Baños

Tu adolescencia tiene en su memoria un claro álbum de estampas fluviales, amnícolas, que jamás podrán tener ni mares ni albercas

El verano se asocia siempre a los ríos José Manuel Brazo Mena
Antonio García Barbeito

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Podrías vivir en cualquier lugar donde haya un río. El mar siempre tuvo dos tallas más que tu necesidad de aguas. Tan de ríos eres, que del mar te apasionan las rías, ver el agua entre dos orillas. Y si las aguas que amas son de río, el amor se te desborda si en el río hay isletas de grama y espadañas, lampazos, verdor aparentemente náufrago, como el que te embebe cuando cruzas el Guadiana por Mérida o el Duero por Soria. No ríos como mares, ríos como ríos hermosos, como aguas que saben de la serenidad de sus veras más que de la violencia que arrastra piedras. En este tiempo de baños, ni las inmensas y encrestadas del mar, ni las aguas encajonadas de las piscinas o albercas: el agua libre y corriente de los ríos. Aunque no te bañes, aunque sólo te sirvan como líquido recreo, camino que hace camino entre verdores altos o entre veras donde las barrancas se sueñan acantilados. Un río es un río, tu más cercana identidad del agua, más allá de los cántaros y de los pozos que aprendieron a embotellarla.

Julio para ti no es mar, es río. La cercanía del mar siempre fue lejanía para ti; y el río siempre fue una cercanía seductora, el otro ferrocarril que cruzaba la vega, formando cruz con el tren. Decías río y decías playa; decías río y sonaban más nombres: chopera, olorosa umbría, adelfas, poleo, mimbres, álamos blancos, cañaverales, orillas de grama… Al río iban los arrieros por arena —que serían pozas cuando el agua cubriera lo excavado— para las pocas obras de entonces, y en el río abrevaban todos los animales con guarda que pasaban cerca, o animales que pastaran, trabados, en el manchón cercano. Y en el mismo río se bañaban vaqueros, cabreros y pastores. A las veras del río iban los gitanos a cortar cañas y mimbres para canastos y cestas, y a las veras del río iban por eneas los que hacían o remendaban asientos de sillas. Y el baño. Tu adolescencia tiene en su memoria un claro álbum de estampas fluviales, amnícolas, que jamás podrán tener ni mares ni albercas. Tu memoria adolescente lleva al cuello el hilo con el escapulario de la Virgen del Carmen, aquella confianza tuya para entrar en el río; y esa misma memoria, antes de zambullirse, se moja la nuca y los pulsos. Ríos gallegos, asturianos, cántabros, extremeños, castellanos… En todos has visto la cara del río de tu vida; todas esas aguas te parecieron hermanas de la primera pasada donde empezaste a querer nadar, quizá ayudándote con un haz de eneas, quizá con los brazos de tu padre, quizá manoteando como un perrillo asustado. Dulces manos del río, abrazándote la cintura infantil. Te cabe el verano en un río. En un único río.

antoniogbarbeito@gmail.com

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