LA ALBERCA

La transparencia de la portavoza

El despelote de la concejal de Cádiz en el Carnaval deja en cueros al feminismo podemita

María Romay, la semana pasada en la final del Carnaval de Cádiz LA VOZ
Alberto García Reyes

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Esta gente de Podemos tiene una virtud suprema: el desconcierto organizado. Su logística de la confusión está tan bien montada que en estos momentos no creo que exista nadie que sepa con seguridad cuál es el posicionamiento ideológico de este partido en ningún tema concreto. Esta semana, por ejemplo, hemos asistido a la reivindicación analfabeta de la portavoz en el Congreso, Irene Montero, del feminismo radical. Su obcecación por defender la palabra «portavoza» como símbolo del progreso hacia la igualdad lingüística forma parte de la corriente que las «jóvenas» de izquierdas están impulsando en su lucha por la equiparación. Todas las «miembras» de este lobby se protegen cada vez que una de ellas propone un vocablo nuevo absurdo. Porque para ellas —para cualquier socialista— el fin justifica los medios. Y eso les permite, sin rubor alguno, arremeter contra el sistema y la norma de la lengua a su antojo o denunciar a la Real Academia por incluir acepciones en el diccionario que consideran peyorativas contra los derechos de la mujer. No entienden, tal vez porque no lo saben, que la Academia no crea, simplemente recoge del pueblo, y que las palabras no se imponen desde el poder, sino que son mucho más democráticas que ellas porque emanan de la gente. Y tampoco saben que vocablos como policía, atleta, víctima, persona o guitarrista no se pueden masculinizar porque son epicenos y, por lo tanto, se refieren a los dos sexos por igual. Pero no estamos aquí para entretenernos en repasar el libro de texto de Lengua y Literatura de la ESO, sino para encomiar la incongruencia sublime de estas iluminadas.

Mientras Montero se aferraba a su «portavoza» para no caerse del caballo de la batalla contra el patriarcado, el androcentrismo, el testosteronismo o cualquier otro «palabro» —perdón por la masculinización, pero estoy seguro de que no se van a enfadar porque en este caso es peyorativa—, la concejala de Transparencia del Ayuntamiento de Cádiz, María Romay, se presentaba en la final del Carnaval disfrazada de sus propios pechos. Haciendo propaganda de su responsabilidad municipal, esta edil se exhibió con toda transparencia ante sus ciudadanos intentando emular la escultura de la diosa Gades y enseñó todos sus atributos corporales a través de un mono de gasa traslúcida que impedía trabajar a la imaginación. Y ahí es donde yo me he perdido. ¿La cosificación de la mujer cuándo se se produce? ¿Poner modelos en las parrillas de las carreras de motos, o chicas semidesnudas en los anuncios de perfumes, o presentadoras de televisión dando las campanadas de Nochevieja en bolas son ejemplos de machismo? ¿Y despelotarse en el Carnaval, en cambio, es una reivindicación de la libertad de la mujer y no una chabacanería? ¿Cuándo son víctimas del heteropatriarcado estas mujeres y cuándo revolucionarias? ¿Cuando digan las podemitas? Supongo que ha de ser así porque, como todo el mundo sabe, los de Podemos son «La Gente». Perdón: y la «genta».

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