OPINIÓN

¿Vuelta al bipartidismo?

La tendencia hacia un pluripartidismo sistemático, con cuatro grandes partidos de semejante envergadura, parece modificarse, con el ascenso súbito del PSOE

Antonio Papell

En las elecciones generales de 2008, el bipartidismo imperfecto característico de toda la etapa democrática desde 1982 se acercó a la perfección: PSOE y PP sumaban el 83,81% de los votos y alcanzaban conjuntamente 323 de los 350 escaños del Congreso de los Diputados. Las minorías apenas representaban algo más del 16% de los votos y 27 escaños. Por el contrario, en las últimas elecciones generales de 2016, los dos grandes partidos clásicos alcanzaban el 55,64% de los votos (casi un 30% menos que ocho años atrás) y sumaban 222 escaños. Ciudadanos y Podemos habían llegado, aparentemente para quedarse.

Ahora, la tendencia hacia un pluripartidismo sistemático, con cuatro grandes partidos de semejante envergadura, parece modificarse, con el ascenso súbito del PSOE, que dio un certero impulso a su presencia política con la moción de censura, y con la renovación forzosa del PP, consecuencia de aquella decisión y en cierto modo providencial para el partido conservador, puesto que le ha permitido salir del marasmo y la decadencia en que se halaba sumido después de un periodo demasiado largo de pugna con la opinión pública para tratar de amortiguar los imparables y demoledores efectos de numerosos episodios de corrupción, en los que Rajoy había estado al frente del PP o en puestos de alta responsabilidad.

Hasta los sucesos de julio y la consiguiente alternancia en el gobierno, Ciudadanos, en una carrera de fondo con crecimiento continuo, había conseguido su propósito de desplazar al PP de la hegemonía en el hemisferio de centro-derecha. Para conseguirlo, modificó su propia ubicación, y de ocupar el centro por el procedimiento de compatibilizar las etiquetas «liberal» y «socialdemócrata», abandonó esta última para poner superponerse a la clientela popular.

Es claro que, ahora, la recuperación provisional del Partido Popular (a falta todavía que se resuelve el embarazoso asunto del máster) afecta a Ciudadanos, que ha de moverse entre límites más estrechos. Porque también el PSOE, al llegar al poder, ha tenido que reducir su grado de radicalidad e instalarse en el centro por obvias razones de posibilismo (al menos desde 1982, la izquierda modera el discurso cuando llega al poder porque corresponde al gobierno mitigar la confrontación y procurar los consensos más creativos). Por otra parte, PSOE y Podemos parecen haberse distribuido los papeles, con lo que se recupera una vieja relación entre PSOE e IU aunque con elementos nuevos.

Al PSOE le conviene que el PP, su antagonista histórico, goce de buena salud, entre otras razones porque, al contrario que Ciudadanos, no le disputa su clientela. Además, la rotundidad de las posiciones populares moviliza al electorado de izquierdas, que tiende a desmovilizarse cuando no hay un acicate que lo estimule. Y al PP le conviene participar en los grandes debates públicos como la contraparte del gobierno socialista, generando así la dialéctica principal que se desarrolla en el escenario de los medios de comunicación.

Todo ello explica la deferencia con que Pedro Sánchez ha tratado a Pablo Casado, a quien considera abiertamente jefe de la oposición: en el fondo, a ambas formaciones les interesa estrechar el terreno libre entre ambos en que ha crecido Ciudadanos. Y Casado, de la misma generación que Rivera, es la persona más adecuada para esa misión.

Todo indica sin embargo que el bipartidismo imperfecto de antaño no regresará (el arraigo de Ciudadanos no es circunstancial, ni Podemos es ‘solo’ IU), pero sí otro modelo más plural, dominado por dos actores principales, en que la gobernabilidad provendrá o bien de la alianza interna de unos de los hemisferios o del pacto de uno de los grandes partidos con Ciudadanos. En cualquier caso, la plasmación de esas ideas en unas elecciones no muy lejanas (tanto puede ocurrir que Sánchez agote la legislatura como que disuelva las cámaras en cualquier momento si las condiciones le son beneficiosas) dependerá de que Casado resuelva su problema con la URJC: los tribunales tienen en su mano el futuro del joven líder y no todos los pronósticos son favorables.

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