LA COLUMNA

Adictos a la tele desde la cuna

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Dentro de tres semanas, si algún cataclismo benefactor no lo remedia, un canal de la televisión italiana emitirá una programación dirigida a bebés menores de dos años. Nadie sabe cómo se financiará, porque no incluirá publicidad, pero durante las 24 horas del día ofrecerá nanas, historias cuyos protagonistas serán peluches, abecedarios animados, canciones, juegos didácticos e incluso lecciones de gimnasia. Sus patrocinadores, que presumiblemente invierten a largo plazo para crear teleadictos, dicen que ya que los niños pasan muchas horas ante el televisor, más vale que vean las cosas adecuadas. Pero los psicólogos infantiles aseguran que a esa edad lo que se ve por televisión no puede considerarse educativo y que no hay nada como la mirada, la voz y la sonrisa de los padres, para tranquilizar, entretener y formar la mente infantil.

El sociólogo Satoshi Kanazawa aseguraba no hace mucho en New Scientist que la televisión mejora la vida social gracias a los amigos imaginarios. Pero muchos estudios científicos han coincidido en los riesgos físicos y psicológicos de ver la televisión a edades tempranas. Los expertos en salud infantil reclaman que las emisiones infantiles se consideren un tema de salud pública, porque los chavales tendrán pronto, además de un televisor en su dormitorio, otro en su bolsillo gracias a la nueva generación de teléfonos móviles.

Ya nadie recuerda cómo han podido vivir sin televisión las ochocientas generaciones de seres humanos que han poblado la faz de la Tierra desde que existe rastro de civilización. ¿No lo hicieron hablando alrededor de la mesa camilla, en los patios de vecindad, en las la tertulias de café; asistiendo al ágora, a los foros, las ferias? Nadie quiere acordarse de lo emocionante que es relatar un cuento a un niño, enseñarlo a hablar, jugar con él. Hoy lo enchufamos a la televisión y a descansar. Cuando sea mayor no lo entenderemos, no será nuestro amigo. Y tendrá derecho a no perdonarnos.