SEÑORIAL. Esta vía del barrio San Carlos fue lugar de residencia de la burguesía y las familias acomodadas hace varias décadas.
CÁDIZ

Cualquier tiempo pasado fue mejor

Vecinos y comerciantes coinciden en quejarse del mal estado de los adoquines de la calle

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Manuel Rancés pertenece a ese selecto grupo de calles del centro de Cádiz en las que se puede decir que «el que tuvo, retuvo». Es como esas familias nobles arruinadas que se niegan a desprenderse del juego de té chino pintado a mano, aunque se mueran de hambre.

En Manuel Rancés, la estructura y robustez de algunos edificios, la amplitud de los patios, el mármol oscurecido por la suciedad y los graffitis hablan de un pasado que como en los versos de Manrique, fue mejor.

Hoy la calle, sin apenas rastro comercial, con un pavimento anticuado y lleno de parches y con edificios abandonados o en proceso de restauración, no es ni su sombra. Bien lo saben vecinos que viven allí desde hace décadas, como Irene, para quien la vía está en un estado «horroroso». Esta vecina lamenta que la calle sea uno de los centros de la movida nocturna aunque «ahora -puntualiza- parece que está más aplacado».

Las quejas que provoca la actividad nocturna del fin de semana no son exclusivas de esta calle, sino de una gran mayoría del casco histórico, sobre todos las que son lugar de paso desde San Francisco o Mina hacia la Punta de San Felipe. Sin embargo, en Manuel Rancés se concentran varios bares y pubs que por las mañanas, cerrados a cal y canto con sus persianas metálicas, dan un aspecto más lúgubre a la calle, aunque luzca el sol.

En lo que todos sí coinciden es en que el asfalto es uno de los peores de todas las calles del centro. La propietaria de la peluquería Toñi, incluso, asegura que por culpa de los adoquines levantados una vez se torció un tobillo. «Llevo 35 años aquí y para mí esta es la calle más guarra de todo Cádiz», dice Toñi González, quien dice estar indignada «porque nos han dicho que esta calle no se va a arreglar, que no entra en los planes». Toñi, además, cree que las calles de alrededor reciben otro trato «porque están allí las administraciones públicas, como la Junta».

La propietaria de este salón de belleza se queja amargamente de que «pagamos los mismos impuestos que los de Columela» y sin embargo «la calle está de vergüenza».

Esa misma sensación de abandono la comparte Federico Sánchez Medina, propietario del establecimiento de reparaciones eléctricas del número 2. «La calle ha ido a peor, en limpieza, vigilancia y ruido», asegura. Respecto al problema del olor a orines que se respira en el ambiente los fines de semana, Federico opina que no es un problema exclusivo de esa calle, «sino, en general, de todo el casco histórico». El negocio lleva tres décadas abierto, desde las ocho de la mañana hasta bien entrada la tarde noche. «Parece que yo no pago impuestos», se queja Federico, «porque aquí en 30 años no han puesto ni una guirnalda por Navidad».

En Manuel Rancés también se ubica uno de los primeros gimnasios que se instaló en el casco histórico, el Winner. En el recinto -que ocupa todo el edificio del número 17- se puede asistir a clases de Kung-Fu, kárate, aeróbic, step, gimnasia de mantenimiento o full-contact. Además, tienen otras especialidades de nombre tan exótico como Shorinji-kempo, un arte marcial que se remonta a los tiempos del templo Shaolín. En el Winner, a la entrada, varias fotografías de hombres y mujeres de apariencia hercúlea recuerdan a visitantes y usarios que aquello es un lugar consagrado al culto del cuerpo. Francisco Barrera y Carlos Torl, dos de los monitores, explican la distribución de las instalaciones. Ambos son un buen escaparate humano de cómo el ejercicio puede llegar a transformar el cuerpo. «En seis meses se empieza a ver los resultados», explica Francisco, quien cree que la actividad física se llega a convertir en una adicción. Respecto a las calles, no tienen quejas de la seguridad, ni de la iluminación, pero coinciden con el resto de vecinos y comerciantes en el mal estado del pavimento y también apuntan los frecuentes cortes de la calle: «Cuando no es una obra, es otra o meten un camión y ya no puede pasar nadie», explica Carlos.

La queja recurrente del asfalto se cuela también en la conversación con Ángel Román, de la bodeguita Don Cicuta, que lleva abierta cerca de un cuarto de siglo. El bar de Ángel no está orientado a los desayunos, porque abre a las diez de la mañana: «Por la noche es cuando tenemos más clientes» y aunque la movida le ha supuesto algún que otro disgusto («Me rompieron un cristal la semana pasada»), no se queja de las idas y venidas de los jóvenes los fines de semana. «Para mí no hay problema, porque además se acaba hacia la una y media de la mañana».

Pero Agustín Merino, cliente del bar y vecino del número 6 de esa misma calle, vuelve al comentario también frecuente de los que se aficionan a orinar por la calle. «Para mí es lo peor. A veces cuando bajas un domingo por la mañana el olor es criminal», comenta este madrileño que hace poco más de un año vive en Cádiz y que está encantado con el cambio.