opinión

Todos somos contingentes

Los marroquíes, en particular, y los africanos, en general, son gente como tú y como yo

Yolanda Vallejo

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Hay gente que tiene la extraña virtud de que, cuando habla, destapa la caja de los truenos que todos están deseando abrir pero ninguno se atreve. Todos sabemos quiénes son porque hemos visto más una de vez «La cena de los idiotas» y conocemos a muchos François Pignon dispuestos a dar momentos de gloria ya sea con miniaturas hechas con cerillas, o con patronales de hostelerías, por poner un ejemplo.

Da lo mismo, el caso es que hay gente que cuando habla, sube el pan, que se decía antes, porque ahora el pan sube aunque estemos todos más callados que en misa. Y el presidente de Horeca tiene ese don, para qué vamos a decir otra cosa. Esta semana, durante el VII Foro Provincial de Turismo, el presidente de los hosteleros gaditanos lo volvió a hacer. Abrió la caja de Pandora y soltó una controvertida propuesta para paliar la falta de personal de hostelería en nuestra provincia: la llegada de un contingente de profesionales marroquíes para que ocupen los puestos que no se cubren con trabajadores de la provincia.

Eso fue lo que dijo -que puede parecer mejor o peor, más o menos acertado-pero no fue eso lo que se entendió, claro está. Porque, si al buen entendedor pocas palabras le bastan, a los entendedores malos se les puede dar la enciclopedia Espasa completa, y con todos sus apéndices, que seguirán entendiendo lo que les venga en gana, o lo que les convenga en cada ocasión. En este caso, además, la ocasión la pintaban calva porque a la patronal de hostelería gaditana le cuelga el sambenito de las contrataciones irregulares, de la precariedad laboral, del incumplimiento del convenio, de las abusivas jornadas de trabajo y de la poca regulación y la poca exigencia de profesionalidad. Total, que blanco y en botella; fue decir lo del contingente y saltar la polémica, con lo que gusta en Cádiz una polémica y un tuit a media tarde.

Y no es que vaya yo a salir en defensa de Horeca y de su presidente, que no está el mundo para heroicidades, pero no estaría de más hacer un análisis serio de lo que realmente planteaba y de lo que tan desafortunadamente se ha extraído de sus palabras.

Verá, no le descubro nada nuevo diciéndole lo ingrato que es el oficio de camarero -y de camarera- y lo frustrante que resulta estar trabajando mientras otros se divierten y lo desagradable que es aguantar al personal cuando ya se ha desinhibido. Hasta ahí estamos de acuerdo, aunque hay montones de trabajos igual de sufridos, ingratos y precarios y nadie se rasga las vestiduras.

Podemos estar de acuerdo también en la escasez de plazas en la oferta formativa para ocupar los puestos de trabajo y en la imagen de «provisional» que siempre ha destilado eso de «trabajar de camarero» que no ha beneficiado nunca al sector y que se ha traducido en contratos irregulares, en incumplimientos por parte de los trabajadores o de los empresarios, en horarios imposibles y en salarios miserables. También dijo el presidente de Horeca que muchos jóvenes que están cobrando ayudas no quieren trabajar «ganando seiscientos euros más que lo que perciben de ayuda», y , sin estar de acuerdo con él, no hay que perder de vista que esto es una consecuencia directa de lo que le dije antes, la pescadilla que se muerde la cola.

De ahí que, ante la falta de demanda laboral, el presidente de Horeca se arriesgara a decir lo del contingente apellidándolo con muy mala fortuna. Porque si hubiese dicho que iba a traerse a los camareros de Francia, de Noruega o de Ohio, otro gallo le habría cantado, pero decir «marroquíes» ha levantado todo tipo de suspicacias, que si racismo, que si esclavitud, que si explotación, que si piensa «que esas condiciones se las merecen los africanos»… y no contento con haber despertado al monstruo, Antonio de María remató la faena con la «labor social del proyecto que permitiría evitar que los marroquíes tengan que venir en patera», ofreciendo cama y comida, además de sueldo, a los del contingente, como si de una obra de caridad se tratara.

Y es ahí donde se equivoca. Los marroquíes, en particular, y los africanos, en general, son gente como usted y como yo. Unos querrán salir de sus países y otros no; unos saldrán en patera y otros no, no los conocemos a todos ni podemos juzgar sus circunstancias, ni pretender que lo que no quieren hacer los jóvenes de aquí -por los motivos que sea, eso habría que estudiarlo también- vengan a hacerlo otros y encima, nos creamos que estamos haciendo una obra de caridad y un bien social.

Que si no hay demanda para la oferta de empleo no es solo porque la gente no quiera trabajar o porque todos los empresarios sean unos desalmados. Habría que empezar a plantearse por qué los jóvenes no quieren trabajar en la hostelería, por qué cuesta tanto trabajo encontrar a un cocinero o a una jefa de sala, por qué se ha desprestigiado tanto a la profesión y por qué se ha demonizado siempre a los empresarios. Lo mismo, si no miraran tanto la paja en el ojo ajeno, podrían ver la viga que tienen en los ojos y, lo mismo, se darían cuenta de que, en este modelo de ciudad turística que estamos creando, todos somos contingentes pero los camareros son los más necesarios. Y hay que cuidarlos.

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