OPINIÓN

La provincia mengua

Por primera vez en muchos años, en el agonizante 2018 el número de muertes supera al de nacimientos

Por ahora, es un dato provisional, que afecta a medio año, al primer semestre de este 2018 que ya se escapa del todo y para siempre. Pero es novedoso y preocupante, rompe una tendencia y crea otra. La provincia de Cádiz entra en crecimiento negativo en lo referente a su población. No hablamos de empleo ni de riqueza, de dinero en las familias ni siquiera de jóvenes que culminan sus estudios. Es mucho peor, hablamos de vida.

En Demografía, ese aparente oxímoron denominado «crecimiento negativo» significa que muere más gente de la que nace. Eso es lo que sucedió en los primeros seis meses de 2018. Hay una razón feliz y otra preocupante. La que tenemos que celebrar es que, pese a tener una de las esperanzas de vida más cortas de España, ha crecido notablemente en los últimos diez años. En este tiempo, los gaditanos han elevado en unos 24 meses el tiempo de vida medio de sus habitantes.

Ha pasado de los 79 años de media (con habitual ventaja colectiva del género femenino) a los 81 actuales. En el aspecto negativo de la balanza, cada vez nacen menos niños. Las cifras de natalidad pueden calificarse como derrumbe. Casi 4.000 menos, de media anual, en 2018 respecto a 2008, en un decenio. La conclusión es de una seriedad severa. La población gaditana envejece a gran velocidad. Su equilibrio entre trabajadores y pensionistas se resentirá en apenas dos generaciones. El hecho de que esa realidad afecte a toda España (a más de media Unión Europea) no resta gravedad a la situación.

A esta tendencia nueva, se une otra con más trayectoria, más localizada: la pérdida de población en ciudades como Cádiz y en los núcleos municipales de menor tamaño, los denominados rurales. Es evidente que la fuga la protagonizan los jóvenes que buscan mejores horizontes laborales lejos de unas localidades, unos entornos, con limitaciones de todo tipo, culturales, económicas, geográficas o industriales. La realidad numérica nunca permite la discusión pero el uso que se haga de esas circunstancias marca tanto como los límites físicos mismos.

Así, esas limitaciones conviven con un asombroso desperdicio de recursos, de patrimonio cultural e histórico, de tiempo en minúsculas porfías políticas, de planes, ayudas, solares y grandes edificios que permanecen baldíos.

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