manuel Villanueva, vivir en esta residencia es un gran respiro. «Comencé a los 12 años en la construcción y la mayoría de las obras que ha habido en la ciudad he participado en ellas. Al final de mis días me quedé viudo, y yo no sirvo para vivir de un modo solitario. Gracias a Dios he podido venir a vivir aquí y debo decir que soy muy feliz».