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Parodia

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Carlos Marx corrigió aquella intuición de Hegel según la cual todo en la Historia se repite dos veces y matizó que, bueno, sí, dos veces, pero la segunda como parodia. Eso fue a propósito de Luis Napoleón, pero sigue siendo actual, sobre todo cuando uno contempla el paródico retorno de Jesús Quintero a TVE. Esta semana comenzaba propiamente El loco de la colina después de la gala con Rocío Jurado.

El retorno del veterano presentador se nos había vendido, una vez más, como uno de esos gestos de distinción que tienen que devolver a la Pública su carácter de cadena de referencia. Como primera evaluación, cabe la broma de Marx: Quintero ya no es él mismo, sino una autoparodia. Aquellos silencios que antaño parecían filosóficos, ahora parecen gags de humorista; aquellos visajes de esfinge que antes juzgábamos dramáticos -ojos entornados, labios estrechos como un horizonte de estepa-, ahora nos son tan impostados que nos resultan cómicos. Era como ver a Quintero imitando a Cruz y Raya imitando a Quintero. Todo en el programa se resentía de aire ficticio.

Para empezar, entre cambios de decorado, cambios de invitado y cambios de vestuario, uno terminaba sospechando que esto no era propiamente un programa, sino un collage compuesto con trocitos de entrevistas anteriores. El mismo carácter invertebrado aquejaba a la selección de entrevistados, que fueron demasiado convencionales: Alejandro Sanz, Antonio Gala o Santiago Segura.

Respecto a los otros invitados, los freaks, esas gentes del común que Quintero ha sacado de la calle para convertirlas en iconos televisivos, está claro que sólo funcionan una vez y que no cabe repetición. No es lo mismo un Risitas presentado como bicho raro, como variante televisiva del esperpento popular, que un Señor Don Risitas presentado como héroe de masas. Respecto a la reacción de los espectadores, no ha podido ser más gélida: un 15,3% de cuota de pantalla, que es una calamidad en el prime time. Esto huele a resbalón.