CHARLETAS GADITANAS

Las rebajas

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Me preguntaban hace unos días unos jóvenes que si esto de las rebajas de enero, al igual que las de julio, era cosa de siempre, o sea, que este tipo de ventas había existido desde hacía muchos años.

Nada más lejos de la realidad, les manifesté, entre otras razones porque en los años después de la guerra, ya metidos en la posguerra, no había artículos para vender y mucho menos para rebajar. Este sistema de ventas llega a últimos de los años cincuenta, aunque a Madrid llegó antes por aquello de las grandes superficies de venta, como Galerías Preciados y El Corte Inglés. Ya con la llegada a provincias de estos almacenes se fue extendiendo este sistema de ventas, que se iniciaron con las rebajas de julio y más tarde llegaron las de enero.

En lo que concierne a nuestra ciudad las rebajas llegaron con Galería Preciados, que fue el primero de los llamados grandes que llegó aquí, y éste fue el que más tarde iría arrastrando al comercio pequeño y más tradicional a este tipo de ventas. Anterior a las rebajas se hacía una venta de los retales de telas que iban sobrando y se le hacían precios especiales ya que la confección, tanto de señora como de caballero, aún no estaba en todo su apogeo. Sobre todo se llegó a las rebajas vendiéndose lo que de verdad quedaba de la temporada anterior y, debido al auge que tomaron estas ventas, ya se empezó a comprar artículos determinados para ellas.

Hoy se hacen rebajas de toda clase de artículos, tanto de ultramarinos, droguería, televisión, cámaras de todas clases, ordenadores, etc. No existía «lleve tres y pague dos», ni «por la compra de un pollo le regalamos una docena de huevos», por aquellas fechas el comer pollo era de rico y encima no le iban a regalar los huevos.

La palabra promoción no existía nada más que en el fútbol, lo mismo para ascender que para descender de categoría.

Hoy con las rebajas se ha llegado, según dicen, a unas fabulosas ventas y existen verdaderos profesionales, compradores de las mismas, que alcanzan buenas gangas. Pero hay que comprar con la cabeza, porque muchas veces se da el caso de que se juntan con cosas que después no son útiles y a larga salen más caras. Recuerdo una anécdota de cuando se compraban las piedras de mechero, una piedra valía 50 céntimos y un paquete de diez en Ceuta valía tres pesetas. Los que iban a esta ciudad traían un paquete, ponían la primera y, cuando se gastaba e iban a poner otra ya no sabía dónde había puesto el paquete o se le había caído, cuando lo que pasaba era que la piedra le había costado tres pesetas, y hablo de cuando tres pesetas eran algo.