MILENIO

Dos hombres y un destino

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El granadino Arturo Moya, uno de los fundadores de la extinta UCD y todavía coordinador (¿?) del PGOU de Marbella, conoció en Sevilla a Juan Manuel Albendea y Pavón, hoy diputado por el PP en el Congreso y al que algunos chacales del periodismo parlamentario de Madrid le llaman el hooligan, por su bizarra tendencia a mostrar con abundancia de decibelios y riqueza verbal descalificatoria su rechazo a los parlamentos de los rivales en la Cámara.

Arturo era entonces un errante solitario de la política que mantenía su vocación, y Albendea, por su parte, un ejecutivo bancario que empezaba a gozar de una espléndida jubilación a cuenta, en parte, de la Seguridad Social, según era turbia norma de la época merced a la capacidad de chantaje que tenía la cúpula bancaria.

Se conocieron, efectivamente, y descubrieron que les unía una simpatía política por el andalucismo. Como ambos eran decididos y aguerridos decidieron pactar con hijos pródigos de la cosa y formaron una candidatura autonómica a finales de la pasada década. Perdieron sin remisión, como es ya una seña de identidad de todo andalucismo político, pero no se arredraron ninguno de los dos destacados varones.

Poco tiempo después, Albendea era diputado del PP mientras Arturo se adentró con éxito en el empresariado de hostelería sevillano. Aquel se consolidó en el centro-derecha y Moya acabó, como es notorio y sabido, en el complejo e inimitable Ayuntamiento marbellí de la señora Yagüe y su cohorte de allegados que hoy comparten estancia carcelaria en Alhaurín el Grande.

Es decir, que en los tiempos que corren siempre hay una segunda oportunidad mientras la definitiva edad madura y vegetativa se retrasa de forma tan sorprendente como gozosa. La vida de ambos notables lo atestigua, aunque, eso sí, haya que reajustar los perfiles y oscurecer las prisas. Arturo dejó la hostelería y Albendea la cosa andalucista para atrincherarse en la España del licenciado Acebes. Testimonio doble para las generaciones venideras.