REGRESO. La polémica vuelta de la estatua de Primo a la céntrica plaza del Arenal. / J. C. CORCHADO
Jerez

La cara oscura de Miguel Primo de Rivera

Once colectivos sociales de la ciudad distribuyeron ayer por el centro de Jerez una biografía del militar que recoge los motivos por los que «nunca debió volver al Arenal»

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Don Miguel Primo de Rivera, militar crudo y condecorado, estadista circunstancial y dictador casero, de los de mesa camilla, parece estar destinado a no poder descansar, templado y sereno, como dicen que era, en su atril de bronce, por más que el Arenal lo acoja con el beneplácito implícito de los sucesivos gobernantes municipales.

Hasta once colectivos sociales, entre asociaciones, ateneos, asambleas y partidos políticos, empeñados en remover la conciencia histórica de la ciudad, han participado en la coedición de una biografía alternativa del ilustre jerezano: un perfil político que desvela detalles a priori tan jugosos como los suculentos banquetes y comidas oficiales con los que se agasajaba a Mariano Benlliure, prestigioso escultor valenciano, cada vez que acudía a Jerez a «perfeccionar» su polémica creación, pero que no obvia aspectos tan peliagudos como la responsabilidad directa del militar en el genocidio de centenares de civiles marroquíes durante la guerra del Rif.

La obra, bien documentada y con un trabajo previo de investigación más que profesional, se distribuyó ayer mismo en varios puntos del centro de la ciudad, en un intento de los colectivos implicados por «demostrar a los jerezanos que es una auténtica obscenidad moral que un tipo de esta calaña, por mucho que haya nacido aquí, goce de un espacio tan privilegiado para el homenaje», tal y como apuntaba uno de los portavoces del grupo.

El Ateneo Libertario, la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía, Izquierda Unida, Jerez Recuerda, CNT o CGT, entre otros, son los máximos artífices de la iniciativa, la segunda de cierta entidad que se organiza desde que se consumó la vuelta de Primo a la céntrica plaza, tras la concentración convocada por CGT en la jornada previa a la marcha a Rota, y a la que asistieron escasamente cincuenta personas.

El libro en cuestión no se anda con rodeos, vaguedades, ni paños calientes: define a Primo como el Capitán General que cambió ilegalmente el curso de la historia española, reprimió con dureza los movimientos sociales progresistas, promovió interesadamente el caciquismo, y se sostuvo en el poder, además de gracias a una coyuntura económica favorable, por su claro trato de favor para con las elites aristocráticas y burguesas, que quisieron devolverle parte sus socorros gubernamentales con panegíricos, distinciones y cortesías del tipo del que vemos a diario en el Arenal.

Recientemente, Antonio García, miembro de la CGT, resumía la cuestión con palabras contundentes: «Si tiene cualidades artísticas, que la instalen en un museo, donde puedan visitarla todos los que quieran, sin herir la conciencia histórica y social de los que entendemos que una sociedad que se dice democrática no puede abrigar este tipo de símbolos en espacios públicos».

Jesús Lara, uno de los principales activistas contra el regreso de la estatua a la céntrica plaza, planteaba la «dudosa credibilidad de partidos que, por una parte, promocionan actividades de recuperación de la memoria histórica, tan de moda últimamente, y por otra dejan que en uno de los puntos más visibles de la ciudad permanezca este agravio al pensamiento libre y a la democracia».

Sin duda uno de los aspectos que más controversias han generado es la actuación de Primo en la sanguinaria guerra de Marruecos, a la que se dedica un capítulo completo. En este apartado del trabajo se incluyen testimonios reales de civiles rifeños que sufrieron algunos de los primeros ataques químicos de la triste historia de las contiendas militares: «Tiraban algo así como azufre, la gente se quedaba ciega, su piel se ennegrecía, el ganado se hinchaba, las plantas se secaban y no se pudo beber agua de los arroyos durante semanas».

El dictador tomó la decisión de utilizarlas de manera indiscriminada, según los autores, tras el desastre del ejército colonial en Annual. «No entendemos -subrayaba otro de los militantes sociales que participó en el reparto del libro ayer por la mañana- como una persona a la que los historiadores, objetivamente, han culpado del genocidio directo de no sabemos cuántos civiles inocentes, puede ser merecedor de una estatua por el mero hecho de haber nacido en nuestra misma ciudad, con independencia de que en cualquier otro aspecto pudiera haber realizado cualquier labor digna de ser recordara para la posteridad, algo que nos permitimos cuestionar».