Maxim Lopetegui

Convencernos de tu honradez mientras dimites por fraude es como meter un gol con la mano

El exministro Máxim Huerta Maya Balanya
Alberto García Reyes

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Hace falta tener la cara como la puerta de un submarino para ponerte a insultar durante tu dimisión por fraude a Hacienda. Pero aún es más impúdico el argumento de defensa que están exponiendo los amigos del ministro veloz, Máxim Huerta, para valorar su gesto. Sostienen estos palmeros que con su dimisión ha puesto el nivel muy alto para demostrar sus valores y su compromiso con la decencia. Asombroso. Te pillan defraudando 280.000 euros -¿cuánto hay que ganar, por cierto, para poder escatimarle este pastón a la Agencia Tributaria?-, tienes que presentar tu dimisión sólo una semana después de haber tomado posesión como ministro y sales ahí a dar lecciones de dignidad. Qué cosas hay que ver. «Amo la cultura», decía una y otra vez el muchacho mientras denominaba «jauría» a los periodistas que han desvelado su «problemilla», que en teoría son sus compañeros. Digo «en teoría» porque un periodista no gana lo que gana este hombre y porque el periodismo es una profesión muy seria como para incluir en ella a los criticones de tertulias. «Amo la cultura». Ese ha sido todo su pretexto. Y con él ha pretendido dejar intacto su decoro. Pues haznos un favor: si amas la cultura, deja de escribir libros. «No ha resistido en el puesto a toda costa como hizo Cifuentes», arguyen desde sus filas. Ya. Y el carpintero que robó La Gioconda era un genio de película, pero un ladrón.

La ejemplaridad en la política es una trampa que algunos tratan de sortear con las formas. Es cierto que intentar ocultar un escándalo engorda el calibre del mismo, pero afrontarlo con transparencia no lo adelgaza. No podemos tragarnos la estrategia del guante blanco en un contexto en el que los acontecimientos se suceden vertiginosamente para no dejarnos lugar a la reflexión. Las dimisiones exprés son un truco para que todo pase rápido. Que el periódico de hoy envuelva la fruta de mañana. Si hace un mes nos dicen que en la inauguración del Mundial sería presidente del Gobierno Pedro Sánchez y Seleccionador Nacional Fernando Hierro habríamos tomado por locos a los adivinos. Sin embargo, ha ocurrido precisamente por la importancia de las formas. A Rajoy lo ha tumbado su manera de reaccionar a la sentencia de la Gürtel y a Lopetegui se lo ha llevado por delante su acuerdo a destiempo con el Real Madrid. Sólo Rubiales ha salido reforzado de esta hecatombe porque ha recurrido a una estrategia supuestamente anticuada: el honor. Y eso es lo que no entiende el exministro Huerta. Aquí no estamos hablando de dinero, ni de poder, ni siquiera de formas, sino de valores. Querer convencernos de tu honradez mientras dimites por fraude es como meter un gol con la mano. Y fichar por el Madrid dos días antes de empezar el Mundial es como dirigir la política sobre los toros siendo antitaurino. Porque ni Maxim ni Lopetegui ni Florentino están por encima de los principios morales. Son ricos y famosos, pero en estos momentos no son un ejemplo para nadie. No podrán entender nunca que saber decir que no cuesta mucho dinero, pero da mucha categoría.

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