Saber estar

Guardar las formas para no dar la nota obligaba a comportarse siempre como dictan las normas de cortesía

Javier Rubio

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Mucho más difícil que saber llegar, y casi a la altura de saber irse, saber estar es todo un arte que requiere de motivación , entrenamiento y mucha disciplina interior para no perder eso que nuestros padres, siempre tan puntillosos, llamaban la compostura. Guardar las formas para no dar la nota obligaba a comportarse siempre como dictaran las normas de cortesía, con la gravedad exigida, sin caer en campechanías ni familiaridades que vician las relaciones y las degradan por la pendiente de la chabacanería . En casa, cuando éramos chicos, chabacano era la frontera que jamás, por ningún motivo, se podía traspasar. No es que los padres nos obligaran a vivir como en la época victoriana, pero se tenía bien presente —sin importar la clase social ni el nivel de renta— la decencia del buen gusto como norma de conducta para todo .

Así que no me ha hecho falta preguntarle a mi madre su parecer por la foto que ilustraba ayer la portada de ABC : el presidente francés Emmanuel Macron desatado en el palco de autoridades festejando un gol de la selección de su país en la final del Mundial haciendo gala de un forofismo que no se compadece en absoluto con la solemnidad que se presume en las actitudes de todo un presidente de la República Francesa.

Todo en esa cita resultó chabacano , bajuno —otro adjetivo que rescato de la memoria de la casa familiar con su superlativa carga de desprecio—, impropio de la dignidad que se les supone a quienes ejercen cargos tan encumbrados . Esa presidenta croata envuelta —literalmente— en la bandera de su país dando saltos en el palco y luego sobando a todo el que se le ponía por delante ya fuera el cuarto árbitro o el masajista de su equipo, ese Putin en mangas de camisa como quien está en casa con los amigotes, relajado y ufano… y luego, el vodevil de los paraguas con el anfitrión a cubierto mientras sus huéspedes de honor se empapaban bajo el aguacero. ¡Qué poca clase! , habrá sentenciado mi madre a sus 89 años.

Será cuestión de edad, porque la reina Isabel II (92 años) ha dejado detalle indeleble de señorío y saber estar en esa hilarante revista de la Guardia Real junto al presidente estadounidense Donald Trump hasta que, harta de indicarle dónde debe colocarse, lo da por imposible. No creo que a la cabeza visible del Reino Unido la vayan a pillar en un renuncio presenciando un partido de fútbol, de rugby o de críquet. Los reyes deben mostrarse impasibles porque la propia esencia de su misión así los obliga. No es insensiblidad, sino majestad. Las redes sociales crean la ilusión de una cercanía que no existe en la práctica. Alabamos a los gobernantes cuando expresan emociones personales porque los imaginamos hermanados a nuestra insignificancia. Les aplaudimos cuando no saben estar, ¡cómo les vamos a exigir encima que sepan irse!

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