VOCES DE LA BAHÍA

Necesitamos un nuevo humanismo

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Creemos que, sobre todo en estos momentos de cambios profundos y rápidos, los profesionales que ejercen la función de crear opinión han de ser conscientes de su deber de -como Comte afirmaba de la Sociología- «saber para prever y prever para proveer». Han de analizar el sentido de las normas jurídicas para percatarse de que estamos asistiendo a la profunda remoción de unos cimientos y a la sustitución por otros bien distintos. El cumplimiento de esta tarea de iluminar la vida de los ciudadanos exige la acumulación de grandes dosis de lucidez intelectual y el acopio de notables cantidades de coraje moral para reaccionar a tiempo ante las permanentes tentaciones a las que, a veces, sucumben los poderes políticos de constituirse en los modeladores de un tipo de ser humano nuevo y los moderadores de una sociedad diferente.

¿Por qué, por ejemplo, en la educación se reduce el volumen de la filosofía, de la ética y de las religiones? Con esta rebaja corremos el riesgo de crear una sociedad infantil desprovista de los recursos que alimentan la libertad, la dignidad y el bienestar. Algunos líderes parten del supuesto de que la política por sí sola puede responder a todas las preguntas de la vida, y otros defienden que estas cuestiones pertenecen exclusivamente al ámbito de la intimidad personal.

A nuestro juicio, lo más grave de la situación actual es que nos estamos quedando sin los saberes y sin los valores de los que emerge la libertad real: nos faltan conceptos y palabras sobre los contenidos esenciales y sobre las sustancias nutricias que, a largo plazo, engendran sentido y dan esperanza a la vida de los seres humanos. No podemos fiarlo todo a la política ni siquiera a la ciencia, a la técnica o a la industria. ¿Qué pasa cuando el hombre, sin unos saberes básicos, choca con las situaciones límites de la vida: con la soledad, con el silencio, con el sufrimiento, con el amor, con la enfermedad y con la muerte?

Sí; necesitamos de un nuevo humanismo que se apoye en el patrimonio acumulado tras milenios de reflexión, en el reconocimiento de errores lamentables y, sobre todo, en las experiencias dolorosas que ha sufrido la «humanidad»; pero también hemos de fijar la mirada hacia la meta irrenunciable de un mundo mejor que hemos de proyectar aplicando los recursos de la imaginación creadora y la fuerza de la voluntad liberadora. Nuestra sociedad necesita hoy beber en fuentes de sentido mucho más que de seguir pautas impuestas por la coacción de las normas jurídicas. Esas fuentes no nacen sólo de la mera legitimidad política sino también de aquellos hontanares que nos proporcionan orientación, respiro y libertad. Para alcanzar estas metas hemos de pedir colaboración a la ciencia y a la filosofía, a la moral y la religión.

Ninguna de ellas tiene primacía para descartar a las otras y -como ya hemos experimentado en más de una ocasión-, cuando intentan hacerlo, generan automáticamente violencia. La ciencia, la cultura, la ética y las religiones son los cuatro pilares sobre los que se asienta el edificio humano: si alguno de ellos se quiebra, el edificio amenaza ruina.

Habermas ha explicado cómo en las sociedades liberales y pluralistas el disenso fecundo entre los diferentes ámbitos se deberá articular autocríticamente evitando que cada uno desautorice impunemente a los demás. Hoy siguen siendo cruciales las cuatro preguntas que, según Kant, hemos de hacernos los hombres responsables: ¿Qué puedo saber? ¿Qué debo hacer? ¿Qué me está permitido esperar? ¿Qué es el hombre? A ellas responden, respectivamente, la ciencia, la moral, la filosofía y la teología. Como afirma Olegario González de Cardenal, «una sociedad o un partido que cierran las posibilidades públicas de hacer esas preguntas y de hallar en libertad las correspondientes respuestas están devolviéndonos a fases preilustradas, antiliberales y dictatoriales».