Desconexión

¿Y si fuéramos capaces de vivir el horario laboral como una ocupación en vez de una preocupación?

Javier Rubio

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Se llega a las vacaciones como el náufrago a la isla desierta: braceando contra el rompeolas, salvando los escollos y extenuado . En la playa del descanso laboral, uno se tumba desfallecido, como quien alcanza tierra firme después de haber sobrevivido a los naufragios cotidianos de las jornadas interminables , las tareas impostergables y los afanes insalvables: once meses seguidos de temporales en alta mar, galernas que desarbolan y tormentas en las que lo más fácil es romper el gobernalle como no se sepa maniobrar a favor del oleaje. El tiempo de asueto es imposible tomarlo al asalto porque ni siquiera quedan fuerzas; más bien se derrumba uno a las puertas como ante un oasis en medio del desierto esperando que un alma caritativa lo recoja , lo auxilie y lo lleve dentro de esa fortaleza donde reponer el resuello.

Estamos tan derrotados, que hasta necesitamos que nos digan cómo tenemos que desconectar de las tareas que realizamos a diario . Es lo que se lleva ahora: recomendaciones para la ola de calor, recomendaciones para dejar atrás las preocupaciones profesionales, recomendaciones para que no se rompa la pareja, recomendaciones para disfrutar en familia. Cabría añadir, quizá, la fundamental: recomendaciones para mandar a hacer puñetas a los que proponen recomendaciones . A uno le maravilla el candor que destilan esos consejos «profesionales» de gente que se gana la vida, de alguna manera, gestionando intangibles en este tiempo líquido que se nos escurre entre las manos. Ayer precisamente llegó al buzón electrónico del periódico una de esas tablas de la ley de desconexión de obligado cumplimiento si se quiere sacar todo el jugo a las vacaciones: «comparte tu tiempo con los demás», «ábrete a la improvisación», «aprovecha el tiempo para cuidarte» , «valora el momento y las cosas sencillas» y todo en ese plan. Que es lo mismo que decir: disfruta haciendo disfrutar a los que tienes alrededor.

Pero, ¿por qué limitar respetar esas máximas al tiempo libre? ¿Y si fuéramos capaces de abstraernos en nuestro trabajo de la presión, los plazos, las responsabilidades, las decisiones perentorias? Si fuéramos capaces de vivir el horario laboral como una ocupación en vez de una preocupación , un tiempo que entregamos a construir la sociedad a cambio de una retribución lo mismo que hay otro tiempo que entregamos a los demás de modo altruista y otro que nos reservamos para nosotros mismos y nuestro círculo más íntimo.

El hombre no es grande hasta que se eleva por encima de su obra , incluyendo el propio trabajo. Hasta que no está dispuesto a quemar el cesto que ha tejido con sus manos si ese trabajo lo absorbe hasta deshumanizarlo. Yo mismo, ahora, tendría que estar dispuesto a borrar esta columna antes de que llegara a ver la luz.

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