OPINIÓN

Portero-delantero

Pedro Sánchez juega de portero-delantero, que es como jugaban en el colegio al fútbol mis compañeros cuando eran dos o tres

FRANCISCO APAOLAZA

La teletransportación consiste en mover instantáneamente la materia de un lugar a otro sin un tránsito entre ambos puntos. Funciona así: yo estoy ahora escribiendo en esta columna en esta buhardilla de Madrid, caliente como Satán en una verbena de agosto en el infierno, y de pronto estoy en Bajo de Guía en el quicio de la puerta de Casa Bigote y veo cómo entra la flota de Sanlúcar por el Guadalquivir hacia poniente con esas estelas abundantes, hondas y espesas que dejan en el mar los barcos cuando vuelven cargados de pesca.

Casi le estoy viendo las gotitas al catavino enfriado de golpe por la manzanilla helada, pero no estoy allí. Teletransportar implica desintegrar el átomo para recomponerlo en otro sitio, con lo que deja de ser el mismo átomo. Moverse siempre estuvo relacionado con la identidad. En cierto modo, ser implica quedarse, mantenerse, conservar una parte. Este asunto tiene que ver con la coherencia.

La ciencia no ha conseguido de momento soslayar la cuestión, pero Pedro Sánchez, sí, porque está en todas partes . Sánchez hace de izquierda, de derecha, de centro, de independentista y de centralista porque Pedro juega de portero-delantero, que es como jugaban en el colegio al fútbol mis compañeros cuando eran dos o tres. Cómo me ha disgustado siempre jugar ese deporte; quizás esa haya sido la única constante en mi vida: odiar el fútbol. Siempre lo hice mal.

Sánchez tiene que hacerlo todo, también, y así le sale: saca, regatea y mete gol él mismo y tiene que estar aquí, y allá, en varios sitios a la vez. Anda por ahí zigzagueando con sus 84 diputados y la sonrisa de Begoña levantando el aire detrás de él y dándole impulso como la hélice de una planeadora sobre los Everglades. Tiene un pie en el Peugeot y otro en el Audi A8 oficial. Lo mismo planea sobre las alturas –oh Gran Cóndor de los Andes– que quiebra el aire con el rugido del Falcon del Estado.

Su Gobierno está reducido a la mínima expresión ideológica , pues la identidad es plomo en la mochila. Pablo Iglesias la lleva siempre llena y por eso va echado así hacia adelante como si le pesara un quintal. Aquí está Pedro Sánchez de botellines con Iglesias y Garzón –aquel día en el que posaron en la puerta de un bar fuera de lugar como si se hubieran olvidado las llaves en casa– que en el despacho de Merkel.

Serpentea el presidente la actualidad montado en un patinete eléctrico. Aquí lo tienen dejando colgado a los jueces españoles en Bruselas y al momento, filmando ‘Salvar al soldado Llarena’ . Pedro, alfa, Pedro, omega. Pedro mandando a Grande-Marlaska a quitar las concertinas y un mes después protegiendo España de «la inmigración violenta». Pedro recriminando a Rajoy el empleo del decreto ley y aprobando siete en tres meses, Pedro por un mundo sin fronteras y Pedro utilizando una norma del 92 para mandar a los inmigrantes de vuelta a Marruecos. Pedro devuelve a la gente en caliente, en frío y en templado, como las buenas lavadoras, y seguro que borda el suflé. De él no se puede conocer la posición ni la velocidad. Para los extranjeros es un problema diferenciar entre ser y estar; para él no. Es todo y está en todas partes, que es la mejor manera de no estar en ningún lado.

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