Matias Tejela da un pase con la muleta a su primer toro de la tarde. / EFE
FERIA DE SAN ISIDRO

Desgarro de Tejela en Las Ventas con un impresionante toro de Lorenzo Fraile

Convincente el torero de Alcalá en su segunda tarde; corta una cara oreja al toro mejor de la corrida

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La corrida del Puerto de San Lorenzo fue imponente. Cuajo, tamaño, cara, volumen, peso. Sólo dos toros afines en la forma: segundo y cuarto, burracos y anchos los dos. Por lo demás, como si el ganadero tirara de catálogo. Un primero fino de cabos; un tercero con los pitones vueltos, bajo de agujas, particularmente bien rematado; un quinto arremangado y serio; y un sexto corto de manos, musculado, bien cortado y, sobre todas las cosas, un toro cornalón.

No se sabe si gustaron los cinco toros primeros porque no se manifestó nadie. Gustarían. Pero fue aparecer el sexto con su descomunal armadura y romper una ovación clamorosa. El gusto por la artillería tan propio de cualquier plaza de toros . Los cinco previos fueron astados con plaza pero este sexto la tomó, la llenó, la sedujo, la provocó y estuvo a punto de dejarle en prenda las dos orejas a Matías Tejela.

Tanto y todavía más: una primera aparición de toro emplazado y aire manso que cambió de golpe a toro de pies y de espectaculares carreras barbeando. Ninguno de los más de ochenta toros ya vistos en San Isidro había provocado tanto. Por la cuerna y por el estilo. Por si acaso a alguien se le ocurría darlo por manso, acudió pronto al caballo y se quedó debajo. Cerrado, protestaría, pero volvió al segundo puyazo y metió los riñones. Pesó en banderillas pero se estiró y vino. Y, en fin, la prueba de la personalidad: quiso en la muleta, descolgó, humilló, metió la cara, repitió. Sin terminar de entregarse ni romperse. No probó ni aunque por escarbar dos o tres veces lo pareciera. No se rajó ni aunque lo distrajeran desde el callejón hasta las gorras de plato de dos empleados que no pararon de moverse.

Reacción

En tablas quiso más templado que fuera de las rayas, pero no todas las embestidas tuvieron el mismo son. Cuando se sintió incómodo, punteó la muleta y lo puso caro todo. Tampoco los cites, los toques y los enganches de Tejela fueron igual de precisos. En esa paridad o disparidad vino a resolverse una emotiva pelea que acabó ganado el torero a los puntos. No en el primer asalto en los medios, porque Tejela no terminó de asentarse ni se decidió a poner la muleta por delante; sí luego, cuando en las rayas, Tejela sintió al toro obedecer más de lo previsto y entonces, con una gotita de electricidad, lo llevó toreado y obligado por abajo; y casi del todo al final. Entonces Tejela sólo tuvo que taparlo para acompañarlo en viajes mecidos a media altura por la mano derecha y ligados en mínimo espacio. El último asalto fue un gran desafío porque Tejela se lo jugó ya todo, se tuvo muy en torno aquellos cuernos de pánico y obligó al toro a pasar por el aro incluso a la fuerza. Cada vez que Tejela libró al toro por delante, la gente bramó de alivio. Aunque empujó la masa, Tejela no pasó con la espada y sólo acertó al tercer intento.

Esa pelea tan emocionante no fue la única de una corrida donde cobró protagonismo el viento, que no dejó elegir terrenos. El único sitio donde pudo ampararse Tejela en el primer turno, entre las rayas de sol, fue también el terreno donde mejor se empleó el toro de más calidad de la corrida, el tercero. Buen terreno, pero no siempre la mejor distancia. Pero faena de tensión parecida a la del sexto toro. Más rematada, más abundante y más redonda porque el temple de ese tercero fue especial. Dos tandas con la izquierda de mucho poder, tensas, puras, ceñidas, rematadísimas. El descubrimiento tardío de que por el pitón derecho todavía descolgaba más en serio el toro. Una tanda de redondos. Muchas ganas de Tejela, venido a ritmo, atemperado al fin en toques y remates. Un pinchazo, una gran estocada, un éxito sonado. Estaba, además, la gente con él. Y mucho.

El primero de corrida salió noble pero frío: tranco pesado y flojón, se lo pensó un poco. El Fandi, seguro en banderillas, no dio con la fórmula. El viento no permitió experimentos. El segundo se vino arriba en banderillas espectacularmente. Amplios los galopes. César Jiménez lo llamó y se lo trajo dos veces de punta a punta, de una raya a la opuesta, y aguantó firmísimo los primeros embroques. Faltó la suerte de ligar en una y otra baza tanda. Por el viento, por un tirón de más, por lo que fuera. Iba a ser una bomba y no estalló. Se empezó a desinflar el toro. En parte porque no le convenía la distancia. Se fundieron las ideas del torero y el fondo del toro casi a la vez. A César le estuvieron molestando desde la grada no poco.

El cuarto fue pavo de desmadejado tranco y frágil equilibrio, pero toro de menos a más. El Fandi puso a la gente de pie en banderillas, pero no se templó con la muleta y la faena estaba vista antes de haberse asomado. Un trasteo sin alardes. César le pegó de salida al quinto hasta ocho muletazos de rodillas y por alto que resultaron demasiada violencia. El toro, un poco escondido, con alguna secreta intención, parecía pedir otras fórmulas. O ser sometido. No hubo acuerdo entre las partes: un desarme, un testarazo, no se quisieron.