ANABOLIZANTE

Cádiz y Jerez

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H ace unos años, escuché en Algeciras a unos hinchas de futbol gritando: «¿Puta Cádiz, puta capital!». Me hizo gracia porque eso era precisamente lo que se gritaba en la Tacita, pero obviamente cambiando el nombre de la ciudad por «Sevilla». En estos últimos tiempos, el odio hacia la capital de Andalucía se ha visto desplazado por otra rivalidad, que queda circunscrita al ámbito de la provincia. Es curioso, ahora ocupamos nosotros el puesto de Sevilla y es Jerez la que reclama menos centralismo, e incluso asumir ella la propia capitalidad.

En fin, estas cosas pasan, y pasarán, son piques provincianos de toda la vida. Para colmo, el fútbol se está encargando de incentivar este odio. Yo asisto a todo esto con más aburrimiento que otra cosa.

Sólo se me calienta la sangre cuando son las instituciones las que se encargan de levantar muros entre poblaciones, siguiéndole la corriente a un fundamentalismo pueblerino, dándoles la razón a los talibanes de la patria chica. Es muy triste, y muy limitado, que un ayuntamiento aliente este odio, o que periodistas y otras gentes influyentes entren en el juego. No es serio, no es elegante, y además no ayuda, distrae la atención de otras cosas que nos deberían preocupar más. Cada uno tiene su corazoncito, y a cada quien le tira su cotidianeidad, el paisaje en el que han ido transcurriendo sus días. Pero este sentimentalismo no se puede institucionalizar, no debe ser una arma política que ridiculice y desprecie las costumbres de la gente que vive a nuestro lado.

Tiene gracia la cosa. Nos rasgamos las vestiduras con la unidad de España, y no somos capaces de llevarnos medio bien ni con nuestros propios vecinos.