Opinión

La lección de Bronson

Me pregunto si ya no vamos a implicarnos en nada que no tenga que ver con nuestros propios intereses

Mariama Amarzaguio

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Llevo días dándole vueltas a la cabeza. Es un pensamiento constante que me apena y me decepciona a partes iguales. Desde que escuché la historia del pequeño Bronson Battersby, de 2 años, hallado solo en su casa de la localidad de Skegness, en el condado de Lincolnshire (noreste de Inglaterra), junto al cadáver de su padre, Kenneth Battersby, de 60 años, el pasado 9 de enero, siento que algo ha cambiado.

No puedo imaginar una situación más desgarradora que la de ese niño desprotegido, por decirlo de alguna manera, sintiendo sed y hambre, hasta que cerró sus ojos y descansó. Porque sí, tiene que ser un alivio dejarte ir en una situación de tal desamparo que lo que mejor que te puede suceder es que se terminen las fuerzas.

Su padre sufrió un paro cardíaco y el bebé quedó a su suerte en una vivienda, junto a su perro, durante días. Jornadas en las que no dejo de pensar si sus vecinos no escucharon al pequeño llorar, si no les extrañó no ver salir a ese padre y ese hijo de su casa. Durante días. Durante los días de Navidad, con el trasiego que conlleva las fiestas. Si no se percataron del silencio posterior…

Y aquí es donde entra en juego la decepción. La desilusión de saber que vivimos en una sociedad que ha dejado de mirar por el otro, que no ve más allá de sus pantallas de móvil, que se aísla del mundo que le rodea con sus cascos con reducción de sonido o simplemente, gira la cabeza por no saludar al subir al autobús.

Porque esta punzada que sentí al conocer la tragedia de Bronson se incrementó al leer, días más tarde, el también dramático caso, este sí con final «feliz» si quiero ser optimista, de un menor de 9 años que sobrevivió entre 2020 y 2022 alimentándose de comida enlatada y pasteles, y robando verduras a sus vecinos, según han contado los medios.

Un niño de tan solo 9 años que vivía sin luz ni electricidad, sin la compañía de un adulto, porque su madre había decidido mudarse con su pareja, a unos 5 kilómetros de la vivienda familiar, y no pagaba los suministros de la casa.

Sin entrar en la cuestión de la moral de la progenitora, de nuevo la tristeza de comprobar como los desconocidos de su alrededor no denunciaron la situación por la que atravesaba ese pequeño hasta pasados dos años. No comparto en absoluto la declaración Barbara Coutourier, alcaldesa de Nersac, localidad del oeste de Francia donde ha sucedido todo, en la que señalaba que retaba a cualquiera a decir que hubiera detectado esta situación solo porque el niño seguía sacando buenas notas y acudía aseado al colegio.

Dos años, cuando cuentas con nueve de vida, es demasiado tiempo para no dar la voz de alarma. ¿Ya no vamos a implicarnos en nada que no tenga que ver con nuestros propios intereses? En este caso, el niño se alimentaba de comida fría, recordemos que no tenía electricidad, que recogía en bancos de alimentos cuando su madre se dignaba a ir con él, robaba o le daban sus vecinos de vez en cuando.

Triste, decepcionante y desesperanzador. La vida no gira entorno a nuestro ombligo. Coexistimos con otros seres humanos, mejores y peores, tampoco soy una necia, a los que deberíamos de tratar como nos gustaría que nos tratasen a nosotros. No soy partidaria de meterme en los asuntos de los demás pero tampoco hemos de mirar para otro lado cuando suceden cosas como estas. Cuanto más le hubiera valido a Bronson tener un vecino pesado, y no vivir en una comunidad para la que su familia era solo una puerta más.

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