VUELTA DE HOJA

Periodistas en el más allá

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En 2005, que acaba de morir en nuestros brazos, han muerto también 63 periodistas. Estaban contando lo que pasaba y les pasó lo que les pasó. Lo que pasa siempre, aunque la cifra de este año sea la más alta desde 1905, según denuncia Reporteros Sin Fronteras. Hablamos de los que nunca más podrán hacer una maleta, ni hacer un artículo, ni hacer una foto o rodar con sus cámaras una escena de esas que la tele nos proyecta a la hora de comer. No hablamos de los periodistas detenidos, que son más de 800 en el mundo, que es estrecho y ajeno, ni del millar de medios de comunicación que sufrieron censura y que ahora la Generalitat puede ampliar a 1.001, ya que ha entrado en vigor la ignominiosa Ley Audiovisual que da poder decisorio al CAC y puede callarle la boca a todo el que diga algo que no se ajuste a sus intereses o que no corresponda a lo que crean que es información veraz.

Un oficio de alto riesgo. Mucho más que el de piloto de Fórmula Uno o el de torero acogido a la protección de la Virgen de los Caireles, y que además está mucho peor pagado. Un periodista, según la definición de Gerardo Diego, que era un poeta, es un salvador de instantes y un cantor de lo cotidiano. Se la juega cuando canta y cuando cuenta. Según el informe La libertad de Prensa en 2005, Irak sigue siendo el país donde mueren más informadores y colaboradores de los medios. Dicen que la primera causa de la mortalidad son los atentados terroristas, seguidos de los ataques de la guerrilla, pero no es cierto: la primera causa es que estaban allí.

Los periodistas mueren por informar y por opinar. Habría que inventar otro nombre para los que informan y opinan sobre chismes de adulterios y sólo investigan a esas señoras en cuya tumba podría inscribirse un epitafio que dijera que es la primera vez que yacen con las piernas juntas.