LA ALBERCA

El bote de la Bienal

La obra que va a presentar Pedro G. Romero para anunciar el festival es una burla al flamenco

Pedro G. Romero, autor del cartel de la Bienal 2018 EFE/JUAN FERRERAS
Alberto García Reyes

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La polémica que se ha generado en ARCO sobre los límites del arte es bastante antigua. Ni los propios historiadores se ponen de acuerdo en la delimitación de esas fronteras, ya que por la rendija del llamado conceptualismo se ha colado una picaresca desvergonzada que pretende vivir del cuento gracias a las facilidades que ofrece la abstracción mal entendida. La socióloga Nathalie Heinich sostiene que «el arte contemporáneo se basa en la transgresión sistemática de los criterios artísticos, propios tanto de la tradición clásica como de la tradición moderna». Transgresión. El premio Nobel Mario Vargas Llosa razona que «en el arte de nuestro tiempo el verdadero talento y la picardía más cínica coexisten y se entremezclan de tal manera que ya no es posible separar ni diferenciar una de la otra». La confusión. El gran poeta sevillano Manuel Mantero le dedicó unos versos a Piero Manzoni, que creó una «obra de arte» consistente en introducir excremento suyo en botes de treinta gramos: «Oh santo redentor, oh salvador / del arte occidental en ruinas. / Gracias, maestro. Santo, santo, santo. / Gracias, Piero Merdoni»...

La búsqueda de la transgresión es una constante en el Arte desde su fundación. Obviamente, todo creador aspira a encontrar un lenguaje propio nuevo que rompa con los cánones. Pero es evidente que los cánones sólo se pueden transgredir si se conocen muy bien. Y ahí es donde entra en juego la pillería de la que habla Vargas Llosa. Eso lo vamos a ver en la próxima Bienal de Flamenco, cuyo cartel se va a presentar esta semana. Su autor, Pedro G. Romero, ha rubricado ya algunas de las más sonoras burlas que se han dado en el género en los últimos tiempos gracias a que el flamenco es un arte de primera magnitud y, por tanto, afortunadamente abierto a permanentes innovaciones y experimentos. En eso ha consistido, de hecho, su imparable evolución en el último siglo y medio. Pero en los últimos años también ha caído en la trampa de las falsas vanguardias. Por ejemplo, la cantaora Rosalía, que ahora está de moda sin haber hecho nada todavía, salvo cantar afinadamente obras de hace un siglo, se hace acompañar por un guitarrista, llamado Refree, al que atribuyen un nuevo concepto que consiste, sencillamente, en no saber tocar. El cartel de Pedro G. Romero se está vendiendo como una obra de «teatro expandido» que expone fotos de un bailarín húngaro tronchado con un perro sobre su espalda, una bailaora chilena con un ave rapaz en su mano o una activista gitana abrazando un gato negro. No se trata de una transgresión porque su autor no ha acreditado todavía el menor conocimiento sobre el flamenco. Es sólo una provocación, para la que no hay que tener el menor talento, que me parecería legítima si la hubiera hecho por su cuenta. Pero la hemos pagado entre todos, y a buen precio, para exhibirla por Sevilla como una esencia de Piero Merdoni. Vamos, que los sevillanos no sólo hemos pagado un teatro expandido por unos teatreros, sino algo parecido a lo que Manzoni metió en un bote.

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