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Cultura

El museo oculto

El catálogo de las mayores empresas del país contiene miles de obras de gran calidad

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Cristo agonizante de El Greco; Retrato de Carlos III, cazador, y Retrato de Carlos IV, de Goya; Las bodas de Camacho, de José María Sert; Carlos II, de Juan Carreño de Miranda; La Virgen niña dormida, de Zurbarán; Niños buscando mariscos, de Sorolla; Dos hombres jugando al ajedrez, de Picasso; Carmen, de González Bilbao; Elogio del vacío II, de Chillida. Son obras muy famosas, de ésas que aparecen en los libros de historia del arte de los escolares de medio mundo. Ninguna de ellas, sin embargo, es propiedad de museo alguno. Tan impresionante catálogo forma parte de exquisitas colecciones formadas a lo largo del tiempo por algunas de las grandes empresas españolas y sus fundaciones. Un verdadero museo que extiende sus salas por oficinas, despachos y salones de consejos e incluso tiene dependencias al aire libre.

Las obras propiedad de empresas españolas permitirían crear uno de los museos más importantes del mundo, en calidad y cantidad. Cuadros de Goya, El Greco, Regoyos, Picasso, Miró, Saura, Murillo, Rubens, Carreño de Miranda, Sorolla, Madrazo, Zuloaga, Rusiñol, Vázquez Díaz, Gordillo, Tàpies, Arroyo, Chillida, Cranach, Van Dyck, Urzay, Iturrino, Arrue, Gris, Merz, Corot, Delacroix, De Kooning, Barceló, Sicilia... Esculturas de Oteiza, Chillida, Serrano, Serra, Deacon, Mena, Gregorio Fernández... En total, miles de piezas cuyo valor conjunto es casi imposible de calcular (únicamente Telefónica ofrece el de su colección: 60 millones de euros, en un cálculo «muy conservador»; el resto no lo tiene valorado en detalle o evita dar ese dato) y que sólo pueden contemplarse de forma muy restringida o cuando son cedidas para exposiciones públicas.

El coleccionismo de las empresas españolas, que en algunos momentos ha sido decisivo para impulsar a toda una generación de creadores, comenzó hace más de dos siglos. Concretamente en un año que todos los escolares recitan de memoria: 1789. Por encargo de los trabajadores de la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla, Francisco de Goya realizó un retrato de Carlos IV y otro de María Luisa de Parma, para conmemorar su subida al trono. Dos siglos después son las joyas de la colección de Altadis, que tiene en el tabaco el eje argumental de casi todo el catálogo. Y que ha creado algunos de los iconos más poderosos en mucho tiempo: los cuadros con cigarreras de Canals y Llambí y Gonzalo Bilbao Martínez han fijado una imaginería que está aún en vigor, como demuestran los fotogramas de Carmen, de Vicente Aranda.

Especialización

Otras sociedades han mostrado más recientemente un afán notable por el coleccionismo (y algunas no lo tienen: el caso más llamativo es el de Repsol), y quizá por eso se han especializado en el arte contemporáneo. Los casos más evidentes son La Caixa, Telefónica y Caja Madrid. Las tres empresas se han centrado en los artistas más relevantes del siglo XX. La entidad financiera catalana, en los últimos 25 años de la centuria; la madrileña, en la segunda parte del siglo; la compañía telefónica, en un período más amplio, que va desde los artistas españoles e iberoamericanos de las vanguardias clásicas hasta la actualidad.

En este último caso, hubo en su origen una intención clara de revalorizar a ese grupo de creadores. El entonces presidente Luis Solana atendió a la petición del Gobierno, en el sentido de que se completaran las colecciones públicas con la compra de artistas españoles para favorecer su difusión. Luego, cuando la compañía inició su expansión en América, abrió el abanico de sus compras a artistas de aquel continente, hasta completar una de las mejores colecciones cubistas que hoy existen en el mundo.

