PLACER. Varios centenares de aficionados pudieron disfrutar con algunos de los vinos más conocidos.
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El hongo que convierte a un vino en leyenda

Varias decenas de privilegiados disfrutaron por segunda vez en Vinoble con la cata de la mítica Chateu D'Yquem

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La expectación se respiraba en el recinto del Alcázar mucho tiempo antes del inicio del acontecimiento que por segunda vez tendría lugar en el marco del Salón de los Vinos Nobles, Vinoble, y al que sólo pudieron asistir varias decenas de privilegiados.

Los vino de la mítica Chateu D'Yquem, en la región francesa de Sauternes, regresaban a este certamen, y los aficionados hicieron todo lo posible para ocupar uno de los sitios disponibles en La Mezquita y en El Molino para la cata que iba a ofrecer en persona la jefa de la bodega, Sandrinne Garbay. Algunos llegaron a ofrecer hasta dinero para comprar algunos de los pases de los que disponía la prensa.

La ocasión bien lo merecía, porque la bodega propiedad del grupo de productos de lujo LVMH (Louis Vuitton) y que está dirigida por su anterior propietario, el conde Alexandre de Lur Saluces, no suele prodigarse en este tipo de salones ni ofrecer catas como las que ayer se disfrutaron. No en vano, el comisario de Vinoble, Carlos Delgado, felicitó a todos los que pudieron estar en lo calificó de «momento sublime».

Pero el placer fue mutuo, porque la misma Sandrinne Garbay halagó a un Delgado con cara de satisfacción explicando «el entusiasmo que mostró el conde de Lur de Saluces -el encargado de la cata comentada en 2004- a su regreso a D'Yquem tras su paso por este mágico lugar».

Garbay dirigió una cata que recorrió algunas de las añadas más jóvenes de los caldos de esta finca privilegiada en la que la serenidad se traslada al producto y «en cuyos terruños y clima están algunas de las razones más importantes de la calidad de estos vinos». Una tierra amplia de unas 100 hectáreas, con mucha variedad de suelos que se asemeja a «una especie de mosaico cuya complejidad se traduce en los caldos», apuntó la jefa de la bodega.

Una tierra en la que se produce el hongo de la botrytis, ese milagro de la naturaleza que produce la podredumbre noble en las uvas seleccionadas a mano y que es el responsable de toda la gama de sabores que surge de cada botella de Chateu D'Yquem.

Ése es el secreto de estos vinos, además de una severísima política de calidad que no ha decaído con el paso de los tiempos y que implica cosechas muy escasas (10 hectolitros por hectárea) con uvas que se cogen una a una y en las que descansa «el 80% de la calidad del vino, porque el proceso de vinificación da poco margen para actuar», apuntó Garbay.

Y llegó el momento de la cata, de que los presentes pudieran comprobar por sí mismos la personalidad y la explosión de sabores de algunas de las añadas de estos vinos, entre las que destacó una de las consideradas míticas, la de 1989, que la misma Sandrinne Garbay describió como «fuegos artificiales en la boca».

Un vino que ya empieza a alcanzar su mejor momento frente a otros que como los de 2001, al que calificó de «opulento hasta ser monstruoso» y que aún debe recorrer un camino hasta ser un clásico de D'Yquem, aunque tiene en él todas sus características, y los sabores y aromas característicos de la botrytis. Otro de los que se probaron fue el de la vendimia de 1999, el que abrió la cata y que para la jefa de la bodega es «un clásico, un símbolo de todo lo que nos gusta en un vino». En cuanto al Chateu D'Yquem del año 1997, fue producto de una vendimia muy larga en el tiempo que provocó que «este vino tenga muchas añadas en una» y que sea de una gran complejidad, con un toque directo y «masculino», gracias a la lenta evolución de la botrytis.