Antonio Ares Camerino - Opinión

La orilla

Por muchas vidas que pasen la barbarie, por acción u omisión, nunca podrá justificarse en nombre de nada ni de nadie

Antonio Ares Camerino
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No cabe duda, la realidad supera a la ficción. No por acostumbrarse uno al dolor deja de sentir ese puñal lancinante que se te clava en las entrañas. No por estar adiestrado por el bombardeo mediático uno deja de tener alma, aunque ésta, por subsistencia, intente hacerse la remolona. Por muchas vidas que pasen la barbarie, por acción u omisión, nunca podrá justificarse en nombre de nada ni de nadie. El escritor japonés Haruki Murakami, eterno aspirante al premio Nobel de Literatura, escribe en su obra ‘Kafka en la orilla’, un poema que nos pone los pelos de punta y nos avergüenza como persona:

«Los dedos de la niña ahogada/

Buscan la piedra de la entrada/

Alza las mangas de su vestido azul/

Y mira a Kafka en la orilla del mar»

En estos momentos son muchas las cosas que no deben importarnos. ¿Qué no se forma Gobierno? Pues a lo mejor salimos ganando. ¿Qué los Bancos nos esquilman?. Pues tal vez no tengamos los arrestos suficientes como para hacerles frente.¿Qué sólo les importamos cada cuatro años? Es lo que nos merecemos. ¿Qué nuestro día a día es sólo rutina? Aún estamos a tiempo de poder cambiar el rumbo de nuestras vidas. A mí, particularmente, cada vez me preocupan más las orillas. Todos los océanos tiene orillas, todos los ríos sus ramblas y todos los lagos sus riveras. Esa frontera en la que lo sólido siliceo y pétreo se encarama a lo acuático, donde lo líquido se convierte en arenas de esperanza. Allí es donde empieza y acaba todo.

Aquí sólo sabemos de orillas plácidas, de esas de sol tibio y chapoteo infantil. En las que los atardeceres saben dónde el sol se esconde cada día. Las que están manchadas de conchas y orejas de mar. En las que las algas acuden a reposar por oleadas. Las que están repletas de espuma de mar y en las que las olas se encaraman en castillos de arena irreductibles a los ataques cangrejeros. Pero no todas son así. Las hay de otros colores, frías y dolorosas, tristes y sombrías. En el otro extremo del Mare Nostrum existen orillas negras. Crueles y traicioneras. Al acecho de víctimas inocentes se convierten en el catafalco de gente menuda. Tanto dolor televisado desde esa línea divisoria por la naturaleza no puede quedar ajeno a los sentimientos de gentes de bien. Allí los voluntarios se limitan a esperar al destino sanguinario, incluso llegan a ser maltratados por leyes injustas que sólo entiende de visados y de competencias, como si su responsabilidad fuera sólo de actuar como meros observadores del sufrimiento. Muchos son los aspirantes a llegar a esa meta divisoria y pocos los que consiguen franquearla. La pena por la muerte sin sentido no tiene edades, pero si entiende de tamaños. Con la gente menuda esa pena se convierte en quemazón, en una pesadilla de barbarie que te vuelve sin querer y que no puedes esquivar. ¡Europa despierta en tus orillas y no niegues ese horizonte de libertades y derechos a los que allí te encuentres!

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