Opinión

Desatención primaria

Con el mundo acabado y sin un superviviente, allí seguirán sacando escombros y mezclando cemento en la hormigonera como para surtir a una barriada entera

Decía el consultor acústico Geoff Leventhall de Surrey, Inglaterra –un Grijandemor como otro cualquiera- en un estudio publicado hace veinte años, que solo un dos por ciento de la población está capacitado para escuchar ese sonido de baja frecuencia que se conoce como «zumbido de ... Taos» o «trompetas del Apocalipsis» y que, en Cádiz, conocemos por el «Hum». Solo un dos por cierto que, además, responde a un patrón conductual de personas con insomnio que tienen entre 55 y 70 años y una inteligencia por encima de la media. Va a ser por eso que yo nunca he escuchado el hum. Ni tengo la edad, ni la inteligencia ni el insomnio oportunos y tampoco tengo el oído de tísica –no es incorrección lingüística sino expresión popular- como para distinguir en el silencio de la noche esos ruidos similares a «megáfonos rotos» o «coches arrastrando la matrícula» que atestiguan los que, de manera recurrente, vienen escuchando el misterioso fenómeno en nuestra ciudad desde enero de 2014. Lo mismo usted lo recuerda, porque Iker Jiménez nos dedicó cinco minutos de su programa de investigación - ¿de investigación? - y hasta emitió una «escalofriante» grabación de algo que podría ser desde el afilador –qué ruina- hasta una grúa del muelle –aunque en esa fecha ya no había grúas en el muelle- pasando por la obra que tengo enfrente de mi casa, que a lo mejor no es el hum pero que tengo clarísimo que la terminarán, incluso, después de que llegue el Apocalipsis y se acabe el mundo. Con el mundo acabado y sin un superviviente, allí seguirán sacando escombros y mezclando cemento en la hormigonera como para surtir a una barriada entera.

El caso es que esta semana ha vuelto a ocurrir, lo del hum, quiero decir. Más de cincuenta personas reportaron en sus redes sociales que se habían escuchado ruidos fuera de lo normal, como ya sucediera en septiembre de este mismo año, y muchas veces durante la pandemia, de lo que se deduce que el hum nunca se ha ido del todo y que ya forma parte de los atractivos de esta ciudad. Lo mismo, quién sabe, alguna empresa lo rentabiliza y hace rutas o algo parecido para escuchar los sonidos del más allá en este más acá, donde cualquier cosa nos vale para entretenernos. Como negocio no suena mal, sobre todo porque, aunque sean muchos los llamados, son pocos los elegidos; decía un vecino «se lo comenté a mi mujer, que no escuchaba nada» -era de las mías-, y otro declaraba «El sonido parecía venir de todas partes, pero no pude identificar su origen. Fue una experiencia desconcertante». Desconcertante podría ser un buen reclamo, aunque sí le digo la verdad, no es el hum lo único desconcertante de esta ciudad. Ni lo único que parece de marcianos.

No sé si ha tenido usted el gusto, la inquietud o la necesidad –ojalá que no- de tener que pedir cita de Atención Primaria en su centro de salud. Desconcertante podría ser la palabra que definiese a la perfección la experiencia. Porque si uno pide cita con su médico de familia es, precisamente, porque necesita que lo vea un médico lo más pronto posible y no catorce o veinte días después de sentir los síntomas de lo que sea, porque en el mejor de los casos, después de dos semanas o tres semanas, ese «lo que sea» puede que ya haya desaparecido y, en el peor de los casos, puede que el que haya desaparecido sea usted. Aunque no crea que esto ocurre a menudo, no; lo normal es que su médico no tenga cita disponible y el sistema le aconseje que lo intente en otra ocasión. «Siga jugando» le falta decir al sistema, como si pillar cita con el médico fuese, más que un derecho, una cuestión de suerte.

Piense que no hay situación que no pueda empeorar y le puede tocar la «cita telefónica», que además de desconcertante, tiene el añadido del efecto sorpresa y la carga emocional de que uno no sabe cuándo lo llamarán ni desde qué número de teléfono y tampoco sabe cuántos tonos de llamada aguantará su médico antes de que usted descuelgue, porque ¡ay, como se le pase la llamada!... a empezar de nuevo, amigo. Vuelta a la casilla de salida.

Según el sindicato CSIF esta situación no es nueva, porque llevamos años de falta de personal y mala gestión en el SAS. No es nueva, pero sí se ha convertido en algo estructural, porque la gente ya se ha acostumbrado a tener la cita con el médico dos o tres semanas después de solicitarla, y a acudir a los servicios de urgencias cuando la agenda de la atención primaria no tiene huecos, fomentando la saturación, desvirtuando la finalidad del servicio y provocando un cabreo monumental en los profesionales y en los pacientes porque, para qué vamos a engañarnos, ni así se puede trabajar, ni así se atiende a las personas. Usted lo sabe tan bien como yo, porque en alguna consulta telefónica le han preguntado cómo tiene la garganta –a mi hija le pidieron que se hiciera una foto con la boca abierta y la enviara- o le han pedido que le describa el dolor del que se queja. Así no se puede atender a los pacientes.

Y mientras, desde la Junta de Andalucía sacan pecho diciendo que las citas médicas no tardan más de una semana y que la primera consulta en especialidades no supera los sesenta días de espera. Y mientras, en Cádiz la gente diciendo que escucha el hum… cada uno se consuela como puede.

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