Santander y BBVA representan, por el contrario, la antiespecialización. Sus colecciones, que tienen orígenes bien diferentes, como corresponde a entidades producto de diferentes fusiones, se han formado a lo largo de un proceso de un siglo de duración y han contado con asesores de lujo. En ellas se reúnen los nombres esenciales del arte de cinco siglos -con algunas de sus obras capitales-, están marcadas algunas líneas y hay mayor presencia de unas épocas o de unos autores. Pero son en sí mismas un compendio de la producción artística desde el Renacimiento. La entidad vasca sí tiene intención de adentrarse ahora en lo último, con un programa denominado BBVA Contemporáneos, destinado a apoyar el arte español de hoy mismo. Pondrá así en marcha un plan de adquisiciones, después de varios años dedicados a la catalogación de su patrimonio, en los que no se ha realizado compra alguna.

Porque las compras han sido, en la mayor parte de los casos, la vía por la que se han constituido las colecciones. También hay piezas procedentes de testamentarías y embargos, pero el grueso procede de adquisiciones en subastas, a particulares o mediante encargos directos a los artistas. Es el caso de Iberdrola, que tiene una colección de obra contemporánea muy centrada en la escuela de pintura vasca y en la de Vallecas. Altadis, en cambio, constituyó un premio hace cinco años, al crearse la sociedad -fruto de la fusión de la española Tabacalera y la francesa Seita-, de forma que adquiere seis cuadros al año, de otros tantos autores premiados, más uno a la galería en la que se organiza una exposición con sus trabajos. Completa así los fondos adquiridos directamente a los artistas o sus herederos (los picassos los compró a Maya, hija del pintor) en las décadas anteriores. Endesa beca a diferentes artistas y les compra obra. Todavía es una colección pequeña, pero a medio plazo puede ofrecer una visión muy completa de una generación artística.

Función social e inversión

Todas estas sociedades han adquirido esas obras con un afán de promover la cultura, apoyar a los artistas españoles, o a los jóvenes, o por ayudar a difundir en España lo último de las vanguardias. Hay un caso singular en el que los compradores no perseguían nada de eso. Es el de Tubacex, una sociedad siderometalúrgica que en los ochenta realizó importantes inversiones fuera del sector industrial, en un afán de diversificación de su negocio y en busca de rentabilidad. En un breve período de tiempo, y con un más que insuficiente asesoramiento artístico, como reconocen sus actuales responsables, la empresa compró 172 obras, por valor de 10 millones de euros. Entre las piezas, había un cuadro de Renoir y una pintura de Sol Lewit, un delacroix y un oteiza, por citar sólo cuatro ejemplos que muestran la heterogeneidad de las adquisiciones.

Poco después, la empresa vivió una gravísima crisis económica, que la condujo a la suspensión de pagos. Algunos acreedores aceptaron recuperar parte de la deuda en obras de arte, de manera que la colección quedó reducida a un centenar de piezas.

Esta de la venta es una experiencia insólita, porque cuando se pregunta a empresas y fundaciones si estarían dispuestos desprenderse de sus obras, la respuesta es coincidente: hoy por hoy, no. Sólo Tubacex, que tiene cedidos 18 cuadros al Guggenheim, está abierta a vender, siempre que sea en buenas condiciones, o incluso a hacer donaciones a las diputaciones forales, con efecto fiscal.

Pero incluso esta empresa siderometalúrgica coincide con el resto en la intención de obtener la mayor rentabilidad social posible de su inversión, mostrando la colección al público total o parcialmente. Algunas se encargan directamente de organizar exposiciones. Es el caso de Santander, BBVA, Telefónica y La Caixa. En menor medida, Caja Madrid y BBK también han organizado alguna muestra. Altadis aún no ha organizado ninguna, pero sus responsables tienen en mente hacerlo en un futuro.

Otras no disponen de la estructura necesaria para ello y prefieren firmar acuerdos con algunos museos para que éstos exhiban sus colecciones o parte de ellas. No les faltan pretendientes, porque son muchas las pinacotecas que aspiran a acoger de forma permanente algunos capítulos de esas colecciones, o que piden piezas concretas para exposiciones temporales. Un gran museo español se esconde en los distritos de negocios.