Nico Montero

Mis doce uvas metafísicas

«Hay que comerse las uvas para que no nos coma el hartazgo que inmoviliza y nos tumba en la lona»

Nico Montero

Acuatro días de que se acabe este 2020, uno tiene la sensación de estar viviendo esa escena tan recurrente en las películas de antaño, cuando el reo iba contando los días de condena con los trazos de una tiza sobre la pared de la celda. ... La cuenta atrás del reloj de la Puerta del Sol se ha vuelto anecdótica comparada con la gran cuenta atrás que se vive en todas las latitudes, donde se percibe el final del 2020 como un necesario portazo a un año para olvidar. Puede que celebrar el fin de año sea una artimaña psicológica para autoconvencernos de que ponemos fin a algo que no se ha ido y sigue ahí, pero necesitamos despedir este año con el mismo fulgor de quien huye de la escena de una traición, dejando atrás un doloroso pasado. Necesitamos pasar la página del calendario porque la célebre curva es un eterno retorno de lo mismo y es preciso encontrar una salida de emergencia para no adentrarnos en la desesperanza y el hastío.

Este año las uvas adquieren un valor trascedente y casi sacramental, asumen una carga de simbolismo de sobrada intensidad vital. Serán mucho más que pequeños frutos de la vid. En cada una de las doce metafísicas uvas, campanada tras campanada, mientras se desvanece el miserable año de pesares y las agujas del reloj avanzan hacia lo incierto por estrenar, se cerrarán las puertas a muchas estancias de dolor acumulado y se abrirán ventanales de aire fresco para abrazar el nuevo año como una oportunidad de recuperar lo mejor nuestra vida: la cotidianidad tejida con abrazos, y la proximidad que nos hace reconocernos en los demás y ser parte de una historia compartida. Aunque sea solo una ilusión y un anhelo, una treta para mantenerse en pie y seguir caminando, hay que comerse las uvas para que no nos coma el hartazgo que inmoviliza y nos tumba en la lona, cuando aún queda combate y no está todo perdido. Este año quiero dotarlas de sentido y te animo a que hagas lo mismo y nos confabulemos juntos en una red de esperanza y fortaleza, al son de las campanadas.

Esta Navidad se vive con un nudo en la garganta por los que han muerto en esta cruel coyuntura. La primera uva será por los que ya no podrán comerla con los suyos y por los que siguen muriendo en estos días. La mayoría de ellos ancianos. Muchos encontraron el ocaso en residencias que dejaron de ser la promesa de un vergel y se convirtieron en trampas donde algunos de nuestros mayores quedaron abandonados a su suerte. Brindo por los abuelos y las abuelas que nos acompañan desde el cielo porque la tierra no les fue ni leve ni generosa.

Vaya la segunda por los sanitarios que tuvieron que tragarse el miedo y plantar cara a un enemigo desconocido y sin escrúpulos. Desarmados por la carestía de medios, dirigidos por la improvisación y sujetos a la vergonzosa política sanitaria, muchos enfermaron y otros tantos murieron al pie del cañón.

En la tercera campanada haré memoria de las fuerzas de seguridad, la UME y los bomberos. En sus filan cuentan con muchas bajas por culpa del bicho y han tenido que hacer trabajos muy desagradables, y en algunos casos con la ingratitud como respuesta. Vigilar confinamientos y toques de queda, controlar cierres perimetrales, desinfectar zonas contaminadas, enfrentarse a los negacionistas y a los irresponsables velando por la seguridad de todos. No olvidaremos nunca cómo alegraron las calles desiertas del confinamiento, cuando cada día, a las ocho de la tarde, sus sirenas se convertían en un homenaje a la ciudadanía responsable y cabal.

Mi cuarta uva por los transportistas y los trabajadores de servicios indispensables. Camioneros y cajeros, reponedores y fruteros, carniceros y panaderos, farmacéuticos y barrenderos, equipos de limpieza… Eran los únicos seres humanos, fuera del núcleo familiar, con los que uno se relacionaba en tiempos de confinamiento. Verlos trabajar y atendernos con tanta diligencia, cuando estábamos enclaustrados viviendo algo tan inaudito e incierto, fue un testimonio de vida que alentó la fe y nos hizo sentirnos protegidos por una red de personas que, en primera línea, sacaba lo mejor de sí mismo para abastecernos no solo de víveres, sino de esperanza y serenidad.

En la quinta campanada, mi reconocimiento por la ciudadanía que supo estar a la altura de las circunstancias y que sigue estándolo cada día, asumiendo la responsabilidad del momento con solidaridad y sentido común. Hay muchas historias anónimas de solidaridad en cada barrio, en cada comunidad de vecinos, en cada familia, toda una red de gente buena haciendo buenas cosas. De entre esos ciudadanos, destacan los científicos, trabajando frecuentemente con escasos recursos y en la intemperie presupuestaria, que han hecho posible el milagro de que hoy mismo comience la esperada vacunación y el principio del fin de esta pesadilla.

Con la uva sexta, mi ovación para los centros educativos. Mientras para cualquier gestión ha sido necesaria la cita precia, el trato individualizado, o la atención telefónica, el profesorado y el personal de servicios tuvo que sobreponerse al lógico respeto que da encerrarse en discretas y pequeñas aulas con 25 o más alumnos diferentes cada hora, durante jornadas de hasta seis horas diarias. Era el momento de asumir la enorme tarea y responsabilidad social de los maestros y maestras de escuela, los profesores y profesoras de aquí y de allá, echándose a las espaldas la custodia mañanera de tantos niños y niñas, adolescentes y jóvenes, en tiempos de pandemia.

Llegados a este punto, me quedan seis uvas por comer y con éstas igual me atraganto, porque el ritmo de las campanadas es vertiginoso y no da tiempo a masticar con solvencia. Son las uvas indigestas, las que cuestan tragar, pero de las que también hay que dar cuenta para desear que en el 2021 haya cosas que no vuelvan a suceder. Mi último racimito de seis uvas son: para que no haya más mujeres asesinadas a manos de la violencia machista, para que los mares y océanos sean solo fuente de vida y no tumbas de quienes buscan la tierra prometida, para que no haya carestía y penurias en tantas familias que no llegan ni a mitad de mes por los efectos económicos de esta crisis, para gritar ‘No a la trata de personas y a la explotación sexual’, para que la educación y la sanidad no se frivolicen con leyes partidistas en cada legislatura y se dote de los recursos humanos y materiales que nos merecemos como país.

Y por último, que ya van once, casi sin aliento, mi última uva va por ti, que lees esta tribuna ahora. Esta pandemia nos ha recordado que estamos unidos por el mismo destino, entrelazados y enredados en una aldea global que no es tan grande. No me eres ajeno, y lo que te ocurra a ti me afecta y me importa, porque tu camino y el mío se cruzan, y lo bueno o lo malo se trasmite y propaga, y tu suerte o infortunio son el mío. La Pandemia nos ha recordado nuestra fragilidad, pero al mismo tiempo, cuanto nos necesitamos. Aquí me tienes.

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