OPINIÓN

El retorno de los vándalos

Y de lo que no cuesta -ya lo dice el refrán- llena la cesta, que el que hace un cesto, hace ciento

Yolanda Vallejo

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Yo no sé a usted, pero a mí me pasa que, cuando escucho o leo la palabra «vándalo», me sale de natural lo de «inmisericorde» que decía Teófila Martínez. No sé si se acuerda -aunque tampoco ha pasado tanto tiempo- pero los vándalos inmisericordes campaban a sus anchas en nuestra ciudad hace más o menos una década, cuando un día sí y al otro también, destrozaban bancos y papeleras, se llevaban las pailas de la playa, rompían los cristales de la Punta de San Felipe, dañaban las pistas de skate de Puntales y de Santa Bárbara, le quitaban la espiocha a la estatua del Tío de la Tiza, el sable a la Pepa… en fin, que tenía faena el Ayuntamiento de entonces reparando lo que muchas veces resultaba irreparable. Más de cien mil euros se destinaban cada año a remendar la ciudad, un importe que podría haberse asignado a otros menesteres, claro, pero que había que gastar en reparaciones porque cada mañana amanecía Cádiz con un roto o con un descosido distinto. Y eso que las autoridades municipales se empeñaban en hacer pedagogía -ya no se dice tanto lo de hacer pedagogía, por cierto- para que aprendiésemos a reconocer la diferencia entre lo público y lo gratis -eso no lo aprenderemos nunca- repitiendo que lo que es de todos no es de nadie.

Ese era el problema, una ligera cuestión de matices semánticos, sin aparente importancia. Porque si lo que es de todos no es de nadie, se puede destrozar, y se puede robar, sin que pase absolutamente nada. «Si esta en la calle -me decía siempre una señora que surtía sus balcones de flores municipales y a la que yo recriminaba por ello- será 'pa' cogerlo». Total, debían pensar los vándalos inmisericordes, que lo pague el Ayuntamiento, que para eso están. Así de vándalos y de inmisericordes éramos los gaditanos de antes. Nos llevábamos las flores de pascua -Euphorbia pulcherrima que se llaman, realmente, aunque la gente las llama Poinsettia para darse pisto- a casa porque, como estaban en la calle pues ya se sabe. Un dineral en flores de pascua que se gastaba el Ayuntamiento con tanto trajín, y que obligaba a los operarios municipales a estar como Penélope la de Ulises, rehaciendo cada mañana lo que habían deshecho por la noche. El eterno retorno, hecho flor de pascua.

Y ojo, que lo de llevarse la maceta navideña a casa no es solo cosa nuestra. Échele un vistazo a las hemerotecas y comprenderá que hay una relación de atracción fatal entre las pascueras y el personal en todas las ciudades de este país. En Canarias, las multas por sustracción de estas plantas oscilan entre los quinientos y los seiscientos euros; en Écija advierten de que la sanción irá desde los cien a los seiscientos euros mientras tratan de convencer a la gente de que no robe «una macetita de flor de pascua que te sale entre seis y diez euros en la floristería», en Valencia desaparecieron en cuestión de horas, ochocientas plantas navideñas de la calle y así, podríamos recorrer la geografía española de maceta en maceta sin que se libre nadie, porque no hay nada que más fascine al ser humano que apropiarse de lo que no es suyo, por la cara.

El caso es que los vándalos inmisericordes gaditanos se habían llevado algunos años de capa caída. Y no porque se hubiesen redimido, nada de eso, sino porque había poco que rascar en las calles y lo poco que había tampoco es que mereciera mucho la pena. Ya se sabe que aquí durante ocho años le hemos echado la culpa de todo al Ayuntamiento: si la ciudad estaba sucia -que lo estaba- la culpa era del alcalde que era poco amigo del flete y pasaba completamente de todo. Si la ciudad no tenía una iluminación parangonable con la de Vigo -por ejemplo- la culpa era del equipo de Gobierno que era muy chufla y que no quería poner luces de Navidad. Si se caían los árboles -que se caían mucho, todo hay que decirlo- el responsable era el Ayuntamiento que ni podaba, ni regaba ni abonaba nada. Total, que teníamos pocos vándalos o los que quedaban se habían aburrido de romper las cosas y que nadie las repusiera.

Por eso han vuelto. Tímidamente, al principio, cuando sexto teniente de alcalde, responsable de medioambiente, limpieza, playas, protección animal, ciudad verde, transición energética, parque y jardines reparaba con rapidez y solvencia cualquier desperfecto en la ciudad y luego, sin complejos, desde que aquel «solucionado» dio paso al «hay que ver cómo somos». Esta semana, sin ir más lejos, han desaparecido ciento quince macetas de las estructuras florales que puso el Ayuntamiento para adornar navideñamente nuestras calles. Ciento quince, que se dice pronto, de zonas como la plaza de San Juan de Dios, el Mercado Central o la plaza del Mentidero, es decir, en lugares tan céntricos como transitados. Ciento quince macetas que la Delegación de Parques y Jardines ha tenido que reponer y que, posiblemente, no sean las primeras ni las últimas con las que tenga que enjuagar la frustración de constatar que los vándalos inmisericordes han regresado a la ciudad para llevarse lo que es de todos, pero que no es de nadie.

Así somos, para qué vamos a engañarnos. Vemos algo gratis y nos tiramos en plancha para «trincarlo», ya sean los topolinos de Los Italianos, las bolsas de un congreso, los globos de un belén, los caramelos de la consulta del dentista… luego si hay que tirarlo, se tira, porque total, como es gratis no cuesta nada. Y de lo que no cuesta -ya lo dice el refrán- llena la cesta, que el que hace un cesto, hace ciento.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación